Francisco Javier Múnera, actual arzobispo de Cartagena, la ciudad amurallada del Caribe colombiano, fue elegido nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana para el período 2024-2027 en el marco de la 117ª Asamblea Plenaria. Lo acompañarán Gabriel Ángel Villa, arzobispo de Tunja, en la vicepresidencia, y Germán Medina Acosta, obispo recién electo de Engativá, como secretario general.
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Este misionero de La Consolata (cuyo fundador, el italiano José Allamano, va camino de los altares) releva al cardenal Luis José Rueda, arzobispo de Bogotá. Tendrá la responsabilidad de seguir siendo faro para la paz y la reconciliación en un país sumido en la polarización política. De hecho, en el primer mensaje que suscribió como presidente, acentuó la importancia de “reconocer con humildad la diversidad de pensamientos y visiones, y la rica posibilidad que ofrece el diálogo sincero y profundo”; todo ello, “a pesar de las diferencias”.
Este antioqueño nació el 21 de octubre de 1956 en Copacabana, municipio del Valle de Aburrá. Contaba con un dilatado servicio pastoral en las periferias cuando, en 1999, fue nombrado por el entonces papa Juan Pablo II vicario apostólico de San Vicente-Puerto Leguízamo, en la Amazonía colombiana. En 2019, asumió las riendas de San Vicente del Caguán tras ser elevado de vicariato a diócesis. Tras 22 años de recorrido episcopal, el 25 de marzo de 2021, relevó al cardenal Jorge Enrique Jiménez, quien presentó su renuncia por límite de edad, en el gobierno pastoral de Cartagena. Confiando que su misión “es un servicio”, conversa con Vida Nueva sobre esta nueva encomienda.
PREGUNTA.- ¿Cómo asume ahora este nuevo encargo?
RESPUESTA.- Asumo una tarea inmensa, un servicio que dejó la anterior presidencia en un altísimo nivel de entrega. En primer lugar, agradecer a la Iglesia en Colombia, y, en segundo lugar, al país. Acojo esta designación como un gesto muy lindo de bondad de mis hermanos obispos y de confianza, no solo en mí, sino en la nueva presidencia formada también por el vicepresidente y el secretario general. Estamos confiados en la gracia del Señor y en el apoyo de nuestros hermanos obispos.
P.- Estuvo más de 20 años en la Amazonía colombiana. ¿Qué rescata de esa experiencia?
R.- Rescato varios aspectos.
- En primer lugar, las periferias nos ayudan muchísimo a ser misioneros, a recordar que debemos ser siempre una Iglesia en salida y al servicio de los descartados como primera opción.
- En segundo lugar, rescato una tarea fundamental que fue la de aportar en la construcción de la paz, dado que ese territorio y toda esa región son epicentro de unos diálogos que nos dejaron muchos aprendizajes.
- En tercer lugar, me deja el contacto con esos territorios amazónicos, el crecer en lo que es ‘Laudato si’’, en el cuidado de la Casa común.
Esos tres aprendizajes fueron muy importantes en mi caminar por esas tierras.
Sbiertos a la esperanza
P.- Como misionero de la consolata, ¿qué es lo que más valora de su carisma?
R.- Destaco dos dimensiones muy importantes que nos regala este carisma tras haber podido formarme en esta familia de los misioneros y misioneras de la Consolata. Primero, la dimensión de la consolación, que es una dimensión bíblica muy bella, de ser consolados por Dios para aportar a los demás ese regalo que hemos recibido; y el consuelo de Dios para la humanidad, que es Jesucristo. Segundo, llevar siempre clavado en la mente y en el corazón la pasión por la misión ‘ad gentes’, es decir, por la evangelización de los no cristianos. Fuimos formados para eso y, allí donde vayamos, tratamos de esforzarnos por vivir estas dos dimensiones tan importantes del carisma que nos ha regalado el beato José Allamano, próximamente santo.
P.- ¿Cuál será su impronta como misionero en el Episcopado?
R.- Servir a la Iglesia con mis hermanos en este clima de sinodalidad abiertos a la esperanza. Como reza el lema del Jubileo 2025, seamos peregrinos de la esperanza, con una clave de consolación. De estar al lado, como nos inspira María, de quienes más sufren.