Allá por los años 90, miles de jóvenes españoles, absortos frente al televisor, seguían las aventuras de Oliver y Benji, dos jóvenes que perseguían su sueño de dedicarse profesionalmente al fútbol. Muchos veían en estos ‘Campeones’ –así se titulaba la serie– su ‘yo’ del futuro. Ahora, lejos aquella ficción, niños, adolescentes y jóvenes ven en los jugadores de carne y hueso su fuente de inspiración. Y en primera línea figuran Lamine Yamal y Nico Williams. Ambos provienen de familias de migrantes que llegaron a España no sin dificultades, pero también con manos tendidas.



El Papa ya ha dicho en más de una ocasión que el fútbol es “lugar de encuentro e igualdad, y puede construir comunidades a través de puentes de amistad”. Es más, para Jorge Mario Bergoglio, un balón puede marcar “el gol decisivo, el gol que hace ganar la esperanza y que patea la exclusión”. Lo saben bien Jonas, Hamza, Marthial y Tomás.

Ellos son los ‘otros’ Lamine Yamal, que se alzan con la copa de la integración, partido a partido. Lo han demostrado en el campeonato que recientemente se jugó en el Estadio Nuevo Mirandilla de Cádiz, en recuerdo del que fuera delegado de Migraciones de la diócesis, Gabriel Delgado. Los equipos en competición estaban formados por migrantes acogidos por el Secretariado Diocesano de Migraciones, la Fundación Centro Tierra de Todos y la Asociación Cardijn, un equipo del Cádiz CF y otro de miembros de la Asociación de la Prensa de Cádiz.

Uno más

Jonas nació en Camerún y llegó a España con 19 años, hace cinco. Trabaja en la asociación Cardijn (se encarga de acoger e integrar a migrantes y refugiados) y estudia Administración y Dirección de Empresas. Eso sí, dedica al fútbol todo el tiempo libre que le queda.

Demostrar su valía en el terreno de juego “es una oportunidad para reivindicar que las personas migrantes somos uno más: tenemos nuestros derechos y deberes como cualquier otro ciudadano” –señala a ‘Vida Nueva’–, sin olvidar que “los seres humanos somos libres en derecho y dignidad”.  “Juego al fútbol desde que empecé a andar. Soy un apasionado de este deporte. En mi país jugaba al fútbol casi todos los días con mi equipo y con mis amigos” y, una vez establecido en Cádiz, “seguí jugando”, recuerda.

Los pocos años que lleva en nuestro país le han permitido conocer de cerca la labor de una Iglesia que no pide carné de pertenencia para echar una mano. O las dos. “La Diócesis de Cádiz es parte de mi familia. Me han ayudado con el aprendizaje del idioma a través de mis profesores. He tenido acceso a contratos de sustitución, me han ayudado a resolver mi situación administrativa y me han apoyado también financieramente durante mi primer año de carrera”, explica, al tiempo que destaca la cercanía del obispo Rafael Zornoza.

Por todo ello, “pase lo que pase, siempre estaré muy agradecido por lo que han hecho por mí. No puedo nombrar a todo el mundo, pero todos los que pertenecen al Secretariado de Migraciones, de cerca o de lejos, me han ayudado de una manera u otra”. Aun así, continúa encontrando dificultades en su día a día, porque sabe que no goza “de las mismas oportunidades que los demás”: “En todo lo que intento hacer, tengo que demostrar mucho más para que me acepten o me cojan. Sin embargo, todos los seres humanos somos iguales”.

El espíritu del que Jonas hace gala en el campo de fútbol es el mismo que intenta llevar a otros ámbitos de su vida: “Soy una persona luchadora, que no se rinde nunca. Yo no creo en la suerte. Creo en el trabajo duro. Como dijo Sénéca: ‘La suerte es donde confluyen la preparación y la oportunidad’. A veces, los que no tienen el mismo hambre que tú, lo ven como arrogancia, soberbia…”. “Es decir, cuando uno se prepara bien, sabe visualizar mucho mejor las oportunidades”, remata convencido.

Entre regates y tiros a puerta, este camerunés sigue con su trabajo y sus estudios, y –como verbaliza él mismo–, por qué no, dentro de unos años “me gustaría ser un genio de las finanzas y sacarme el doctorado”.

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