Del 29 de abril al 3 de mayo, el convento de san Buenaventura de Madrid ha acogido el XXII capítulo ordinario de la provincia de España de la Orden de Frailes Menores Conventuales, bajo la presidencia del ministro general, fray Carlos Alberto Trovarelli. Argentino de 62 años, ya lleva cinco como el 120º sucesor de san Francisco de Asís.
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PREGUNTA.- Tras un tiempo al frente de la Orden, no sé si se arrepiente ahora de haber dejado su carrera de ingeniero químico…
RESPUESTA.- Soy feliz en mi vocación. Soy franciscano, la misión de ministro general es solo temporal. Hoy por hoy, disfruto el franciscanismo en lo cotidiano, no solo me atrapan las labores institucionales. Sigo siendo un apasionado de la química, pero siento que puedo aportar más como franciscano.
P.- ¿Cómo hace para no ser un superior general de despacho?
R.- Estar pendiente de los frailes en su día a día, abrir mis oídos cada vez más para escuchar sus inquietudes y desafíos. Poner las energías en lo humano y lo fraterno hace que el despacho sea algo secundario. En esto me ayudó mucho la pandemia. Fui elegido en pleno confinamiento y, lejos de ser motivo de aislamiento, la pantalla del ordenador me llevó a estar permanentemente conectado con los frailes de tú a tú. Seguro que hay otros que saben hacer mejor que yo las labores de escritorio, pero cuidar uno a uno a los frailes es fundamental.
Reclamo y signo
P.- ¿El hábito hace al monje?
R.- El hábito no hace al monje, pero ayuda. Es verdad que el hábito se ha convertido en un reclamo para la sensibilidad de algunos jóvenes de hoy y ese signo hay que atenderlo porque, como elemento que comunica hacia fuera, encierra una verdad en ello. Pero lo que hace al franciscano conventual es la relación con Dios y con los hermanos, que es la principal categoría franciscana. Muchos de mis hermanos no llevan hábito y son hombres excepcionales.
P.- Actualmente, emergen congregaciones que se reivindican como los auténticos herederos de carismas históricos. Estas realidades eclesiales preocupan en el Dicasterio de Vida Consagrada, que alerta de que son nuevos en su creación, pero viejos en las formas…
R.- Su motivación y su búsqueda de la santidad pueden ser legítimas, pero me preocupa esa tendencia a aferrarse a lo exterior y hacia unas rigideces en un momento en el que la Iglesia, desde el Concilio Vaticano II, nos está llamado a incorporar un humanismo más profundo; esto es, cuanto más humanos, más de Dios. La elección de muchos de estos grupos pasa por una parcialidad que no es acorde con la intuición del Espíritu en este momento.
P.- ¿El viento fresco que parece traer Francisco explicaría estas propuestas reaccionarias?
R.- Hay nostalgias latentes que podrían explicarse desde los últimos coletazos de la cristiandad en muchos lugares, especialmente en Occidente. Eso hace que haya quien piense que está en posesión de la plenitud de la verdad, cuando ya Pablo Richard nos recordaba que no era así. Por eso, muchas cosas de las que el Papa dice, hace o es en sí mismo resultan chocantes. No hay que olvidar que también hay posturas ideológicas que resisten al empeño de Francisco de romper con las estructuras de poder y eso, evidentemente, molesta.