El 8 de diciembre de 2023, después del rezo del ángelus, Francisco anunció que los días 25 y 26 de mayo de 2024 se celebraría en Roma la I Jornada Mundial de los Niños, añadiendo que la iniciativa respondía a la pregunta: “¿Qué tipo de mundo deseamos transmitir a los niños que están creciendo?”.
Cinco meses más tarde, ese anuncio ha demostrado la capacidad de convocatoria del Papa, porque estos días hemos visto y oído llegar a Roma más de cien mil niños y niñas, chicos y chicas de más de un centenar de países de los cinco continentes. Algunos de ellos, de Afganistán o Zambia, estaban presentes con delegaciones muy minoritarias; de otros lugares como Ucrania, Rusia, Israel o Palestina, pese a estar en guerra, no faltaron tampoco representantes. Dominaban, como es lógico, los italianos. España envió un digno centenar –la mayoría procedentes de Madrid– que desfilaron con nuestra bandera y tocados con sombreros andaluces.
Esos pocos meses de preparación explican, y en parte justifican, las deficiencias observadas sobre todo en el primer encuentro infantil celebrado el sábado por la tarde en el Estadio Olímpico de Roma, que, objetivamente, se desarrolló de una forma un poco decepcionante.
En primer lugar, las cifras previamente anunciadas no se cumplieron. El famoso campo de fútbol puede albergar hasta 80.000 personas y los organizadores –sobre todo, el franciscano Enzo Fortunato– se llenaron la boca dando por descontado que serían sesenta o setenta mil los presentes. En realidad, no llegaron a 50.000. Incluso, algunas fuentes dieron una cifra todavía más baja.
El acto comenzó, pues, con evidentes vacíos en las gradas, donde, por supuesto, no faltaban el entusiasmo y el vocerío. El cardenal José Tolentino de Mendonça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, responsable del acontecimiento, tomó la palabra para subrayar que “estamos viviendo un momento no fácil para el mundo, y el pensamiento del futuro aparece atravesado de muchas incertidumbres”. “Pero los más jóvenes nos enseñan el deber y las razones de la esperanza. De este grandioso auditorio que representa al mundo entero esperamos, pues, el impulso para escuchar la promesa: ‘Yo hago nuevas todas las cosas’”, remató en una alusión directa al lema de esta Jornada Mundial de los Niños.
A las cuatro y media, Francisco llegó exultante al Olímpico en un jeep blanco, y recorrió entre aclamaciones, vítores y aplausos la pista central hasta llegar a la sede erigida junto a una cruz floreada. Muy satisfecho, iba acompañado por cinco chavales que representaban a los cinco continentes. Fueron ellos los que le dirigieron un primer saludo. Comenzó el palestino Víctor preguntándole: “¿Qué culpa tenemos los niños que hemos nacido en Belén, Jerusalén o Gaza? Nosotros solo queremos jugar, estudiar, vivir libres como tantos otros niños del mundo. Reza por nosotros, enséñanos un oración especial para que llevemos la paz al corazón de todos”.
Siguieron en el uso de la palabra el argentino Mateo, de 12 años, que recordó “a los niños que no tienen qué comer, que están enfermos, implicados en la guerra, que viven en la calle”. Después de él, intervino la ucraniana Eugenia, refugiada en Italia, que “no quiero –dijo– que los niños oigan caer las bombas y vean la muerte de sus amigos y parientes”. Por Nueva Zelanda, intervino Mila y, al final, la afgana Rahel, que se definió como una “aspirante a periodista, una activista de los derechos de las mujeres y de los niños y, sobre todo, una mujer proveniente de un país donde las mujeres están privadas de su derechos básicos y a las que no se les permite hacer nada”.
Tras estas breves intervenciones, Francisco quiso hacer el “saque inicial” de este “movimiento de niños y niñas que quieren construir un mundo de paz, donde todos somos hermanos, un mundo que tiene un futuro porque queremos cuidar el ambiente que nos rodea”.
“Sé que se entristecen por las guerras –prosiguió el Pontífice–, que provocan muchos muertos y sufrimientos. Están preocupados por el cambio climático y sus consecuencias. Les duele que tantos niños de su misma edad no puedan ir a la escuela, a causa de las guerras o de las inundaciones, de la sequía, de la falta de alimentos y de atención médica. Son realidades que yo también llevo en mi corazón y se las encomiendo a Dios en la oración. ¡Y hoy lo vamos a hacer juntos!”.
Entonces, Bergoglio inició ese modelo de diálogo con sus auditorios cuya técnica domina a la perfección. Dejando de lado el texto de su discurso, el Papa se sometió a diversas preguntas formuladas por varios niños, entre ellos, el colombiano Jerónimo, la burundesa Lia Marise, el napolitano Riccardo o el nicaragüense Luis Gabriel. Fue la pregunta de este chaval latinoamericano la que tuvo una respuesta más extensa del Papa. “¿Por qué hay gente que no tiene casa ni trabajo? Es una pregunta real y no fácil de responder. Esto es una injusticia. Nosotros hoy estamos contentos, pero nuestro amigo nos hace una pregunta: ¿por qué? Es fruto de la malicia, del egoísmo, es el fruto de la guerra”, comentó.
Justo después, les hizo un encargo: “Les pido algo: que todos los días, cuando hagan la oración, recen por los niños que sufren esta injusticia”. A continuación, llamó a todos de forma insistente a pedir “silencio” para “rezar al Señor para que ayude a resolver esta injusticia de la que todos tenemos algo de culpa”.
“¡Hay tanta gente con el corazón cerrado y duro, que parece un muro!”, comentó después el Papa a una niña coreana. A partir de ahí, invitó a los menores a tener “ilusión” para “hacer cosas que hagan reflexionar a los adultos”. “Ustedes tienen que dar ejemplo a los mayores y preguntarles por qué hay gente que no tiene qué comer, tienen que plantearles esas dudas también a Dios”. “Queridos niños, con estas inquietudes pueden hacer una verdadera revolución”, reclamó.