A este Papa no le amedrentan las novedades, la innovaciones o las rupturas de ciertos tabúes en torno a esta frase: “Eso no se ha hecho nunca antes”. Acaba de demostrarlo de nuevo asistiendo por primera vez a una reunión del G7, la institución que reúne a las siete democracias occidenatles más ricas y poderosas. Ningún otro pontífice lo había hecho anteriormente.
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Todo se fraguó hace pocos meses, cuando la presidenta del Consejo de Ministros de Italia, Giorgia Meloni, cursó una invitación oficial a Francisco para que participara en la reunión del G7 que iba a tener lugar los días 14 y 15 de junio en la localidad de Borgo Egnazia (región de Apulia), ya que Italia ocupa la presidencia de turno. Jorge Mario Bergoglio dio su acuerdo cuando supo que el tema que iba a ser tratado era la inteligencia artificial, que, como se sabe, figura entre sus mayores preocupaciones. Meloni hizo el anuncio oficial, subrayando que la participación de tan ilustre huésped era un honor para Italia.
A las diez y media de la mañana del viernes 14 de junio, el helicóptero de la Aeronáutica italiana despegó del helipuerto vaticano rumbo al sur de la península. Con el Santo Padre viajaban el regente de la prefectura de la Casa Pontificia, el padre Leonardo Sapienza, y un séquito muy restringido. La duración del vuelo fue de hora y media y, a las doce y diez del mediodía, aterrizaba en un terreno deportivo del lujoso hotel donde se desarrollaba la cumbre del G7.
Encuentros bilaterales
Acudió a recibir al Papa la presidenta Meloni, y ambos tomaron asiento en un cochecito eléctrico que les condujo al recinto donde tenían lugar las reuniones de trabajo. Sin pérdida de tiempo, el Pontífice dio comienzo a la serie prevista de encuentros bilaterales. La primera en ser recibida fue la directora general del FMI (Fondo Monetario Internacional), Georgieva Kristalina, a la que sucedió el presidente de Ucrania, Volódimir Zelenski, con el que Bergoglio se fundió en un cálido abrazo.
Seguidamente, se entrevistaron con el Papa el presidente francés, Emmanuel Macron, y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau; encuentros todos ellos no muy largos, pero en los que se abordaron importantes temas de la actualidad internacional. En el caso del mandatario galo, seguramente, estaría presente la preocupación por el auge de la extrema derecha en las elecciones europeas.
La siguiente etapa comenzó a última hora de la mañana en la Sala Arena, donde tuvo lugar la sesión plenaria. Bergoglio tomó asiento en el medio de una de las dos alas de la gran mesa oval ocupada por todas las personalidades políticas y económicas presentes en esta cumbre, ampliada a numerosos jefes de Estado y de Gobierno.
Al tomar la palabra, Francisco inició su discurso anticipando que tenía del mismo dos versiones, una larga y otra más corta. Decidió leer solo esta última, en la que calificó la inteligencia artificial como “un instrumento fascinante y tremendo; como sabemos, es un instrumento extremadamente poderoso que se emplea en numerosas áreas de la actividad humana: de la medicina al mundo laboral, de la cultura al ámbito de la comunicación, de la educación a la política”.
“La magnitud de estas complejas transformaciones –observó– está vinculada obviamente al rápido desarrollo tecnológico de la misma inteligencia artificial”. “Es precisamente este poderoso avance tecnológico el que hace de la inteligencia artificial un instrumento fascinante y tremendo al mismo tiempo y exige una reflexión a la altura de la situación”, sentenció Francisco. En esta misma línea, apuntó que “los beneficios o los daños que esta conlleve dependerán de su uso”.
Más allá del cuerpo
En una alocución en la que se fundía a la bioética con la filosofía y aspectos técnicos de la cuestión a tratar, el Obispo de Roma expuso que “vivimos una condición de ulterioridad respecto a nuestro ser biológico; somos seres inclinados hacia el fuera-de-nosotros; es más, radicalmente abiertos al más allá”. Y es en este punto donde ahondó en el factor religioso: “De aquí se origina nuestra apertura a los otros y a Dios; de aquí nace el potencial creativo de nuestra inteligencia en términos de cultura y de belleza; de aquí, por último, se origina nuestra capacidad técnica. La tecnología es así una huella de nuestra ulterioridad”.
A partir de ahí, reivindicó que cualquier avance, sea en la materia que sea, ha de ponerse “al servicio de los hermanos y hermanas y de la casa común; y esto no siempre sucede”. Lo planteó con una advertencia añadida: “No pocas veces, precisamente gracias a su libertad radical, la humanidad ha pervertido los fines de su propio ser, transformándose en enemiga de sí misma y del planeta”. Por eso, Francisco determinó que, “solamente si se garantiza su vocación al servicio de lo humano, los instrumentos tecnológicos revelarán, no solo la grandeza y la dignidad única del ser humano, sino también el mandato que este último ha recibido de ‘cultivar y cuidar’ el planeta y a todos sus habitantes”.
Control humano
Adentrándose en la inteligencia artificial, que presentó como “un instrumento todavía más complejo” y que llegó a definir como “herramienta sui generis”, aportó una interesante reflexión. “Lo que hace la máquina es una elección técnica entre varias posibilidades y se basa en criterios bien definidos o en inferencias estadísticas”, aseveró, para apuntar justo después que “el ser humano, en cambio, no solo elige, sino que, en su corazón, es capaz de decidir”. “Por esta razón, frente a los prodigios de las máquinas, que parecen saber elegir de manera independiente, debemos tener bien claro que al ser humano le corresponde siempre la decisión, incluso con los tonos dramáticos y urgentes con que a veces esta se presenta en nuestra vida”, alertó el Sucesor de Pedro.
“Precisamente, sobre este tema –atención a este párrafo, que ha sido titular de numerosas informaciones, incluida la primera página de L’Osservatore Romano–, permítanme insistir en que, en un drama como el de los conflictos armados, es urgente replantearse el desarrollo y la utilización de dispositivos como las llamadas ‘armas autónomas letales’ para prohibir su uso, empezando desde ya por un compromiso efectivo y concreto para introducir un control humano cada vez mayor y significativo”. “Ninguna máquina debería elegir jamás poner fin a la vida de un ser humano”, sentenció, sin dejar margen de dudas.