Valeska Ferrer se tuvo que contener las lágrimas en la clausura del Congreso Internacional Jordán celebrado del 5 al 7 de junio en el Espacio Maldonado de Madrid. Emoción por el camino recorrido. Y por lo que queda. Coordinadora del Proyecto Jordán sobre las causas estructurales del abuso en la Iglesia (UNIJES-Compañía de Jesús), esta abogada civil y doctora en Derecho Canónico, es profesora Universidad Pontificia Comillas.
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PREGUNTA.- ¿Qué es lo que todavía se le resiste a la Iglesia en la lucha contra esta lacra?
RESPUESTA.- Se nos resiste dejar de tener miedo. El miedo nos paraliza y no nos deja avanzar, no nos deja anunciar la buena noticia. Podríamos hacer una lista considerable de aspectos teológicos que inciden en los abusos. Enumero sólo algunos, como la manera en la que se ha entendido el ejercicio de la autoridad, muchas veces con falta de equidad y tendencias manipulativas; junto a una mala comprensión de la discrecionalidad. También se dan narrativas espiritualizadas cercanas a la herejía, que sostienen prácticas en las que se impone el silencio y se dinamiza el miedo a las represalias.
A esto se une una moral sexual poco discernida y reflexionada con expertos del mundo secular, así como la comprensión del clérigo como ‘alter Christus’ sin ningún tipo de consideración psicológica, afectivo… que ha permitido a personas limitadas relacionalmente, acceder a las esferas más íntimas de las personas desde el acompañamiento o dirección espiritual, desde la confesión, etc. Tampoco ayuda la imagen de la Iglesia como una sociedad perfecta, de nuevo mal entendida, en la que no puede existir ninguna mancha. Esto ha conducido a la imperiosa necesidad de ocultamiento.
Por otro lado, nacernos cargo del anuncio, de la misión que el Señor encomendó a los suyos, implica salir de nuestras oficinas de protección, salir de nuestros despachos e ir a buscar a las personas heridas por abusos, no esperar a que vengan a denunciar. Tenemos el deber de anticiparnos. Si de verdad queremos poner a las víctimas en el centro, estamos obligados a salir a su encuentro, a dejar que sus palabras, sus vidas nos sacudan internamente y provoquen cambios reales que la Iglesia y la sociedad necesitan.
Escucha profunda
P.- Una vez que se recibe una denuncia… ¿dónde suele atascarse el proceso?, ¿dónde surgen las principales dificultades?
R.- Contar con oficinas de protección en todas las diócesis y en todos los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica ha sido un gran avance, pero no garantiza un buen funcionamiento de los procesos de denuncia. Es necesario que las personas que atiendan no sólo tengan la formación académica necesaria para asesorar o acompañar (juristas, psicólogos, etc.), también deben tener las habilidades necesarias para no burocratizar y “cumplir” con políticas y protocolos.
La escucha profunda, la que atiende al corazón y se deja alcanzar por el dolor y la herida de las víctimas, es imprescindible a la hora de iniciar un proceso. El derecho procesal canónico, como decía Manuel Arroba Conde, es una herramienta pastoral, ha de servir para hacer bien a las personas, para sanar y abrir caminos de esperanza, de salvación. Por esto, la recepción de denuncias debe ser algo más que recoger datos y ofrecer terapia psicológica o espiritual. Sobre dónde surgen las principales dificultades señalaría dos, dentro de las muchas que podríamos destacar. La primera, la falta de claridad sobre cómo realizar la investigación.
P.- ¿Y se han ido solucionando o son muros infranqueables?
R.- Son muros que van a ir cayendo poco a poco, porque ya no hay vuelta atrás. Ha comenzado un dinamismo en muchas realidades eclesiales, en muchas personas, que ya no se puede frenar.
P.- En la presentación del congreso usted señaló que “Sin verdad, no es posible hacer justicia”…
R.- Sin verdad no es posible hacer justicia, y sin justicia las víctimas seguirán siendo víctimas, con dificultades y graves impedimentos para salir de dicho estado; sin verdad y justicia, los victimarios seguirán sin la posibilidad de realizar un procedimiento de responsabilización y reparación que les permita rehacerse como personas capaces de cambiar, de ser transformadas y ganadas para la vida; sin verdad y justicia la institución seguirá perdiendo la capacidad de ser “transparencia del Evangelio”, como dice José Luis Segovia. Lo que está en juego no es nuestra credibilidad. Lo que está en juego es la recuperación de tantas personas rotas por crímenes que se han dado en nuestra casa, y ante los que tenemos que responder.