América

Rezar ante el cementerio de los ‘sin nombre’





La hermana Clara Malo Castrillón enfoca si mirada. Descubre lo que está detrás de la verja. Y lo que ve al otro lado le hace llorar. A través de una pequeña apertura, puede ver los ladrillos, algunos del color de barro, otros blancos, en un árido campo árido. Son cientos de tumbas, ordenadas en fila como soldados. Están al otro lado del cementerio Terrace Park, en Holtville (California). Desterrados de los demás difuntos. No tienen nombre, ni flores, ni césped, ni palabras de amor de la familia en las lápidas. El único color visible es el plástico verde que mantiene fuera de vista estos túmulos estériles donde descansan los restos de “Jane Doe” o “John Doe”, el equivalente de “Fulano de tal” y “Fulana de tal”, como están escrito en los ladrillos.



No hay nada que indique quiénes están enterrados allí. Es el lugar de descanso final de muchos migrantes que murieron en el anonimato justo después de haber cruzado la frontera sur de Estados Unidos, en la tierra donde buscaban construir sueños. Algunos fallecieron ahogados o deshidratados y los restos que fueron encontrados por autoridades en los alrededores fueron sepultados junto a otros cuyas familias o conocidos no pudieron pagar una parcela en el cementerio.

Peregrinación

“Un campo de alfarero con una valla”, lamenta Marian Schubert, de las Hermanas de San José de Orange, que, junto con Malo, forma parte de un grupo compuesto principalmente por religiosas que trabajan por y para los más vulnerables. Juntas iniciaron una “peregrinación fronteriza” de cinco días para discernir cómo las comunidades religiosas pueden responder ante las situaciones que afectan a migrantes y refugiados.

Holtville, donde se encuentra el cementerio, está a unos 16 kilómetros de la frontera entre Estados Unidos y México y a unos 200 kilómetros al sur de San Diego. A medida que las autoridades de inmigración intensificaron esfuerzos en 2009 para atrapar a los que cruzaban la frontera, los migrantes comenzaron a viajar más cerca del Valle Imperial, una zona árida donde se encuentra Holtville. Aunque lograron cruzar la frontera sin ser detectados, la exposición a las dificultades de un terreno inhóspito pudo provocar su muerte.

Incinerados y esparcidos en el mar

Pero, en realidad, es difícil saber lo que pasó. Según el periódico ‘The San Diego Union-Tribune’, este cementerio de los invisibles abrió en 1994, aunque aseguran que, después de 2009, ya no hubo más entierros. Hoy en día, los cuerpos de los migrantes anónimos encontrados en similares circunstancias son incinerados y esparcidos en el mar. Es difícil encontrar una cifra precisa de cuántos han fallecido en estas circunstancias. La Organización Internacional para las Migraciones, que comenzó a llevar un registro de los migrantes desaparecidos desde 2014, contabiliza una media de cinco mil personas desaparecidas al año a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos. Pero el número verdadero se cree ser muchísimo más alto. Entre las causas más comunes de los decesos, se encuentran las condiciones ambientales, los ahogamientos y el transporte.

“Son personas que sobrevivieron todo el viaje y cruzaron sólo para encontrar la muerte en el nuevo mundo”, denuncia Malo, provincial de la Sociedad del Sagrado Corazón de México, que no puede contener las lágrimas mientras apoya la cabeza contra la valla del camposanto. Junto con otras consagradas, camina cantado en procesión hacia el muro enrejado que no permite entrada al lugar. Algunas hermanas colocan la palma de la mano contra la valla, cerca de una señal de “prohibido el paso”, antes de tirar flores por encima de la barrera, con la esperanza de que las flores caigan cerca de las tumbas.

Un muro incluso tras la muerte

“Incluso en la muerte, tienen un muro para mantenerles fuera”, clama Schubert, durante una comparecencia posterior en la Escuela Franciscana de Teología de la Universidad de San Diego, donde las hermanas se reunieron para hablar de la experiencia. “No tienen nombre”, insiste la hermana Herlinda Ramírez, de la congregación de San José de Orange, con la mente puesta en la dignidad robada de estos seres humanos. “El dolor está ahí, el sufrimiento del hombre está ahí”, remacha.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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