El obispo auxiliar de Managua, Silvio José Báez, que pasa su exilio en España –el Gobierno de Nicaragua le despojó de la nacionalidad– predica esta semana la novena a la Virgen del Carmen en los carmelitas de Salamanca. Tras el acoso del régimen de Daniel Ortega este biblista reitera que salió del país porque el papa Francisco “literalmente me dijo que no quería otro obispo mártir más en Centroamérica”.
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Religión y poder
En una entrevista en La Gaceta de Salamanca, relata este prelado carmelita que tras 30 años de profesor en Roma volvió a su país en 2009 y se encontró “con un país en donde había un gobierno que progresivamente se volvía más autoritario, irrespetuoso con los derechos humanos con profundos actos de corrupción, una desigualdad económica y, sobre todo, me impactó que utilizaba la religión y se presentaba como un gobierno cristiano”. El obispo, entonces, relata, comenzó a criticar que desde el Gobierno “utilizaban la religión como sustento de sus políticas populistas y su intento de perpetuarse en el poder. Usaba la religión porque el pueblo de Nicaragua es profundamente religioso y mayoritariamente católico. Me sorprendió ver la manipulación de la fiesta, de los símbolos religiosos y de la fe sencilla del pueblo por su afán de dominar y someter”.
Este situación, explica marcó su ministerio en el que trataba de “mostrar la dimensión liberadora de la fe cristiana y educar a la gente en la dimensión política de la fe y ayudar a que creciera en el país la conciencia crítica desde el evangelio frente a la progresiva destrucción de una fragilísima democracia”. Él, añade, trataba de “demostrar que la religión en vez de ser sustento ideológico del poder estaba llamada a ser crítica”, lo que le valió la furia de Ortega para quien acabó convirtiéndose en “un estorbo, un obstáculo”, algo que se tradujo en ataques verbales y amenazas de muerte. “Lo que comenzó como un gobierno autoritario que se fue cada vez fortaleciendo que ha convertido el país en una cárcel”, denuncia ahora sobre la situación en Nicaragua. “Ha habido confiscación de bienes de la Iglesia, congelación de cuentas de la Conferencia Episcopal, prohibición de fiestas patronales. Es una situación inédita y dolorosísima. Mi corazón está allí”, lamenta.