Risas. Cantos. Mujeres bailando. Música a todo volumen. Un sol muy fuerte. Se abre una pequeña puerta y entramos en un colorido patio en las afueras de Beira, Mozambique. “Es una casa feliz que acoge a sus visitantes”. Nos recibe Francisca Joao Mavura, presidenta de la Asociación Kuplumussana, una comunidad de mujeres seropositivas que han sido abandonadas por sus parejas. Muchas también han sido violadas. Casi todas han dado a luz a niños seropositivos.
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“Apoyamos a estas mujeres porque están abandonadas, enfermas y en terapia. Hemos comprobado desde hace años que si les das una oportunidad pueden encontrar un trabajo y recuperar su dignidad”, afirma Dante Carraro, director de Médicos con África-CUAMM. Se dan valor mutuamente de forma que resiliencia no es solo una palabra. El corazón de la comunidad es esta casa espartana, colorida y digna que CUAMM ayudó a arreglar y que sirve de base para estas mujeres quienes muchas veces no tienen nada. Algunas han encontrado trabajo en las clínicas apoyadas por CUAMM o en hospitales.
La asociación existe desde hace 20 años. Las mujeres eligen una presidenta y se ayudan y motivan mutuamente. Kuplumussana, en lengua sena, significa “mujeres que ayudan a otras mujeres”. O mujeres salvando a otras mujeres. Es una hermosa realidad que nace desde abajo, que intenta dar dignidad a estas jóvenes y, al mismo tiempo, sirve para fortalecer las actividades de control del VIH en la zona. Y es algo que hace mucha falta porque según los últimos datos publicados por el Ministerio de Sanidad, solo en la provincia de Sofala, donde se encuentra la ciudad de Beira, la tasa de prevalencia del VIH entre personas mayores de 15 años ronda el 13,2%.
Asesoramiento
“Aquí desde hace varios años nosotros en CUAMM trabajamos en la red de centros de asesoramiento para adolescentes donde intentamos sensibilizar a los jóvenes en temas de salud sexual y reproductiva y donde se acompaña a las personas en tratamiento con medicamentos antirretrovirales. Son seguidas por personal sanitario, incluido un psicólogo”, cuenta Carraro. En Beira hay nueve clínicas donde CUAMM está presente y trabaja con grupos de activistas formados por jóvenes y por mujeres seropositivas, muchas de las cuales provienen de la asociación Kuplumussana. “En 2022, en estas clínicas fue posible garantizar más de 66.958 pruebas de VIH e identificar a 597 pacientes VIH positivos”, asegura el sacerdote con una sonrisa de esperanza.
En el patio hay mesas preparadas, pero primero bailamos todos juntos a un ritmo frenético para agradecer a la vida. Las mujeres de la comunidad viajan por todo el distrito de Beira organizando obras de teatro, encuentros y actividades sobre temas de salud sexual y reproductiva. Isabel Domingos Aleixo, una de las veteranas de la asociación, cuenta: “Al principio éramos unas pocas madres que se reunían todos los viernes para hablar, para desahogarse y para superar el miedo. Y estaban pendientes unas de las otras para que nadie abandonara el tratamiento. La tarea más importante fue convencerlas de que tomaran las medicinas. Después se las invitaba al grupo comunitario, como ahora”.
Todas son mujeres. Y otra mujer, María Laura Mastrogiacomo, médica enviada por CUAMM a Mozambique, las ha ayudado a intentar ampliar el alcance para llegar a la mayor cantidad posible de personas seropositivas. Mozambique es todavía un país frágil, pero joven donde la edad media de la población es de 17 años. Sin embargo, la esperanza de vida es de 56 y 4,7 es el número medio de hijos por mujer. Es una pena que en este país la mortalidad materna sea de 289 niños por cada cien mil nacimientos y, debido también a la desnutrición, la mortalidad de niños hasta los cinco años sea de 70 por mil. Demasiados.
Francisca Joao Mavura tiene 41 años y 4 hijos: “Tenía 22 años cuando descubrí que era seropositiva. Estaba esperando un bebé y mi mundo se derrumbó a mi alrededor, tenía miedo de morir. Cuando se lo dije a mi marido, me abandonó y nunca aceptó hacerse la prueba. En el hospital de Beira descubrí que existía esta asociación y comencé a frecuentarla. Ahora tengo mi propia casa y mis hijos han podido estudiar. Algunas mujeres que también han venido aquí se han convertido en policías o enfermeras y se han labrado un futuro”. Lo explica con un orgullo que es contagioso.
Hace veinte años, si una mujer tenía VIH, su marido la echaba de casa, era expulsada de la sociedad y se quedaba sin protección alguna. Ahora la conciencia ha cambiado tanto que la asociación se ha abierto también a los hombres. Hay padres que aceptan hablar de hombre a hombre con otros para convencerlos de que se hagan pruebas y busquen tratamiento.
