Semanas atrás, aunque pasara algo desapercibida en los medios, la edición actualizada del Anuario Pontificio nos dejaba una sorprendente novedad: tras renunciar a él Benedicto XVI, en 2006, Francisco recuperaba un título histórico asociado al papado: el de “patriarca de Occidente”.
Lejos de ser algo meramente anecdótico, en clave ecuménica se entiende como un fuerte y simbólico gesto de acercamiento al mundo ortodoxo. Y es que, lejos de lo que algunos críticos sostienen, la ortodoxia sí reconoce el primado del obispo de Roma. De hecho, lo que cerraría un milenio de cisma sería, en buena parte, una relación fraterna con las otras cabezas históricas del cristianismo, que reclaman al representante de la cátedra romana que ejerza entre ellas un papel de “coordinador” y no de “soberano”. Es decir, la encarnación de la auténtica sinodalidad, tan anhelada por Jorge Mario Bergoglio como “gran reto de la Iglesia para el tercer milenio”.
De hecho, varios expertos aseguraron que un paso así, a buen seguro, se había dado tras una consulta previa a Bartolomé, patriarca ecuménico de Constantinopla. No solo por la estrecha relación que le une con Francisco, sino porque él es el ‘primus inter pares’ de la ortodoxia mundial.
Con el fin de conocer el impacto de este hito histórico, Vida Nueva contacta con el patriarca constantinopolitano. En una breve entrevista, Bartolomé también repasa su reciente paso por España y comenta su firme compromiso en otro de los objetivos globales que le unen a Francisco: la promoción de la justicia climática. Una charla en la que, por desgracia, también tratamos de conocer el momento actual en una ortodoxia fragmentada emocionalmente tras dos años de guerra en Ucrania. Y es que Bartolomé condena con rotundidad que el patriarca ortodoxo de Moscú, Kirill, haya roto el compromiso evangélico de la paz al bendecir espiritualmente los intereses políticos de Vladímir Putin, llegando a calificar la invasión de un país hermano como una “guerra santa”.
PREGUNTA.- Cómo valora el hecho de que Francisco haya recuperado el título papal de “patriarca de Occidente” y hasta qué punto es importante este gesto en la ortodoxia para revitalizar el diálogo ecuménico?
RESPUESTA.- La reciente recuperación del título papal de “patriarca de Occidente” en el Anuario Pontificio de este año que acaba de publicar el Vaticano, es la restauración de un título histórico para el Papa de Roma. Benedicto XVI retiró este título del Anuario en 2006. Una decisión que, muy probablemente, tuvo menos que ver con su relación con las Iglesias ortodoxas y más con las circunstancias del momento y los retos de la Iglesia católica romana en todo el mundo.
En aquel momento se temía que se diera demasiada importancia a la jurisdicción papal en detrimento del diálogo ecuménico. Aunque nunca creímos que esta fuera la intención del papa Benedicto, sin duda nos alegró ver que Francisco restauraba el título. Desde su elección y toma de posesión, el Papa ha preferido utilizar la expresión “obispo de Roma” por encima de cualquier otra nomenclatura.
De hecho, desde nuestra peregrinación conjunta a Jerusalén, en 2014, Francisco también ha subrayado su función y responsabilidad como “soberano de Estado de la Ciudad del Vaticano”. En otras palabras, siempre se esfuerza por demostrar la reducción de la autoridad global en favor de la reconciliación con la Iglesia ortodoxa.
Eso es, precisamente, lo que más cuenta en nuestra época y en nuestro mundo: curar las heridas y la división. Y, en este sentido, gozamos de las más estrechas y sinceras relaciones ecuménicas con nuestro hermano Francisco.
P.- Usted ha condenado enérgicamente la postura del patriarca ortodoxo de Moscú, Kirill, al apoyar la invasión de Ucrania por Putin. ¿Cómo cree que la historia juzgará esta justificación de la invasión de un país soberano e independiente?
R.- Es cierto que nos ha entristecido la postura del patriarca Kirill de Moscú sobre la injusta e injustificada invasión de una nación soberana por parte del Estado ruso. Sin embargo, no nos ha sorprendido del todo esta postura sumisa y servil hacia un Estado al que a menudo se acusa de autoritarismo y abuso, lo que se ha hecho cada vez más evidente en los últimos años y décadas.
El hecho de que el patriarca Kirill justifique sus decisiones y su conducta en círculos religiosos y laicos hace que su posición sea aún más inverosímil y despreciable. Como hemos subrayado en repetidas ocasiones, esta es una postura difícilmente aceptable por parte de un predicador del Evangelio y ministro de la Iglesia.
¿Cómo puede un líder responsable prometer garantías de salvación a ejércitos enviados a aniquilar una nación vecina poblada por hermanos y hermanas ortodoxos? ¿Y cómo puede un pastor responsable castigar a su propio clero por rezar en sus parroquias por la paz en lugar de por la victoria? En nuestra humilde opinión, ¡esto es absolutamente contrario a los principios del cristianismo, las normas de la integridad y la ética de los derechos humanos!