Europa

El Vaticano busca el diálogo sin rejas en la Bienal de Venecia





Dos pies enormes, inmensos. En blanco y negro. Un par de plantas que parecen descansar después de una larga caminata. La obra se llama ‘Padre’ y lleva la firma de Maurizio Cattelan. Es la que recibe, como lo hacen las reclusas de la prisión de Giudecca, las que han decidido servir de guías en el Pabellón de la Santa Sede de la Bienal de Venecia. No dan sus nombres. No hace falta. Ellas acompañan al visitante a esa residencia temporal en que habitan y que hasta principios del siglo XIX fue convento y hoy es jaula. No se permite realizar el recorrido con los teléfonos móviles ni se pueden hacer fotografías ni grabar. Una visita con los ojos bien abiertos y los selfis bien cerrados. Solo para tus ojos.



El grupo de artistas, seleccionados por los comisarios Chiara Parisi y Bruno Racine, al frente del Pompidou-Merz y del Palazzo Grassi, respectivamente, responde al lema de la cita artística: ‘Extranjeros de todas partes’. Y de todas partes son. No les une pertenecer a una misma generación. Tampoco el soporte en el que trabajan. Todos están vivos y son testigos e hijos de su tiempo, salvo sor Corita Kent, el reclamo pop de la muestra, una monja con inquietudes sociales.

Son Bintou Dembélé, Simone Fattal, Claire Fontaine, Sonia Gomes, Marco Perego, Zoe Saldaña y Claire Tabouret quienes expresan, como dice Bergoglio, que la cárcel puede ser un espacio de liberación. Y un lugar que deja entrar la luz y que al tiempo es conocimiento, un lugar de espiritualidad. Así lo cree Manuel Borja-Villel, exdirector del Museo Reina Sofía, que destaca del pabellón que “no se ha conformado con hacer un cubo blanco, sino que se ha abierto, se despliega dentro de esa idea de espiritualidad en la materia, en la unión del ser humano con el mundo. Y esa sola idea ya me parece en sí misma genial”.

Desvelar lo oculto

Dentro de esa nómina de creadores, se fija en Sonia Gomes, “que posee ese sentido espiritual que está presente hoy en una gran parte del arte joven, pero no como una espiritualidad institucional, sino de los afrodescendientes, de la sociedad, de apoyo. Su instalación con telas que penden del techo de la iglesia de Santa María Maddalena Convertita, en la propia prisión, tiene que ver con la memoria de quienes han sufrido y con el punto de vista de reconstruir una historia que ha sido ocultada, con otras formas de ver el mundo”, añade. Para el historiador, no se trata únicamente de ocupar un espacio físico, “sino de haber trabajado con las reclusas. No es colgar una fotografía del que sufre; no es invadir, sino abrir un diálogo, ver que existen otros mundos y otras formas de relacionarse”. Y, de ese hablar, intercambiar pareceres, dialogar, en definitiva, habla Francisco.

El cardenal José Tolentino de Mendoça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, lo subrayaba días atrás a la agencia AFP: “No buscábamos artistas fáciles. Buscábamos artistas reales. La obra de Cattelan es muy interesante desde el punto de vista religioso, porque hay algo iconoclasta en su obra, pero también en lo místico hay algo que se puede llamar iconoclasta, en el sentido de deconstruir la representación religiosa”. Pero no solo del artista italiano vive el Pabellón de la Santa Sede. Él acaparó los titulares. Fue el cebo. Sin embargo, Cattelan no ha dicho una sola palabra. Se le ha visto en Giudecca, pero en silencio.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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