América

La Iglesia en Honduras alerta sobre consecuencias desastrosas del calentamiento global en su país

Al concluir su asamblea plenaria, la Conferencia Episcopal exhortó al esfuerzo colectivo para el cuidado responsable de la Casa común





Del 3 al 6 de junio, los obispos de Honduras llevaron a cabo su asamblea plenaria, que concluyó con una exhortación al esfuerzo colectivo para el cuidado “con responsabilidad y con amor” de “la Casa común, que Dios nos ha regalado”, pues “estamos viviendo en nuestro país las consecuencias desastrosas del calentamiento global del planeta”.



Al acercarse el peregrinaje hacia el Jubileo 2025 -señaló la Conferencia Episcopal de Honduras, cuyo presidente es el arzobispo de Tegucigalpa, José Vicente Nácher Tatay– “hemos valorado esta ocasión providencial para motivar con fervoroso llamado a atizar el fuego de la fe mediante la oración, en todos los cristianos, y encenderlo en aquellos que están apagados en la fe”.

Los obispos hablaron de “los diferentes ‘yugos’ que resultan intolerables e insoportables: la pobreza, el ataque a la creación y a la casa común, la trata de personas, la intolerancia e indiferencia ante el sufrimiento del prójimo, la crueldad del mundo de las drogas, la desescolarización, la falta de oportunidades para el desarrollo social equitativo, etc.”.

Humildad, fuente de la paz en el mundo y en la Iglesia

Ante ello dijeron: “su Sagrado Corazón nos devuelve la ilusión de volver a empezar y a rediseñar la vida civil, social y política sobre los valores humanizadores de la bondad, la escucha, el respeto mutuo, el reconocimiento de las diversidades (políticas, sociales, religiosas y de pensamiento), y construir juntos una sociedad plural abierta a la vida, desde su concepción en el seno materno hasta la muerte natural, abierta al respeto mutuo, a la equidad y al orden justo, para alcanzar así el tan anhelado progreso”.

Asimismo, expresaron su convencimiento en que “entrar al Corazón mismo de Jesús nos permitirá que el orden social desordenado, las relaciones humanas erosionadas, el materialismo degenerativo y las tendencias egoístas y desequilibradas de la persona humana, se purifiquen y se reorienten a los valores perennes del Evangelio, el mismo que nos une a todos -creyentes católicos y hermanos de otras confesiones, hombres y mujeres de buena voluntad- a buscar la verdad, la paz y la reconciliación”.

Reflexionaron: “si viéramos el mundo con los cristales rotos y oscuros del pesimismo, viviríamos una experiencia desoladora y deprimente. Pero el mensaje de Jesús nos ofrece un aliento renovador, que fortalece nuestro espíritu y nos invita a cultivar más la fe”.

En ese sentido hablaron del “ejemplo del Nazareno”, para asumir “una actitud de humildad para resolver los conflictos por medio del diálogo, porque la humildad es la gran antagonista del más mortal de los vicios, la soberbia. La humildad es la fuente de la paz en el mundo y en la Iglesia”.

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