El monarca ha participado en multitud de actos religiosos en esta década aunque sus manifestaciones confesionales han sido muy discretas
El 19 de junio de 2014 el rey Felipe VI asumía finalmente al trono tras la abdicación de su padre, el rey Juan Carlos I. Se cumplen ahora diez años de ese momento en el que el nuevo monarca presentaba su visión para “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”, según señalaba en su discurso de su proclamación. Una década en la que en lo religioso hemos visto en el rey a una familia católica y practicante pero muy cuidadosa con las reclamaciones de laicidad.
Ya no vemos a la familia real en la misa de Pascua –costumbre imprescindible en otras monarquías europeas contemporánea– en Mallorca, pero en esta década el Rey ha participado en múltiples celebraciones religiosas, se ha santiguado siempre en los templos, ha venerado el Cristo de Medinaceli y ha seguido con naturalidad las contestaciones y ritos de la misa. Ha hecho la ofrenda al apóstol Santiago, acudido a funerales tanto de familiares como otros de un carácter más institucional y ha potenciado que sus hijas no solo reciban el bautismo en palacio sino que también comulguen y hagan la confirmación junto a sus compañeros de clase en el colegio –aunque no hemos visto ni una triste foto–.
Hace diez años se prescindió del Te Deum con motivo de la coronación y se ha retirado el crucifijo y la biblia de las tomas de posesión de los altos cargos del Estado en Zarzuela, potenciando la idea de que la fe, para ser auténtica, parte de una convicción personal e interior. Quizá por ello tampoco hemos visto a Felipe VI tomar posesión de su cargo como ‘protocanónigo honorario’ de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. Ahora bien, eso no quita para que se mantengan las relaciones habituales con organismos como la diócesis castrense o la Conferencia Episcopal Española a cuyo presidente recibía el pasado 14 de junio.