El secretario de la Pontificia Comisión para América Latina analiza para ‘Vida Nueva’ las oportunidades que ofrece el magisterio de Francisco y las resistencias existentes a su pontificado
El 15 de mayo se ha celebrado el Día de las Encíclicas Sociales. ¿Qué importancia tiene la Doctrina social de la Iglesia hoy? ¿Qué novedades han aparecido en tiempos de un Papa latinoamericano? ‘Vida Nueva’ entrevista a Rodrigo Guerra, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, miembro de la Pontificia Academia para las Ciencias Sociales y fundador del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV) de México, para conocer su mirada sobre el presente y el futuro de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI).
PREGUNTA.- ¿Qué importancia tiene la Doctrina social de la Iglesia (DSI) en el momento actual de la Iglesia?
RESPUESTA.- La DSI es una dimensión constitutiva de la evangelización. La Iglesia no tiene otro propósito más que anunciar la buena noticia de Jesús. Por ello, es en fidelidad al depósito de la fe que la Iglesia merece profundizar continuamente la dimensión social del acontecimiento cristiano. En el momento actual, no es por activismo o por un falso humanitarismo que la Iglesia urge a involucrarse hasta el fondo con la “cuestión social”. Es el propio misterio de la Encarnación el que nos indica que todo lo humano está llamado a encontrar su plenitud y su auténtica liberación en Jesucristo. Parte de la credibilidad de la fe descansa en la amplitud del “abrazo social” que podamos ofrecer a todos, en especial, a los más pobres.
P.- Al celebrar 133 años de la publicación de la Encíclica ‘Rerum novarum’, ¿podríamos decir que la “cuestión social” sigue siendo la misma?
R.- La “cuestión social” es la cuestión sobre la vida humana real. “Lo social” no es un añadido a nuestra vida “individual”. Juan Pablo II gustaba pensar a la persona como “sujeto” y como “comunidad” simultáneamente. Dicho de otro modo: la “cuestión social” es la cuestión sobre la persona y su vinculación originaria con los demás. Desde este punto de vista, la “cuestión social” siempre será la misma. Sin embargo, León XIII y los pontífices posteriores, identificaron que los mínimos de justicia en las relaciones humanas, en especial, al momento de trabajar, deben ser atendidos para que la “cuestión social” no sea objeto de alienaciones diversas. Por ello, la “cuestión social” está decididamente marcada por la necesidad de mayor justicia social en todos los ámbitos, y muy centralmente en el mundo del trabajo. Actualmente este mundo está en un proceso de profunda transformación, de “revolución industrial 4.0”, en el que emergen nuevos escenarios de inequidad y de pobreza. La “cuestión social” no sólo se ha vuelto “global” sino que exige ser atendida “globalmente” con desarrollo humano integral para todos. “Atender” aquí significa comprender la “raíz”, las causas personales y estructurales, para buscar las correcciones sustantivas que permitan mayor inclusividad y sustentabilidad, y no un mero ajuste cosmético a nivel de consecuencias.
P.- ¿Cuáles son los aportes más importantes del Papa Francisco a la Doctrina social de la Iglesia?
R.- El Papa Francisco, a través de su enseñanza, está realizando una suerte de “nueva síntesis” de la DSI. La continuidad con sus predecesores es muy clara para el que quiere ver. Pero esta “continuidad” es “creativa” no sólo frente a los nuevos escenarios que están emergiendo sino también por la necesidad de que la DSI no sea un saber de élites sino la conciencia reflexiva y crítica del Pueblo de Dios en movimiento. El Papa Francisco, como nadie, ha instalado la DSI al nivel de las exigencias de la conciencia popular. Es necesario que todos, – obispos, religiosos y fieles laicos -, aprovechemos esta oportunidad para que la DSI nutra realmente los criterios de juicio de nuestros pueblos y se vuelva parte del “caminar juntos” que hoy necesitamos vivir. Además, en el orden de los contenidos, el Papa Francisco ha incorporado principios metodológicos renovados: el tiempo es superior al espacio, la unidad es más importante que el conflicto, el todo es más que las partes, la realidad tiene primacía sobre las ideas. Estos principios permiten en lo concreto educarnos en una mayor libertad respecto a los afanes de poder y a las ideologías que buscan colonizar la vida para someterla.
P.- Algunos “no quieren ver” la continuidad creativa del Papa Francisco. Reaccionan contra el reconocimiento de algunos aspectos positivos de la Agenda 2030, contra el documento de Abu Dabi sobre la “Fraternidad humana por la paz mundial”, contra las bendiciones a parejas del mismo sexo y hasta contra el reciente documento “Dignitas infinita”. ¿Por qué suceden estas críticas y reacciones?
