El pasado sábado 11 de mayo se cumplieron 50 años del asesinato del sacerdote argentino Carlos Mugica, fundador en Buenos Aires de los movimientos Sacerdotes del Tercer Mundo y los Curas Villeros, cuyo compromiso con los últimos se mantiene hoy. Entonces, se convirtió en una víctima más de la violencia política que azotaba al país en los años 70, falleciendo a manos de la milicia anticomunista Triple A, que se cobró su vida cuando salía de celebrar la eucaristía en la parroquia San Francisco Solano, en Villa Luro.
Gran admirador suyo desde sus tiempos de sacerdote en Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio ha reconocido la figura de Mugica en una cariñosa carta con motivo de este 50º aniversario de su muerte. En ella, el Papa explica que, “como en toda celebración de la Iglesia (que es mucho más que una conmemoración histórica), se da la ocasión para renovar la presencia fraterna y comprometida entre aquellos que cargan cruces pesadas”.
De ahí la importancia de que, tanto los pastores como el conjunto de los cristianos actúen siempre “poniendo el corazón y el cuerpo al lado de los que sufren todo tipo de pobreza”. Y es que “el padre Carlos alienta aún hoy a que en cada barrio se fortalezca una comunidad que se organiza para acompañar la vida de nuestro pueblo y nos interpela a luchar contra todo tipo de injusticia”, así como a “tener un diálogo inteligente con el Estado y con la sociedad”.
Además, para Francisco, “él nos enseña a no dejarnos arrastrar por la colonización ideológica ni por la cultura de la indiferencia. Pidamos al Señor que los principios de la Doctrina Social de la Iglesia fructifiquen en nuestras comunidades y, a través de ellas, en toda la vida social”. Desde el reto de “buscar lugares de integración, descartando la descalificación del otro”, para el Pontífice es clave “que la grieta se termine, no con silencio y complicidades, sino mirándonos a los ojos, reconociendo errores y erradicando la exclusión”.
Durante la semana previa a este aniversario, la Arquidiócesis de Buenos Aires y los Curas Villeros organizaron distintas actividades con el objetivo de hacer memoria y difundir la obra y vida de Mugica. Así, han destacado una carpa misionera con muestras gráficas, un museo itinerante con imágenes, testimonios y objetos que le pertenecieron, y una vigilia donde se celebró un festival.
El sábado por la noche, en la Parroquia de Mataderos, el obispo auxiliar de Buenos Aires, Gustavo Carrara, presidió una eucaristía celebrada a su memoria. En ella aseguró que “Mugica nos enseñó que tener fe es amar al prójimo, sobre todo a los más frágiles. Esa fue su opción: ofrendar su vida a los más pobres. Después de preguntarse qué hay que hacer en este tiempo, sugirió no quedarse con los brazos cruzados y anunciar la alegría del Evangelio. ¿De qué modo? ¿De qué manera? Con una fe que obra por el amor”.
El domingo se realizó una caravana de los Hogares de Cristo, desde la Catedral Metropolitana hasta el Estadio Luna Park. Allí, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, presidió la misa de cierre de esta semana. En su homilía, indicó que el sacerdote “se la jugó por entero en la Argentina convulsionada y violenta de las décadas de los 60 y 70”.
Con emoción, García Cuerva pidió perdón “porque, 50 años después, los chicos y adolescentes siguen muriendo por la droga y el narcotráfico; porque siete de cada diez son pobres; porque se sigue chapoteando en la corrupción”. Al tener que vivir “en barrios sin asfalto y sin cloacas”, también pidió perdón “porque olvidamos que los más pobres viven en la oscuridad de la tristeza, de la soledad y la injusticia, y seguimos bebiendo de la indiferencia y la insensibilidad, perdiendo el sabor de la fraternidad”.
Frente a ello, urge “el compromiso de compartir mesa con todos, en la que no falte nadie, reafirmando la opción preferencial y evangélica por los pobres”. Porque, como dijo el padre Jorge Vernazza en la misa de exequias de Mugica, este dejó un legado eterno: “Su sangre derramada fue la consecuencia de un modo de vivir. Su sangre derramada llega a nosotros y nos interpela, nos cuestiona, nos anima a dar frutos”.
Para García Cuerva, estos siguen latentes hoy y estamos ante un sacerdote que “vive en el corazón de su pueblo y enseña a dar la vida por los más pobres y el Evangelio. Lo mataron porque sabían que su muerte provocaría una gran conmoción, y apostaban al caos de los argentinos que reclamaban paz y libertad. (…) Pero seguimos reclamando paz y justicia, convencidos que la violencia no es el camino”.
Foto: Arzobispado de Buenos Aires.