La realidad del diaconado permanente ha ido poco a poco creciendo y consolidándose en diferentes diócesis españolas. Tras los vaivenes vocacionales que vivieron aquellas generaciones de sacerdotes que sobrevivieron al Vaticano II, a medida que se iba serenando la situación –aunque en medio de las continuas crisis que han azotado a los seminarios y noviciados de congregaciones–, la evolución de la reflexión sobre el diaconado permanente está alcanzado una madurez, pese a que su difusión alcance pocos círculos concéntricos en las ondas formadas por la visibilidad eclesial de quienes forman parte del sacramento del orden en la sociedad española.
En España los diáconos permanentes no son tan numerosos, pero en otros países su número va siendo muy considerable, pues su crecimiento en relación a otros ministerios o a la propia vida consagrada es muy superior. En el Anuario pontificio se constata que, en el mundo, se ha pasado de los 29.000 que había en 2001 a 45.000 en 2016, llegando a los casi 50.000 en la última edición de las estadísticas oficiales. El 97% de los diáconos permanentes está en América, con países como Estados Unidos, en el que hay unos 21.000 –solo en el año 2023 se ordenaron 587 nuevos diáconos permanentes, siendo la diócesis con mayor crecimiento la de Chicago– y cuentan con una presencia importante en Brasil, Argentina, Chile o México; y Europa, donde destacan Alemania y Francia cada uno con más de 3.000 diáconos permanentes.
En España hay 572 diáconos permanentes (datos de mayo de 2024) y la realidad ha pasado de estar coordinada por el Comité Nacional para el Diaconado Permanente, a integrarse en la Comisión Episcopal para el Clero y Seminarios con un obispo vocal que en estos momentos es Joan-Enric Vives, arzobispo de Urgell y co-príncipe de Andorra. También se ha creado un Consejo Asesor de los Diáconos con representación de todas las provincias eclesiásticas. “Tenemos un Plan formativo, con un Directorio para el Diaconado permanente, y las diócesis lo ponen en práctica según la normativa que cada obispo aprueba para su Iglesia particular”, explica Vives a ‘Vida Nueva’. La formación, explica, concluye aterrizándose de forma muy variada, ya que “los campos pastorales están muy abiertos: liturgía, catequesis, salud, apostolado, Cáritas y otros compromisos sociales, mundo obrero, tanatorios y acompañamiento en el duelo…”.
Un momento que forma parte de la agenda es el encuentro anual que organiza la Comisión y que, señala el arzobispo, “han incorporado a las esposas y los hijos pequeños, y se busca la convivencia fraterna, la oración y la celebración de la fe, ejerciendo el propio ministerio, compartir experiencias positivas del ministerio y crecer en la reflexión sobre objetivos pastorales del ministerio diaconal”. Así se ha tratado la relación con el obispo y los sacerdotes, la cooperación sinodal en las parroquias, el matrimonio o el compromiso social.
Para Vives “es esencial que los diáconos no vayan por libre, ni se limiten a tareas litúrgicas, aunque sean muy importantes. La evangelización y la apertura misionera son objetivos esenciales”. Y es que, añade, “en varias diócesis ya se les encarga el cuidado directo de una parroquia, juntamente con el párroco sacerdote. Y en algunas Iglesias particulares se ha formado un equipo diocesano de diáconos, que comparten las concreciones de su responsabilidad y que participan en la animación vocacional de otros laicos, y con sus esposas dan un testimonio muy evangélico de caridad y de amor familiar”. También, explica, “suelen tener una jornada diocesana especial para los diáconos, algún retiro espiritual y, sobre todo, aprecian la presencia y el acompañamiento directo del obispo”.
En la Archidiócesis de Madrid, este año en la fiesta de san Pedro y san Pablo, los diáconos permanentes han tenido cierto protagonismo. Y es que el 29 de junio el obispo auxiliar Jesús Vidal ordenó a tres nuevos diáconos permanentes en la catedral de la Almudena. De esta manera, el número de estos se eleva a 50. El presidente de la Comisión del diaconado permanente de Madrid, Juan Carlos Vera, párroco de Beata María Ana de Jesús, destaca en ‘Vida Nueva’ lo importante del proceso formativo que siguen los diáconos para discernir su vocación desde la peculiaridad que tiene cada uno de ellos.
Este proceso está bastante pulido en Madrid, ya que la realidad del diaconado permanente se implantó oficialmente en el año 1985 con un decreto del entonces arzobispo Ángel Suquía, tras una reflexión con una comisión específica y la petición del consejo presbiteral. En este tiempo ya ha fallecido alguno de los primeros ordenados a la vez que alguno ya ha celebrado los 25 años de ministerio. Vera señala que hay un grupito de diáconos que están entre los 70 y 80 años y otro buen conjunto de los ordenados más jóvenes. Alguno de ellos recibió el sacramento con la edad mínima establecida por el Derecho Canónico para los casados, los 35 años. Aunque el dato más esperanzador es, quizá, que dentro del proceso formativo hay una veintena.
Este proceso, explica Vera, tiene fundamentalmente tres etapas que en el nombre son muy similares a las que viven los seminaristas, pero las características y peculiaridades no tienen nada que ver. “Lo primero es un año propedéutico de conocimiento de lo que es el diaconado y de discernimiento de la vocación por parte del candidato junto a su esposa y el acompañamiento por parte de un sacerdote que está en la propia comisión diocesana”, apunta el párroco. Este acompañamiento parte de las inquietudes de cada una de las personas y de la presentación que de ellos hacen sus párrocos, “que son los que están más cerca de ellos y los que en la mayoría de los casos les han orientado hacia el diaconado permanente”, añade Vera. En este año se organizan reuniones mensuales, ya que los posibles vocacionados deben atender sus responsabilidades familiares o laborales a la vez que van profundizando en el sentido del diaconado en parte gracias a la ayuda del testimonio de otros diáconos y sus esposas.