R.- Las resistencias y críticas más comunes hacia la DSI elaborada por el Papa Francisco tienen al menos tres planos: Algunos parten de una interpretación gnóstica del mundo contemporáneo, aunque revestida de actitudes tradicionalistas y frase pías: la civilización actual es mala y decadente. Por ende, la fe ha de preservarse en grupitos sectarios integrados por gente “coherente”. Según estas tesis erradas, si el Papa reconoce, por ejemplo, algo de verdad y de bien en la Agenda 2030 es porque “no ha sido bien informado” o porque de plano transige con el Demonio. Aquí se encuentran frecuentemente personas que incurren en un nuevo catarismo, es decir, en considerarse “puros”. En estos grupitos, las prácticas devotas no les son ajenas pero siempre dentro de una atmósfera moralista que reduce la fe a un conjunto de valores. Una parte importante de las nuevas derechas católicas flota al interior de esta mentalidad maniquea, endogámica, y altamente resistente a recibir cualquier corrección.
P.- ¿Cuál es la segunda resistencia al magisterio social del Papa Francisco?
R.- En un segundo plano, existen resistencias fuertemente motivadas por intereses económico-políticos. La gran visión sobre la realidad actual que el papa Francisco nos comparte en su enseñanza social cuestiona algunas de las premisas más queridas de algunos de los proyectos de desarrollo global contemporáneos. Basta recordar “Laudato si” y “Laudate Deum” para entender rápidamente que la dimensión social del evangelio no puede dejar de ser crítica de formas de economía de mercado que explotan a los pueblos pobres, inhiben el desarrollo humano integral y lastiman la “casa común”. No es extraño que algunas de las fuerzas políticas más abiertamente suspicaces contra el Santo Padre afirman políticas antimigratorias, el proteccionismo, la amplia utilización de energías no-renovables, la explotación indiscriminada de los recursos naturales, un mercado autolegitimado, etcétera. La narrativa magisterial a favor de la cooperación, la inclusión, el cuidado de la casa común y la fraternidad universal, les resulta no sólo ajena, no sólo diversa, sino principalmente adversa.
P.- ¿Cuál es el tercer plano de resistencia al Papa?
R.- Creo que el tercer plano de animadversión y crítica a la DSI del papa Francisco se encuentra en el ámbito estrictamente espiritual. La controversia en torno a “Fiducia supplicans” no sólo visibilizó en algunos un cierto puritanismo moral sino una comprensión de lo esencial cristiano sumamente problemática que posee su raíz más profunda en el modo de cultivar la relación personal con Dios y con el prójimo. ¿Cuál es la razón de fondo para pedir a Dios sus favores a través de una bendición no-litúrgica para parejas en situaciones irregulares y hasta muy irregulares? Que Cristo murió por todos, todos, todos (cf. Rom 8,32; 2Cor 5,14; 1Tim 2,6). ¿Por qué lo hizo? La respuesta es el Misterio de misericordia que funda nuestra fe. Algo que nos ayuda a aproximarnos a este Misterio es recordar que todo ser humano, independientemente de sus convicciones y/o de su coherencia moral, posee una dignidad inalienable causada por la forma de Amor benevolente que lo sostiene en el ser. A la luz de la fe, esto adquiere proporciones inmensas: Jesucristo está realmente presente en todas las personas, en especial, en quienes son excluidas o marginadas. Cuando explico estas cosas no dejo de repetir la forma con la que Mons. Jaime Spengler abrazo la enseñanza de “Fiducia supplicans”: “son personas. Esto me basta”. Fijémonos que para afirmar esto con brevedad y claridad no hacen falta amplios cursos de metafísica de la persona. Lo que hace falta es acoger con sencillez el don de la fe. Lo que hace falta es no ponerle condiciones al don de Dios. Esto es importantísimo. Vivir con radicalidad la primacía de la gracia y por lo tanto, la paciencia y el abrazo para con todos, porque en todos existe una misteriosa pero real presencia de Dios. Este acoger el don de Dios es también parte del corazón de la Doctrina social de la Iglesia.
P.- En su opinión, ¿qué hace falta en la DSI contemporánea?
