Si la vestimenta litúrgica propia de los diáconos es la dalmática y la estola cruzada, en el caso de Alejandro Abrante, la guitarra forma parte de su indumentaria. Este cantautor llegó al diaconado permanente casi por casualidad, por su implicación en la pastoral junto a su mujer, Alejandra.



Actualmente, es capellán del CIE de Hoya Fría en Tenerife –recientemente reabierto, aunque todavía no ocupado por residentes, a pesar de los últimos flujos migratorios que se viven en las islas– y responsable de la pastoral de la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, que curiosamente está dentro de la catedral de San Cristóbal de La Laguna.

Más allá de este ministerio concreto, Abrante es también profesor de Religión en un instituto y continúa con su vocación musical, ejerciendo a modo de enlace entre la Iglesia y todo este universo a través de un grupo diocesano que reúne a quienes son sensibles a esta realidad. La música le llevó de joven a comprometerse en algunas acciones eclesiales hasta llegar al seminario. Allí vio que su vocación no era el sacerdocio ministerial, aunque, posteriormente, además de licenciarse en Pedagogía, completaría los estudios eclesiásticos.

La salida del seminario y su frustrada vocación sacerdotal no le alejó de los ambientes parroquiales, comprometiéndose fundamentalmente en grupos de jóvenes a partir del tema de la música ya que incluso se empleaba como cantautor por los bares, reconoce a Vida Nueva.

El diácono permanente tinerfeño Alejandro Abrante durante una celebración de la Palabra en su diócesis

Por aquel entonces, su noción del diaconado permanente era más bien escasa, hasta que acompañó a un grupo de jóvenes de su diócesis junto a su mujer a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Colonia en 2005. “Yo solo iba de mero acompañante, pero se creó un ambiente muy envolvente en torno al lema que había en aquella JMJ, ‘Hemos venido a adorarle’, y fue una experiencia muy potente, especialmente la exposición eucarística de la vigilia”, recuerda.

A la vuelta, tras dejar al grupo en Barcelona, comenzó a digerir todo lo experimentado esos días y, con su mujer, decidieron, como los Magos de Oriente, “volver por otro camino” y pasar unos días tranquilos de desconexión en Burgos. Fue allí donde hablando con un sacerdote, casi por casualidad, le planteó la realidad del diaconado permanente. “Entonces no había muchas referencias, ya que, por ejemplo, en la diócesis solo había uno”, comenta.

A esa conversación inicial seguiría un encuentro con el obispo para plantear en serio la cuestión y comenzar un camino de acompañamiento y discernimiento de esta posible vocación que parecía estar llamando a su vida, en la que había muchos frentes pastorales donde colaboraba. Llegaría después la ordenación y el envío a ejercer su nuevo ministerio en las plataformas sociales y entre los colectivos de músicos. En este sentido, siguiendo unas palabras del papa Francisco, se siente como un “enviado a vivir la diaconía, el ministerio de la caridad, con los jóvenes y alejados”.

Celo apostólico

Pero ¿y en casa? Abrante ha vivido este camino intensamente junto a su mujer, ya que se ordenó a los 35 años y su proceso de discernimiento se remonta a los 28 años, coincidiendo también con la llegada de sus dos hijas. Ella ha reconocido que “el celo apostólico de Alejandro no se lo va a quitar nadie”. En su momento pensó –y el tiempo le ha dado la razón– que, como diácono, su marido “va a hacer casi lo que ya hacía, pero ahora lo hace con la gracia del sacramento”.

Y es que la experiencia le ha hecho descubrir a Abrante una de las nociones básicas de este ministerio: que el diácono permanente no es un ministro a tiempo parcial, aunque compagine las funciones estrictamente ministeriales con las laborales y las familiares. El elemento vocacional hace que estos compromisos sean algo más que una faceta de su vida, porque –como él dice– la espiritualidad del diaconado, toda ella entera, es ya de Cristo y su Iglesia: en cada aspecto de su vida es un servidor, más allá de las tareas propias encomendadas por el obispo.

Tampoco Alejandra es ajena a todo lo que implica la propia diaconía a la que está llamado todo cristiano, ya que es trabajadora de Cáritas. Así, mientras su marido responde a las encomiendas del obispo diocesano, ella sigue colaborando e implicada en la parroquia del barrio. Aunque juntos también llevan adelante algunos proyectos, como el acompañamiento a un grupo misionero joven, ya que en este campo comparten también inquietudes.

Entre sus experiencias misioneras en familia, figura un verano en Costa de Marfil con su mujer varios años y, posteriormente, con sus hijas adolescentes, Catalina y Jimena, en una presencia de las Hermanas de los Pobres. También juntos desarrollan el proyecto ‘Volver a Galilea’, que trata de animar a agentes de pastoral de las diferentes islas en la misión y evangelización. Así, además de pasar los viajes de fin de semana juntos, se fortalece una convicción de Alejandro: “Mi primer diaconado es la familia”.

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