Francisco visita la ciudad italiana de Verona y se encuentra con los presbíteros y consagrados en la basílica de San Zeno
Por segunda vez en pocas semanas el papa Francisco ha viajado hasta el noroeste de Italia. Tras la visita a la Bienal de Arte de Vencia del pasado 28 de abril, este sábado se ha desplazado hasta Verona para participar en el Encuentro “Arena de Paz – La Justicia y la Paz se besarán”. Por ello a las 6.30 de la mañana, el pontífice partió en helicóptero del helipuerto vaticano para esta intensa jornada en Verona.
A su llegada, tras aterrizar en la plaza junto al Estadio Bentegodi, Francisco fue recibido por el obispo de Verona, Domenico Pompili; el Presidente de la Región del Véneto, Luca Zaia; el Prefecto de Verona, Demetrio Martino; y el Alcalde de la Ciudad, Damiano Tommasi. Con exquisita puntualidad, el Papa se trasladó en coche a la basílica de San Zeno donde, a las 8.30 horas, se reunió con los Sacerdotes y Consagrados, en el que es el primer encuentro de esta intensa jornada. Bergoglio se llevó como obsequio una reproducción del Cristo de la basílica así como el acta de bautismo y de confirmación de Romano Guardini, veronés de nacimiento.
“En la clausura no se pierde la alegría, jamás están con murmuraciones”, señaló el Papa tras entrar en el templo y saludar intensamente a un grupo de monjas de clausura. “¿Tenéis paciencia, porque son ocho páginas?”, bromeo para seguir con su intervención a los sacerdotes y consagrados. Para el pontífice, estar en el templo más importante de la ciudad “nos hace pensar en el misterio de la Iglesia, la barca del Señor que navega por el mar de la historia para llevar a todos la alegría del Evangelio”. Por ello reflexión sobre “la llamada recibida” porque “en el origen de la vida cristiana está la experiencia del encuentro con el Señor, que no depende de nuestros méritos o de nuestro compromiso, sino del amor con el que Él viene a buscarnos”, insistió. “Es pura gracia, pura gratuidad, un don inesperado que abre nuestro corazón al asombro ante la condescendencia de Dios”, añadió.
Invitando a todos a no perder “nunca el asombro de la llamada” de “acoger el don con el que Dios nos ha sorprendido”. “Si perdemos esta conciencia y esta memoria, corremos el riesgo de ponernos a nosotros mismos en el centro en lugar del Señor”, alertó. “Corremos el riesgo de agitarnos en torno a proyectos y actividades que sirven a nuestras propias causas más que a la del Reino; corremos el riesgo de vivir incluso el apostolado en la lógica de promocionarnos a nosotros mismos y de buscar el consenso, en lugar de gastar nuestra vida por el Evangelio y por el servicio gratuito a la Iglesia”, apuntó.
La segunda reflexión se centró en la misión insistiendo que “la audacia es un don que esta Iglesia conoce bien”. “Si hay una característica de los sacerdotes y religiosos veroneses, es precisamente la de ser emprendedores, creativos, capaces de encarnar la profecía del Evangelio”, destacó ejemplificando el testimonio de los santos vinculados a la ciudad que son ejemplo de “creatividad social” y de una “imaginación de la caridad animada por el Espíritu Santo” con la que “lograron crear una especie de ‘santa hermandad’, capaz de atender las necesidades de los más marginados y los más pobres y de curar sus heridas”.
“Lo necesitamos también hoy: la audacia del testimonio y del anuncio, la alegría de una fe empeñada en la caridad, la inventiva de una Iglesia que sabe captar los signos de los tiempos y responder a las necesidades de los que más luchan. A todos, repito, a todos debemos llevar la caricia de la misericordia de Dios”. Dirigiéndose a los sacerdotes insistió “perdonad todo, no torturéis al penitente en la celebración de la reconciliación”, “que no sea un potro de tortura, perdonad sin hacer sufrir, la Iglesia tienen necesidad de perdón y vosotros sois el instrumento para perdonar”, insistió a los sacerdotes.
“Especialmente a los que tienen sed de esperanza, a los que se ven obligados a vivir en los márgenes, heridos por la vida, o por algún error que han cometido, o por las injusticias de la sociedad, que siempre se cometen a costa de los más frágiles”, prosiguió tras un aplauso. Francisco destacó “la audacia de una fe que trabaja en la caridad” frente a las tormentas y el posible desaliento. “Sed audaces en vuestra misión, sabed todavía ser una Iglesia que se hace cercana, que se acerca a las encrucijadas, que cura las heridas, que da testimonio de la misericordia de Dios”, alentó frente a actitudes que “tienen sus raíces en la avaricia, la codicia, la búsqueda desenfrenada de la autosatisfacción, y están alimentadas por una cultura individualista, indiferente y violenta”.
Tras citar un consejo de san Zenón, quiso advertir del “riesgo” de “que el mal se convierta en ‘normal’, que nos acostumbremos a él –solo es normal en el infierno–. Y así nos convertimos en cómplices”. Recordando su encuentro con los sacerdotes jubilados de Roma, agradeció su compromiso en el apostolado y les invitó a seguir adelante ya que “tenemos la gracia y la alegría de estar juntos en la nave de la Iglesia, entre horizontes maravillosos y tempestades alarmantes, pero sin miedo, porque el Señor está siempre con nosotros, y es Él quien tiene el timón, quien nos guía, quien nos sostiene”, añadió citando a otro veronés, Daniel Comboni.
Finalmente incitó a vivir “una ‘santidad capaz’, una fe viva que con caridad audaz siembre el Reino de Dios en cada situación de la vida cotidiana”. Como Shakespeare se inspiró en Verona para la “atormentada” historia de Rome y Julieta instó: “Esforcémonos los cristianos, inspirados por el Evangelio, en sembrar por doquier un amor más fuerte que el odio y la muerte. Sueña así, Verona, como la ciudad del amor, pero no solo en la literatura”, clamó antes de pedir recen por él, “pero a favor”.