R.- Hace muchos años, Jean-Ives Calvez SJ publicó un libro intitulado “Los silencios de la Doctrina social católica”. Tal vez habría que volverlo a escribir para arriesgar algunas hipótesis sólidas sobre lo que nos hace falta. Mientras eso sucede, de manera provisional creo que es preciso decir que la DSI necesita, por un lado, una nueva presentación orgánica. Dicho de otro modo, es necesario renovar el “Compendio de la Doctrina social de la Iglesia”. Han pasado 20 años de su publicación, ha prestado un gran servicio, pero ahora es preciso actualizarlo. Un nuevo Compendio permitiría subrayar la necesaria “hermenéutica de la continuidad” en la DSI y también ser más explícitos en algunas cuestiones que han felizmente madurado. Pienso en el fundamento escriturístico de la DSI, en la opción preferencial por los pobres, en la fraternidad abierta, en la doctrina sobre la pena de muerte, en la fundamentación de un sano personalismo comunitario, en los nuevos desafíos del mundo del trabajo, en la necesidad de una renovada economía social, en el medio ambiente y su imbricación con el desarrollo integral, en los pueblos autóctonos y sus derechos, en la crisis de la democracia, en la necesidad de una nueva gobernanza global, en los fundamentos del derecho a la migración, en la paz mundial, etcétera. Por otra parte, la DSI requiere ser entendida más y mejor como sabiduría práctica que emerge del sujeto eclesial. La DSI nace de la praxis pastoral y del compromiso activo de muchos fieles laicos en los más diversos ambientes. Su fuente no es un remoto escritorio en el Vaticano sino la experiencia de fe y el compromiso práctico del Pueblo de Dios frente a contextos sumamente variados. Esa sabiduría práctica luego es discernida por los pastores y retorna al Pueblo de Dios como enseñanza. Gracias a este modo “circular” la DSI ha podido y puede continuar su itinerario atendiendo y entendiendo los nuevos desafíos contemporáneos.
P.- ¿Cómo podríamos mejorar la promoción de la DSI en América Latina y el mundo entero?
R.- El sujeto real de la DSI no son los clérigos, las conferencias episcopales o los organismos vaticanos. El sujeto de la DSI es la totalidad del Pueblo de Dios. Por ello, la principal promoción que podemos hacer de la DSI es permitir que el sujeto emerja, florezca misioneramente y sea creativo. Existe aún mucho clericalismo que sofoca a la DSI o la mantiene como domesticada. La DSI merece ser estudiada y puesta en práctica más allá de las fronteras de lo que “convencionalmente” es considerado “pastoral” en la Iglesia. Por eso, son esenciales iniciativas como la UNIAPAC, el IMDOSOC, la Academia de Líderes Católicos, o las Universidades que enseñan DSI. Es necesario que la DSI se apropie con múltiples rostros y acentos en las más diversas realidades. En todos estos ambientes, eso sí, es importantísimo comprender e impulsar la vocación propia y específica de los laicos que estamos destinados a llevar la DSI al territorio de las decisiones prácticas y aún de espacios, como los gubernamentales, para los que los clérigos están limitados.
P.- Usted ha participado en la elaboración de diversos documentos del Magisterio episcopal latinoamericano y ha trabajado en el equipo teológico del CELAM durante mucho tiempo. ¿Es bien recibida la aportación de un laico en esos ambientes?
R.- He sido muy afortunado al trabajar de modos diversos con sacerdotes, religiosos y fieles laicos en distintas ocasiones desde el año de 1990 tanto en México, en el CELAM y ahora en la Santa Sede. Puedo decir que en la mayoría de las ocasiones el trabajo ha sido una experiencia muy enriquecedora. Tengo muy gratos recuerdos de esfuerzos realizados con Mario Angel Flores, con Mons. Talavera, con Mons. Sergio Obeso, con Mons. Mario de Gasperín, con Mons. Alfonso Cortés, con Mons. Andrés Stanovnik, con el cardenal Carlos Aguiar, con el ahora cardenal Víctor Manuel Fernández, con el cardenal Christophe Pierre y con personas a las que admiro mucho: Carlos Galli, Rafael Luciani, Jaime Mancera, Patricio Merino, Agenor Brighenti, Fidel Oñoro, y otros. Los fieles laicos no estamos llamados a clericalizarnos en estos espacios. Al contrario, debemos hacer valer nuestra propia identidad y misión al momento de colaborar con personas que gozan de otras vocaciones. Estoy convencido que parte del futuro que la DSI tendrá en América Latina y en el mundo atraviesa por la reivindicación de nuestra propia contribución como fieles laicos. Mi querido amigo Sergio Bernal Restrepo SJ, en paz descanse, no sin cierto humor, me dijo alguna vez aquí en Roma: “los fieles laicos son una bendición para nosotros los curas. Nos recuerdan con su sola presencia que la Iglesia es más que la Via de la Conciliazione”. Me parece que tenía razón.