Ejercicio de resiliencia
La vida de Isabel Mendes, de 41 años y una hija de 24, ha sido y es un continuo ejercicio de resiliencia. Descubrió que era seropositiva nada más quedar embarazada y su pareja desapareció una noche, dejándola con el bebé recién nacido. Nunca volvió a verlo. Tuvo una tuberculosis que complicó todo. Pero sus ojos se iluminan cuando dice que “mi hija, gracias a la ayuda de la asociación y de CUAMM, acaba de obtener su diploma de enfermería y ahora vivimos en una casa donde hay tres generaciones de mujeres fuertes: mi madre, ella y yo. Por eso tengo que devolver a otras mujeres la ayuda que yo recibí. Mi sueño es seguir siendo madrina de otras jóvenes que necesitan apoyo y protección”.
Ser madrina ‘mae’ es fundamental, tal y como explica Nicha Alberto, de 30 años, con 3 hijos adolescentes, que fue adoptada por una kuplumussana cuando empezó a tener síntomas de VIH: “Me supervisó, estuvo cerca de mí cuando estuve enferma y me convenció de hacerme la prueba cuando me negaba a mí misma lo que estaba pasando… Ella fue quien me acompañó y cuando di positivo empezó a animarme, también porque acababa de perder a mi marido por la misma enfermedad. Él nunca llegó a aceptar su resultado positivo. Se repetía que era ‘um fetisso’ (un maldito). Buscaba respuestas en la medicina alternativa. Prefirió acudir a un curandero y a otros brujos y cuando aceptó el tratamiento ya estaba muy grave. Cuando murió no me hice la prueba, me convencí de que el resultado sería el correcto. Pero después de un año comencé a sentirme mal, cansada, tenía dolores en todas partes y en ese momento conocí a la Mae Kuplumussana. Con solo mirarme supo que era seropositiva, pero no podía decírmelo directamente porque tenía miedo de mi reacción. Por eso, fue convenciéndome poco a poco”.
Si le preguntan a Amelia Alfonso, de 49 años, una de las fundadoras de la asociación, qué significa hoy ser seropositivo, baja la mirada y la voz para susurrar. “Cuando fui al hospital por primera vez para un control prenatal y salí positivo, la gente me evitaba porque todos sabían que en ese hospital se trataba el VIH. Ahora mis 3 hijos son negativos, el mayor tiene 20 años. Hasta hace unos años nacían y morían niños sin saber el verdadero motivo. Hoy la información es clara, en la televisión, en la radio, en los centros de salud… antes había mucha discriminación”. Su marido también la abandonó.
“Cuando descubrí que era seropositiva, fuimos a la playa y él lloró, aterrado de que él también fuera positivo. Lo convencí para que se hiciera la prueba y fue negativa. A partir de ese momento, perdió la confianza en mí, me dejó y encontró otra esposa. Lo pasé mal, no tenía casa propia, tenía que pagar el alquiler, así que comencé a hacer pequeños trabajos en la calle para alimentar a mis hijos. Las otras madres kuplumussane me decían, “hay gente que se queda sin marido pero que sobrevive apoyándose en las otras”. Y por eso hoy estoy sin marido, sola con mis hijos, pero tengo mi casa. Después de un tiempo volvió a mí, me encontró fuerte, y al verme me dijo, ‘¿no estás ya muerta?’ Me pidió que volviéramos a estar juntos, pero le dije que ya me había dejado una vez y que podía hacerlo de nuevo”.
‘Mae para mae’
Albertina Francisco tenía 29 años cuando conoció a las kuplumuassane. Había contraído el VIH cuando era niña, huérfana de padre y madre, abandonada. “A los 20 años ya estaba muy enferma, era pequeña, frágil, desnutrida y ni siquiera tenía la regla. Mi hermana, de edad similar, ya estaba casada y tenía hijos mientras yo parecía una niña. Con mis primeras relaciones quedé embarazada y en la consulta prenatal conocí a la kuplumussane. Nació una pequeña niña que dio negativo y hoy tiene 20 años. Después de esta primera hija me sentí bien y dejé de tomar los medicamentos. Me volví a quedar embarazada y, esta vez, el bebé dio positivo. Las kuplumussane volvieron a mí para recordarme lo importante que era cumplir con la terapia y los controles médicos. Me convencieron de que no estaba sola, de que éramos responsables de nuestros hijos. A partir de ahí comencé a trabajar con la asociación”.
“Trabajé en un proyecto donde en la casa para mujeres embarazadas realizábamos encuentros de ‘mae’ para ‘mae’, para mujeres seropositivas –continúa Albertina–. Me hice muy amiga de una madre que murió cuando nació su pequeña. Me había encariñado mucho con su familia –4 hijos–, los ayudé. Muchos hombres me abandonaron cuando les decía que era seropositiva y decidí suspender el tratamiento para que no se enteraran. Tuve mis primeros 3 hijos con 3 hombres diferentes. Con esta familia fue diferente, le dije al padre que era seropositiva y él me dijo que si continuaba con los tratamientos podríamos vivir juntos. Al final dio positivo, pero le va bien con el tratamiento y ahora tenemos 3 hijos juntos. Todos me llaman “mamá”. Creamos un hogar feliz. Las kuplumussane me ayudaron a hacer realidad este sueño y con mi sueldo alimento a todos. Mi marido no trabaja, es agricultor. Ahora mi hija mayor, está estudiando y es una bendición para mí que soy analfabeta. Mi proyecto con las kuplumussane no va a terminar aquí”.
*Reportaje original publicado en el número de junio de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva