Vaticano

Francisco celebra el Día del Papa con la vista puesta en el Jubileo

El pontífice preside la eucaristía de los apóstoles san Pedro y san Pablo y bendice los palios para los arzobispos del mundo en la basílica vaticana





Cumpliendo la tradición el papa Francisco presidió en la Basílica Vaticana la solemnidad de los apóstoles san Pedro y San Pablo –patronos de Roma y Día del Papa–, una jornada en la que el pontífice bendice los palios para los 42 arzobispos metropolitanos nombrados en el último año. A estos les recordó que “están llamados a ser pastores diligentes que abran las puertas del Evangelio y que, con su ministerio, ayuden a construir una Iglesia y una sociedad de puertas abiertas”. A la fiesta se ha sumado un año más el Patriarcado ecuménico de Constantinopla con una delegación.



Abrir puertas

En su homilía, Francisco invitó a contemplar a los apóstoles que “fueron liberados y ante ellos se abrieron las puertas de una vida nueva”. Aludiendo a la Puerta Santa del Jubileo estepa que este sea “un tiempo de gracia” para que “todos tengan oportunidad de cruzar el umbral de ese santuario vivo que es Jesús y, en Él, experimentar el amor de Dios que fortifica la esperanza y renueva la alegría”.

“Dios libera a su Iglesia, a su pueblo, que está encadenado, y se muestra una vez más como el Dios de la misericordia que sostiene su camino”, apuntó el Papa aludiendo al episodio de la liberación de Pedro de la cárcel. “Es Dios quien abre las puertas, es Él quien libera y despeja el camino”, aludió. Además, prosiguió, “el encuentro con el Señor encendió en la vida de Pablo un celo evangelizador” que se tradujo en abrir las puertas de la fe allí por donde pasó.

“Los dos Apóstoles Pedro y Pablo”, destacó, “experimentaron la obra de Dios, que les abrió las puertas de su prisión interior y también de las prisiones reales, donde estuvieron encarcelados a causa del Evangelio. Y, además, abrió ante ellos las puertas de la evangelización, para que pudieran experimentar la alegría de encontrarse con los hermanos y hermanas de las comunidades nacientes y llevar la esperanza del evangelio a todos”.

Abrir el corazón

“También nosotros necesitamos que el Señor abra las puertas de nuestro corazón ―a veces atrancadas por el miedo, cerradas por el egoísmo, selladas en la indiferencia o la resignación― para que podamos abrirnos al encuentro con Él. También nosotros necesitamos una mirada capaz de reconocer qué puertas abre el Señor para el anuncio del Evangelio, para redescubrir la alegría de evangelizar y superar los sentimientos de derrota y pesimismo que contaminan la acción pastoral. También nosotros necesitamos una Iglesia que abra las puertas de la esperanza para acoger a todos, para que todos puedan sentirse en casa en el abrazo de Dios”, reclamó Bergolio.

Ante el Jubileo invitó a “soñar Roma como una ‘ciudad de puertas abiertas’”. Frente a las murallas defensivas medievales hoy, reclamó, hacen falta “puertas que se abran a la esperanza, al futuro, a la concordia, a un desarrollo integral que incluya a todos. Soñemos y construyamos Roma ―y, de igual manera, cada ciudad y la sociedad entera― como un lugar de puertas abiertas; un lugar que no sea devorado por el cemento y el tráfico, sino en el que los espacios sean más habitables y accesibles para todos; un lugar acogedor, en el que todos puedan sentirse en casa y nadie sea excluido o marginado; un lugar que favorezca el encuentro entre las personas, la amistad social, la solidaridad desinteresada; un lugar que abra el acceso a la cultura, al arte, a la belleza, un tesoro que estamos llamados a redescubrir para dar un nuevo aliento a nuestras vidas”.

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