En el altar de Romero de Torres

‘Samaritana’ (1919), de Julio Romero de Torres retrató a Jesús y lo pintó para su madre

Julio Romero de Torres (Córdoba, 1874-1930), “el más destacado simbolista de la pintura española”, como lo denominó Carmelo Casaño, es mucho más que la mujer morena, la libertad, el folclore y la pasión. Romero de Torres también fue protagonista de una “espiritualidad sui géneris” –como describe Mercedes Valverde Candil, la mayor especialista en el pintor cordobés–, que cabalgó siempre entre lo sagrado y lo profano, la gracia y el pecado, la dualidad que veía en aquella Córdoba de principios del siglo XX, en aquella España que replanteaba como nunca lo había hecho su relación con la religión.



“Lo que para mí siempre ha sido una gran incógnita es qué hubiera pasado si Julio hubiera vivido más: murió con 55 años. Yo creo que el futuro de su pintura iba por el realismo –expone Valverde–. Su pintura es narrativa, literaria, enigmática, misteriosa: te está contando una historia. Yo no conozco nada igual. Él pinta el espíritu de las cosas, y eso no lo ha hecho nadie. Córdoba le debe muchísimo. Y la mujer andaluza más, porque nos dio las señas de identidad. Julio es inclasificable”.

Lo local fue en él una inspiración constante, pero su mundo era, ciertamente, mucho más hondo, más extenso de lo que manifiesta el cliché folclorista que le persigue, incluso en el 150º aniversario de su nacimiento. Mirar la pintura de Julio Romero de Torres es examinar toda una sociedad, repintar el papel de la mujer y, con ella –con su sensualidad, con la espiritualidad, con los retratos y sus estados de ánimo–, hablar del combate interior, la duda, el futuro que se asoma, el pulso con el pasado, con la fe, con la Iglesia siempre de fondo.

Paisajes con templo

En lo que es una constante, más allá de la alegoría, en los paisajes de sus retratos casi siempre habita un templo cordobés. En ‘La niña del Rosario’ (1919), la modelo Conchita Tapia deja ver su seno izquierdo, al tiempo que, en contraste, el pintor pone en sus manos las 59 cuentas de un rosario. Al fondo está representada un templo –la parroquia de San Lorenzo– y una recreación de la campiña cordobesa. A veces, cambia de iglesia, como en ‘Señorita en el pozo’ (1906), el retrato de una joven de pie junto a un pozo ante la fachada de la iglesia de Capuchinos y el Cristo de los Faroles, motivo también recurrente. La fachada de la iglesia de Santa Marina ocupa el fondo de ‘La consagración de la copla’ (1912).

Al examinar la visión de la Semana Santa de Córdoba en la obra de Romero de Torres, Valverde llega a afirmar: “El espíritu de la Semana Santa está en el cuadro de ‘La saeta’ y, en ‘La consagración de la copla’, aparece la Virgen de los Dolores al fondo. Hay otros cuadros, como ‘Pidiendo a la Virgen’, ‘Viernes Santo’ y ‘Jueves Santo’. Y el panel central del ‘Poema de Córdoba’ es una exaltación a la Córdoba religiosa, con mantillas, a san Rafael. La espiritualidad ‘sui géneris’ de Romero de Torres es una faceta importante en su producción. Lo considero un pintor religioso”.

Poema de Córdoba de Julio Romero de Torres

Carmelo Casaño creía que no, que en el lenguaje simbólico que crea Romero de Torres –sobre todo, entre 1907 y 1915–, lo que emerge es una “fuerte intención crítica con la Iglesia y con algunos sectores de la sociedad de su época”, como escribe. En todo caso, intenta limitar el peso de lo religioso a la devoción del pintor cordobés por Juan Valdés Leal, por la tradición del Barroco, que hace suya para, según afirma, “parodiar manejando la iconografía a su antojo”. Alberto Millán Movellán insiste en que su obra es “una irreverencia disfrazada de sacralidad” o, como expone recordando a Ramón María del Valle-Inclán, íntimo amigo del pintor de Córdoba, “transcripción pictórica del esperpento”.

Toda la obra religiosa de Romero de Torres fue un ‘Retablo del amor’, como tituló su famoso lienzo, presentado con escándalo en la Exposición Nacional de 1910. Un retablo compuesto de tres calles sobre predela y seis paneles con marco neogótico. “El cuadro causó escándalo por su ambigüedad y lo erótico del tema. Puede decirse que es una exaltación del amor en su doble esencia, sagrado y profano, divino y humano”, describe Valverde, durante décadas al frente del Museo Romero de Torres en Córdoba.

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