Los otros padres Llanos de hoy

El padre José María de Llanos en pantalla grande. Se la brinda ‘Un hombre sin miedo’, el documental dirigido por Juan Luis de No y estrenado el 7 de junio, que se adentra en la figura de este jesuita que pasó de ser confesor de Francisco Franco a participar en el primer mitin del Partido Comunista de España tras su legalización. Vallecas le cambió y él cambio a Vallecas. Los descartados de El Pozo del Tío Raimundo configuraron a un José María que se desgastó por ellos, no por filantropía, sino por Evangelio.



Así lo detalla en un artículo que nunca llegó a ver la luz en ‘Vida Nueva,’ revista de la que fue colaborador: “Perdonadme, pero resulta hasta grotesco salirnos con que Jesús en su mensaje vino a defender los derechos humanos. La misma paz citada y proclamada por Él no se identifica del todo con lo que hoy pretenden los pacifistas, les supera. Y lo mismo se diría de la justicia –Jesús vino a salvar, después dijeron que salvar era justificar–, la cual, como la liberación, es algo tan profundamente humano que no cuadra sino con el mensaje evangelizador”.

Más allá de sus vaivenes políticos, ¿permanece su legado social? Hoy, en 2024, existen ‘otros padres Llanos’, que no separan su ministerio y vocación de la defensa de la dignidad de la persona, de la ‘dignitas infinita’, aunque eso les suponga ser señalados, incomprendidos e incluso les siente en el banquillo de los acusados de algún juzgado.

En Murcia, Joaquín Sánchez es conocido por luchar contra la injusticia en todas sus formas. Su día a día transcurre entre la capellanía de la cárcel de Sangonera la Verde, los centros psiquiátricos de El Palmar y dos residencias de ancianos. Es además consiliario de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y pertenece a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, lo que le ha permitido frenar unos cuantos desahucios. Su compromiso social lo lleva en el ADN: “Estamos para seguir construyendo el Reino de Dios desde la misericordia, la compasión, el amor, la justicia, la libertad, la paz, el esfuerzo de cada día…”. Valores, reconoce, que ha aprendido en la HOAC. Pero lo que le configura también es “el propio sufrimiento de la gente”. Principalmente, “refugiados, migrantes, personas en paro…”, y pone de ejemplo a los niños que están “en los campos de refugiados”, cuando “te abrazan, cuando juegas con ellos… ellos forman parte de tu vida y tú formas parte de su vida; ellos están en tu corazón y tú estás en el suyo”.

José María Llanos. Fotograma del documental Un hombre sin miedo

Eso mismo lo vive junto a los privados de libertad y los enfermos mentales. Encargos que le llegaron porque su obispo “tenía dificultades para encontrar a alguien que fuera a esos mundos”. “Ahí también está el rostro de Dios”, apunta, sin poder olvidar aquel desahucio que logró evitar y la llamada que recibió para ir al rescate. Era una familia con cuatro niños. “A pesar del miedo, de la incertidumbre, de las comodidades… la fe es misión, es evangelización, es Buena Noticia con la gente, con rostros concretos”, expone. Precisamente ese estar al pie del cañón provoca que reciba continuas llamadas en su móvil, sea cual sea la causa por la que mojarse: “Me viene a la cabeza la lucha por el soterramiento de las vías… Ponían en marcha el AVE y separaría los barrios del norte y del sur. Si seguía así, se iban a quedar empobrecidos, aislados, como en una especie de gueto. Durante meses estuvimos protestando y cada día aparecía la policía. Al final, me terminaron multando”.

Su vida cambió

Este próximo agosto,  viajará a los campos de refugiados de Grecia, donde –asegura– está también parte de su vida. En Katsikas, uno de los peores campamentos del mundo, constató en los adultos y niños con los que convivía cómo “las élites sociales, políticas, económicas han tomado decisiones que han roto la vida de muchos”. Allí –reconoce– “mi vida cambió”. Al llegar a España, necesitaba expresarlo y comunicarlo, “que se supiera que había gente que ha huido de la guerra, de la muerte, de la destrucción, que ha dejado a sus hijos sin infancia” y “viven en cárceles”. “Según tratemos a las personas refugiadas, así será nuestra sociedad”, destaca categórico, ahora que su compromiso con los exiliados se ha fortalecido.

El poco tiempo que le queda libre lo dedica a relatar lo vivido, a darle forma y dotarle de pensamiento. Ya ha publicado cuatro libros. El último, ‘La utopía compartida’, junto al misionero Fernando Bermúdez. “Seguimos amando, luchando, soñando, cuidando la vida y cuidando el planeta”, sostiene. Además, es uno de los impulsores de la asociación ‘Te necesitas’ para “luchar contra la soledad, porque esto forma parte también de la pobreza…”.

‘Cura rojo’, ‘sacerdote comunista’ o ‘el curilla pancarta’ son los calificativos que le han ido colgando estos años. Tal y como le sucedía al padre Llanos. “¿Cura rojo?, siempre me ha llamado la atención este término porque poner en el centro del Evangelio a los pobres, como dice el Papa, es lo propio de la Iglesia, es ser cristiano, es lo que dice el Sermón de la montaña”, comenta. Lo cual no quita para que en algún momento lo haya pasado mal. “Me decían que hubiera sido un gran trabajador social, pero yo hago todo esto por fidelidad al mensaje de Jesús; como con el samaritano, salgo al encuentro de las personas heridas en el camino”. Por eso, no duda de que estos calificativos son “una forma de cercenar el Evangelio” y que la opción por los pobres es “básica” para todo creyente.

