En la tarde de ayer, 30 de junio, la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, que cuenta con un centenar de pastores para algo más de 400 parroquias (por lo que los hay que siguen en activo pese a tener más de 90 años), vivió una jornada de fiesta. Y es que, tres años después, la concatedral ferrolana de San Julián volvió a vivir unas ordenaciones sacerdotales. O mejor en singular, pues el consagrado era uno solo: Salvador Calvo-Berenguer.
Eso sí, fue todo un hito cargado de significatividad, pues el ordenado lo hizo con 56 años. Una edad muy por encima de la media. Aunque, como el propio Calvo-Berenguer había reiterado horas antes en una entrevista con ‘La voz de Galicia’, la suya no es una vocación tardía, “¡ni muchísimo menos!”.
De hecho, “yo ya me sentí llamado por el Señor cuando tenía ocho años y era alumno del colegio de las Discípulas. Pero, después, el tiempo fue pasando, marché a Santiago, trabajé y, finalmente, me encontré con la enfermedad de mi madre, a la que después también siguió la de mi padre. Y me dediqué a cuidarlos, que creo que es lo que tenía que hacer y lo que el corazón me pedía durante todos aquellos años. De hecho, desde el Obispado también me decían que, en aquellas circunstancias, me centrase en mis padres”.
Los detalles de la ceremonia, presidida por el obispo, Fernando García Cadiñanos, quien estuvo acompañado por el prelado electo de Tui-Vigo, Antonio Valín (hasta ahora, vicario general de MondoñedoFerrol), los ha recogido ‘Galicia Ártabra’. Gracias a ello, conocemos las palabras finales de saludo que pronunció el propio Calvo-Berenguer ante un templo abarrotado por los fieles.
Así, el nuevo sacerdote mostró su agradecimiento “al Señor, por haberse fijado en mí, un indigno siervo de Él”. Abrazo emocionado que hizo extensivo a todas las personas y comunidades que han configurado su vida y su vocación. En ese caminar, el paso previo al sacerdocio llegó el pasado 3 de diciembre, cuando fue ordenado diácono.
Ya entonces, como contó a los medios diocesanos en una bonita entrevista, destacó cómo fue “a raíz del fallecimiento de mi madre, a la cual me dediqué a cuidar”, cuando “empecé a participar en San Julián de catequista. Mi compromiso fue madurando y aquello que llevaba dentro desde pequeño fructificó y ha seguido creciendo en mí”.
En ese momento, aún tuvo que conciliar esos inicios en el “camino de mi vocación sacerdotal” con “el cuidado de mi padre, gracias a la ayuda inestimable que me prestaron los sacerdotes Ramón Antonio López y Segundo Pérez López, artífices de mi proceso de vocación intelectual y espiritual en Santiago, y con la colaboración y gran ayuda de mi párroco Ramón Otero”.
Formado durante cuatro años como seminarista en el Instituto Teológico de Santiago de Compostela, en ese tiempo estuvo colaborando pastoralmente en realidades eclesiales muy diferentes: “Las parroquias de Valdoviño, a través de sus actividades catequéticas y caritativas; las de la zona de A Mariña, en Viveiro; y, en esta última etapa, Terra Chá, donde me encuentro, en Vilalba”. En todos los casos “hay muchas semejanzas y diferencias al ser distintas realidades de la diócesis”.
Ahora, con la mirada puesta en el futuro, tiene claro en qué misión quiere derramar su vocación sacerdotal: “El desafío más importante es conseguir que los jóvenes se acerquen a la Iglesia; que los que están no se ‘escapen’ al hacer la primera comunión o la confirmación”. Además, también anhela “que entre las parroquias que constituyen una unidad pastoral formen entre sí una comunidad, sin perder su identidad de parroquia”.
Fotos: Diócesis de Mondoñedo Ferrol.