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Bill Viola: la luz que nunca se extinguirá





Ha fallecido en Long Beach un artista único, especial, indiscutible. Bill Viola (Nueva York, 1951-Los Ángeles, 2024) es de aquellos grandes maestros que permanecerá en el tiempo y en la memoria. Esa misma que el Alzheimer le hurtó en los últimos años, apartándolo –entre otros escarnios– de seguir ampliando su “vía mística”, ese camino de reflexión, de descubrimiento, de iluminación, de vida interior, de pausa, de emociones, de dimensión espiritual, que abrió en los últimos cuarenta años a través del videoarte.



En 1983 expuso en el MoMA de Nueva York una instalación, ‘Habitación para San Juan de la Cruz’ (1983), en la que recreó la celda de reclusión en Toledo de 1577: un zulo de piedra, una cordillera de fondo, profundos barrancos y nubes amenazadoras, una mesa, una garrafa con agua, un vaso y un monitor. La imagen y el color reflejaban quietud. Era la construcción de una imagen de santidad, paz y libertad. Con ella, comenzó a demostrar lo que tantas veces él mismo afirmó: “El arte es el proceso de despertar el alma”.

Fue un precursor. Nadie le conocía mejor que Kira Perov, quien trabajó con él desde 1979 y comisarió gran parte de sus elocuentes exposiciones. “La obra de Bill profundiza en las experiencias fundamentales de la vida humana: el nacimiento, la muerte, las emociones, la conciencia y la espiritualidad. Al principio, usaba la cámara de vídeo y el objetivo como sustitutos del ojo, a fin de ensanchar la visión, acercar las cosas o ampliarlas, experimentar con la percepción y realizar observaciones prolongadas de objetos sencillos. Bill nos ha hecho ver que cuando miras algo durante mucho tiempo se hace visible su esencia. Por eso siempre le ha interesado la vida interior del mundo que lo rodea”.

Un modo de descubrir a Dios

Pero su arte es, ante todo, un modo de descubrir a Dios. Fue, aún es, un mensajero, un testigo, un apóstol. Sus instalaciones, sus proyecciones de vídeo, esos hálitos de luz y sonido, no solo habitan iglesias y catedrales, sino que se han quedado por siempre dentro, muy dentro, de los ojos y del alma, porque él se empeñó en vestir a Dios de nuestro tiempo, rodarlo a imagen y semejanza, para reivindicar en medio de la prisa, del tumulto, del ruido, de la violencia, del dolor, que sí, que es posible detenerlo todo y encontrarlo.

Nada es igual, nada seguía siendo igual, después de presenciar sus obras. Jesús, María, los evangelistas, mártires, ángeles, fueron objetos de sus creaciones, inundadas de devoción por los pintores del Renacimiento. En la catedral de San Pablo, en Londres, le enseñó al mundo su devoción por María con una videoinstalación llamada así, ‘María’ (2016), y cinco escenas gritando al mundo que la Virgen, recreada como una Pietà, le inspira valores tan necesarios como la creatividad, la procreación, la fuerza interior, el amor, la compasión, el refugio, el ciclo de la vida…

Era la otra cara de ‘Mártires’ (2014), otra de sus famosas videoinstalaciones, que también se puede ver en cuatro pantallas de plasma en otra de las capillas del templo anglicano, pero que, además, expuso en múltiples exposiciones en iglesias, como en Cuenca o Girona. ‘Mártires’ sobrecoge, inquieta, duele. Cuatro mártires –un hombre, tres mujeres– reciben una brutal agresión por cada uno de los cuatro elementos: la tierra se desploma, el aire convertido en un viento feroz, fuego, el agua que es lluvia torrencial. Pero a los mártires, atados y sin posibilidad de huir, nada los destruye. Son inquebrantables, porque su sufrimiento adquiere un significado de testimonio, de trascendencia, de ejemplo.

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Etiquetas: arte religioso
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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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