Los niños pasan una media de cuatro horas al día delante de las pantallas. Según la Asociación Europea para la Transición Digital, los españoles reciben su primer móvil entre los 10 y 11 años. De ellos, el 91% se conecta todos los días y el 98% participa en alguna red social. Una realidad que han de afrontar los más de 83.000 catequistas que según la Memoria de Actividades de la Iglesia dedican su tiempo a los pequeños.
Aunque es uno de los retos a los que se enfrentan hoy día, el enganche a las pantallas no es el único. Familias desestructuradas, familias migrantes que luchan por su integración en nuestro país o niños para los que la transmisión de la fe ha sido totalmente ajena en sus hogares son otros.
Sofía Alonso lleva más de diez años de catequista en su parroquia en el sur de Valencia. Tiene muy claro que “no lo cambio por nada del mundo”, porque, a pesar de las dificultades y la propia dedicación, “formar a los chavales y ver cómo crecen en la fe da una satisfacción enorme”. Es pura vocación lo que vive a lo largo del año en su parroquia. “Siempre quise ser catequista, desde pequeña” y ya “mi hija de doce años dice que cuando llegue el momento ella también lo será”, por lo que “es muy importante el ejemplo de los padres en este sentido para los propios hijos”, asegura.
Pero, ¿ha cambiado mucho la manera de catequizar y el ‘auditorio’ al que hay que dirigirse? “No tanto, aunque ahora se las saben todas… o casi todas: son más espabilados y, por supuesto, dominan todo lo que tiene que ver con las pantallas. Cada año hay alguno que pregunta si tiene que traerse la tableta de casa o por qué no las utilizamos cuando nos reunimos”. Y luego, “cada vez hay más niños con familias desestructuradas y que en esos momentos lo están pasando mal… por no hablar de los padres que están separados o divorciados y la situación que se genera cuando uno de ellos quiere que su hijo o hija haga la comunión y el otro no”.
El caso de Inma Guerrero es quizá el de otros cientos de madres en toda España. Es catequista y uno de sus hijos también ha hecho la primera Comunión hace tan solo unos días. De hecho, ella misma ha sido su propia catequista. En su caso, tiene claro que sin vivir en casa la fe no habría sido posible. “Me he metido en un lío porque al final he sido la encargada de organizar todo en la parroquia. Me han ayudado algunas madres, pero el peso principal lo he tenido yo”, cuenta entre risas. “Llevo ya varios años, pero este lógicamente ha sido el más especial”. A la pregunta de si merece la pena después de tanto esfuerzo, responde rápidamente: “¡Por supuesto que sí!”: “Y desde aquí quiero invitar a que aquellos que les pueda llamar la atención, o que quieran ser parte importante de la vida de los niños, a animarse”.
Sin embargo, no pierde de vista que el camino no ha hecho más que empezar. Falta la Confirmación y que su hijo no engrose las listas de aquellos que reciben ambos sacramentos y desaparecen de la Iglesia. “Por desgracia muchos lo siguen viviendo como un acto social, y no como algo fundamental en la vida de fe del niño y de la propia familia. Nosotros, los padres, somos culpables de ello, de no inculcarles bien lo que significa”.
Nadie pone en duda que la catequesis es uno de los tesoros de la Iglesia, el caldo de cultivo de las generaciones del futuro. Desde la Conferencia Episcopal se trabaja en continuo contacto con las diócesis y las parroquias. Francisco Romero, director de la Comisión de Evangelización, Catequesis y Catecumenado, reconoce que no es un tiempo fácil.
“Nos encontramos normalmente con que el centro de interés del niño o de su familia es hacer la primera Comunión o la Confirmación en el caso de los adolescentes. Pero la intención del catequista, de la parroquia, es iniciarlos en la fe, hacerlos cristianos”, por lo que “el centro de interés es diferente y va a marcar lo que quiere uno y lo que quiere otro”. “Lo importante –continúa– es que el catequista pueda ayudar al niño a que revierta su situación y busque la autenticidad de lo que debe hacer”.
En su opinión, los padres no pueden lavarse las manos en todo el proceso. De hecho, “hay que trabajar con ellos porque de lo contrario es muy difícil”. Una posible idea es “que a la misma hora que los niños están recibiendo la catequesis, en lugar de estar tomando un café fuera se lo puedan tomar dentro de la parroquia, que alguien les atienda y les ayude a profundizar en aquello que sus hijos están haciendo”. Está comprobado que, “en la medida en la que se les ofrece algo serio, los padres redescubren el valor de la fe y a través de la catequesis de sus hijos muchos han vuelto a la vida cristiana que habían abandonado, siendo evangelizados al final por sus hijos”.
Para Romero hay otra gran dificultad: el lenguaje. “Las nuevas generaciones tienen un lenguaje concreto y tenemos que hacer el esfuerzo por adaptarnos a ese lenguaje a través del que ellos entienden todo”. Sin embargo, cree que “las nuevas formas de comunicación, como las redes, la dinámica digital, no pueden estar fuera de todo esto”.
Llevar la experiencia de fe al resto es otro de los retos que siempre están presentes. Y, de hecho, el sacerdote es consciente de que las cosas “han cambiado bastante”. “En la actualidad la catequesis no es como antaño, cuando la familia educaba en la fe, la parroquia colaboraba y la escuela daba conocimientos suficientes para consolidar los conceptos”. Parafraseando al papa Francisco, “estamos en una nueva época” y “tenemos que ser conscientes de ello”. Ahora “es la parroquia la que tiene que pivotar toda la educación cristiana de las nuevas generaciones y es la parroquia la que tiene que ayudar a los padres siempre en contacto con los profesores de Religión para hacer juntos la misma tarea”.
Eso sí, lanza un aviso a los catequistas: “La catequesis no es la transmisión de unos conocimientos escolares, sino de una experiencia de la vida que es de fe”. “Esos conocimientos tienen que ir ligados a la experiencia de la vida y eso ayudará a que los niños tengan experiencia de fe, de Jesucristo”, señala.