Ninguneados

De Murcia a Granada hay unos 280 kilómetros, pero apenas hay distancia de fe entre Joaquín y Mario Picazo, que lucha por la justicia social desde la parroquia de Santa María Micaela, ubicada en La Chana, un barrio obrero “de hombres y mujeres trabajadoras que está en expansión”. Este párroco explica que en “los últimos años se están incorporando muchos migrantes latinoamericanos y africanos”, lo que hace que “gocemos de una gran variedad cultural” y supone “que me implique más”.

La comunidad parroquial, a través de Cáritas, trabaja la acogida, la integración, la convivencia y la promoción frente a las situaciones de exclusión, a través de talleres, espacios de escucha y acompañamiento… “Somos, o pretendemos ser ‘Iglesia en salida’: presentes en las distintas asociaciones del barrio, acompañando a personas que están solas, ofreciendo la parroquia como lugar de encuentro y diálogo intercultural”.

Más que de marginados, Mario habla de “ninguneados”, entre los que se encuentran “muchas personas sin papeles que andan de acá para allá y que son explotados, personas sin hogar que malviven en la calle a la intemperie, muchas personas mayores solas viviendo en condiciones infrahumanas, familias –algunas con niños pequeños– que se encuentran en el umbral de la pobreza, personas con problemas mentales que no son atendidas ni comprendidas”.

Barrios con estigma

Le duelen especialmente estos “barrios estigmatizados”. “Es mucho el dolor y las heridas que en ellos se acumulan y que son ignorados por las instituciones. Me preocupa la utilización partidista e interesada que se hace de estos colectivos para incidir en el rechazo y la criminalización de estas personas, pero da la impresión de que no somos conscientes de que el abandono de estos espacios y situaciones son el caldo de cultivo de planteamientos antisociales y e ideologías extremistas”, confiesa Picazo.

Pertenece desde joven a la Juventud Obrera Cristiana (JOC), donde asegura haber aprendido a hacer una lectura del Evangelio “desde la vida de los más pobres”. “Ellos me han ayudado a leer el Evangelio despojado de ideología, de mitos”, agrega este presbítero granadino. Servirles a ellos “me ha obligado a prescindir de esquemas culturales ajenos a la experiencia originaria de Jesús y de las primeras comunidades, para acoger la frescura de la Buena Noticia haciéndome siempre la pregunta: ‘¿qué cuestiona de mi vida y de la sociedad? ¿Qué mensaje y qué novedad me ofrece?’”.

A los que piensan que lo social no tiene nada que ver con Jesús de Nazaret, les envía un recado: “Tomar conciencia de que en algún momento ha sido descafeinado nos llevará a descubrir que el Evangelio no es una bella teoría que justifica la existencia de una institución y unos ritos religiosos, sino que es ‘Espíritu y Vida’ para transformar la persona y la realidad, según el querer y el sentir de Dios manifestado en Jesús”. A todo esto le da sentido el Buen Pastor: “Su experiencia de Dios se ‘coció’ en el día a día, como hombre trabajador, vecino y compañero de tantos otros y otras que se ganaban el pan con el sudor de su frente. Desde ahí va formulando su fe en el Abba y va configurando su estilo de vida”.

Una reflexión, la de Mario, que entronca con los pensamientos que el padre Llanos compartía en sus escuelas Primero de Mayo: “Seré hombre libre, duro, íntegro. Amaré y conoceré los problemas de la clase trabajadora. El trabajo es un honor, un derecho y un deber del hombre. Soy cristiano e hijo de mi Padre Dios. Seré hermano de todos los hombres, sin distinción de raza, sexo o color político, y para demostrarlo izaré diariamente las banderas de todo el mundo”.

Comunidad Adsis

Precisamente, la tierra que vio nacer, entregarse y morir al padre Llanos continúa siendo un ejemplo de su compromiso incansable. Su huella, lejos de borrarse, sigue guiando e inspirando a muchos. Miquel Corominas es párroco de Nuestra Señora de las Rosas, en Madrid, y pertenece al Movimiento de comunidades cristianas Adsis. Para él, el padre Llanos es “un hombre de Dios, que vivió  siempre intentando ser auténtico a esa llamada de Dios”.

Miquel nació en Barcelona y a los 18 años, allá por los años 80, con el equipo de monitores de un Esplai (club de Tiempo libre) fue de excursión al Parque Güell con un grupo de adolescentes. Para llegar, recuerda que “atravesamos la montaña del Carmel, un barrio lleno de inmigrantes extremeños y andaluces”. “Ver las calles sin asfaltar, las cuestas embarradas, los postes de luz desvencijados, las mujeres mayores con caras ajadas arrastrando por las cuestas la compra al salir del mercado, así como el bullicio desordenado en un barrio caótico y sin servicios”, se le quedó grabado en la retina. “Fue algo totalmente nuevo descubrir esa realidad, a no más de veinte minutos de mi barrio de clase media catalana”, reconoce.

“Me impactó y desconcertó”, asevera. En ese lapso de tiempo, conoció una pequeña comunidad Adsis del Carmel, que describe como “una fraternidad de hermanos y hermanas viviendo en un minipiso del barrio”. “Aquello dio respuesta a mi búsqueda de una fe y vida cristiana más allá de lo formal y ritual”, cuenta a ‘Vida Nueva’ sobre el ‘kilómetro cero’ de su vocación. Con 30 años se trasladó a Pamplona, donde acompañó con su comunidad a familias gitanas en el Centro de Acogida de Minorías Étnicas. Ordenado sacerdote, fue destinado a vivir con jóvenes de la Diócesis de Iasi, en Rumanía.

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