Lidia Maggi es teóloga y pastora bautista. Su ministerio, su vocación, es dar a conocer la Escritura. Proviene de un entorno familiar difícil. Creció en un orfanato bautista donde encontró un “hogar” y una educación religiosa, basada en la palabra de Dios y el canto. Cuando era niña quería ser la esposa de un misionero y luego se dio cuenta de que ella también podía ser misionera. Y se casó con un pastor, quien a su vez se convirtió en misionero de la palabra.
PREGUNTA.- Pero para llevar la Palabra, para tener la responsabilidad de una comunidad enraizada en Cristo, es necesario tener un vínculo con Él. Es necesario rezar.
RESPUESTA.- Para mí rezar significa hablar con Dios, pensar en Él, no solo como una energía, una fuerza, sino como una persona, que por tanto comunica, habla. El fundamento de nuestra fe es la palabra que se hizo carne. La oración además de un espacio contemplativo o meditativo es, sobre todo, un diálogo con el Otro. La imagen de Dios es la de alguien que se comunica.
P.- ¿Cómo se escucha esta voz de Dios? Porque a veces se corre el riesgo de oir la propia voz.
R.- Me meto en la palabra que es Otro que yo y rompo mi monólogo. Es un correctivo a nuestra necesidad de movernos. En primer lugar, Dios me habla así, a través de la Palabra que leo e interpreto según mi responsabilidad. Una palabra que no es una voz en mi cabeza, sino que hunde sus raíces en la Biblia.
P.- La oración es reconocer que no estás sola. Pero a veces parece una ilusión.
R.- Hablo de una confianza que nunca es certeza de que haya un interlocutor. Pero la oración es la dimensión que me ayuda a reconciliarme con el Otro. Muchas veces es intercesión, donde están presentes los rostros que amo, por los que me preocupo, y esto me arranca de la soledad. Están en el mundo con sus cansancios y preocupaciones. Yo los presento a Dios.
P.- Ninguna racionalización puede explicar esta certeza de no estar solo.
R.- También el amor o la amistad pueden parecer ambiguos o no del todo demostrables. Y son auténticos y reales para nosotros.
P.- Tener alguien a quien dirigirse significa que no nos bastamos a nosotros mismos.
R.- Es una experiencia reveladora para todos, pero llegamos allí a través de nuestra fragilidad. En la oración entendemos que no bastarnos a nosotros mismos es nuestra belleza, nuestra fuerza, que nos abre a los demás y nos hace sentir en sintonía con el universo. Rezar es reconocerse vulnerable.
P.- La oración es petición, búsqueda y, a veces, una exigencia. Nos olvidamos siempre de agradecer.
R.- La dimensión del agradecimiento es una conquista, es la oración de la “edad adulta”. El agradecimiento no surge de manera espontánea, sino de reconocer con asombro las cosas hermosas y buenas recibidas de la vida, del privilegio de vivir aquí y ahora.
P.- Y siempre rezamos cuanto más desesperados.
R.- Porque queremos comprender, comunicar nuestro dolor. Por mi experiencia he aprendido que oramos en los acontecimientos más desesperantes no para que se resuelvan, sino para no quedarnos solos. Por eso, la esperanza esté siempre ahí: hay un Dios que me sostiene y hay personas a mi alrededor a quien puedo pedir ayuda. La esperanza siempre surge de la desesperación. El que es feliz espera poco.
P.- Hace falta tiempo y un método para rezar.
R.- Cada uno debe encontrar su propio ritmo, pero el compromiso es importante. En primer lugar, es necesario reservar cada día un tiempo para plantearnos las grandes cuestiones de la vida que descuidamos. Después hay que estar en un espacio tranquilo y cuidar los rituales para favorecer un entorno acogedor y protegido. Las mujeres sabemos lo importantes que son los pequeños gestos para sentirnos a gusto como tener una silla cómoda, el teléfono apagado, una ventana para contemplar un paisaje… Necesitamos una pedagogía de la oración, una gramática, porque el instinto del momento no es suficiente. Aunque nuestro Dios no es demasiado sofisticado. Me encanta una frase de Lutero: “La blasfemia de los desesperados es más querida para Dios que la oración de los piadosos”. Israel en Egipto, esclavo, sufrió tanto dolor que se lamentaba de forma desordenada, pero Dios transformó ese llanto en oración e Israel nació de esa experiencia. Dios no lleva cuentas de ese tipo de cosas.
P.- Hay oraciones que sentimos más nuestras, que nos ayudan a meditar y recordar. El Padre Nuestro nos une, somos cristianos.
R.- El Padre Nuestro y los Salmos. Estar en contacto con tus emociones es importante, pero necesitas las palabras adecuadas y los Salmos son palabras de otras personas que puedo sentir como mías. Me conmueve pensar que Jesús, mi Señor, en los últimos momentos de su pasión, se apoyó en el gran camino de los Salmos. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado” (21) y “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (30). Debemos aprender una suerte de gimnasia espiritual, a asociar las acciones más ordinarias a la oración para sumergirla en los recovecos de la vida cotidiana. Un corazón orante se ejercita poco a poco, no necesita grandes maratones.
*Entrevista original publicado en el número de abril de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva