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Así son los cinco monasterios femeninos supervivientes de la Orden Cartuja





Montañas, bosques frondosos, valles, claros y vericuetos que suben como persiguiendo el cielo. Aquí está la Cartuja: aislada, lejos de las ciudades y tan majestuosa como sencilla jalonada por sus celdas que casi se dan la mano en una soledad comunitaria alrededor del claustro. Alrededor de lo divino. La Orden Cartuja está formada por 21 monasterios, 5 de monjas y 16 de monjes.



Los monasterios femeninos se encuentran en Italia, en Dego, en Liguria, donde se construyó la Certosa della Trinità en 1994; en Francia, donde hay dos, Notre Dame Reillanne en la Alta Provenza y Nonenque en la región de Midi-Pyrénées; uno en España, la Cartuja de Santa María de Benifasar en Castellón de la Plana (actualmente vinculada a una de las dos casas francesas); y otro en Corea del Sur, la Anunciación en el condado de Boeun. Podría nacer una nueva fundación en América Latina, pero no parece que a corto plazo. A finales del 2022, las monjas Cartujas eran 63 en todo el mundo (49 en 2005) y los monjes eran 288 (286 en 2015). “De media, tenemos una vocación al año por cada Cartuja”, apunta Ignazio Iannizzotto, prior de Serra San Bruno.

La fundación y la vida eremítica

La Orden Cartuja fue fundada en 1084 por iniciativa del monje Bruno, nacido en Colonia (Alemania) hacia 1030, quien murió en 1101 en la Sierra de San Bruno, donde se guardan sus reliquias. Es santo desde 1623 (aunque el Papa León X autorizó el culto el 19 julio de 1514). El primer monasterio, el Grande Chartreuse, fue fundado en el municipio de Saint-Pierre-de-Chartreuse, a 30 kilómetros de Grenoble en Francia. El nombre deriva del Macizo de la Chartreuse. En el Macizo de la Certosa, en los Alpes franceses, el monje Bruno se detuvo para dedicarse por completo a Dios y a la vida contemplativa y retomar el espíritu de los padres del desierto en Occidente. La rama femenina de la Orden nació alrededor de 1145, cuando las monjas de Prébayon, en Provenza, Francia, decidieron abrazar la regla cartuja.

La espiritualidad cartuja ha quedado anclada a la vida contemplativa, a la vida ermitaña en clausura, una vida de búsqueda de Dios en soledad y silencio. El lema de la Orden es Stat Crux dum volvitur orbis (La Cruz permanece firme mientras el mundo gira).

Aniversarios importantes

En 2024 se cumple el 940 aniversario de la fundación de la Orden Cartuja y el 510 aniversario de la canonización del monje Bruno. Y también se cumple el trigésimo aniversario del nacimiento en Italia de la Certosa della Trinità di Dego, que está situada en la provincia de Savona, en Liguria, y dentro de la diócesis de Acqui Terme (en Piamonte), donde se encuentran actualmente unas quince monjas.

Llegar a la Certosa della Trinità no es fácil. Pareciera que incluso el navegador del coche quiere respetar la vocación de las monjas de rezar en soledad porque hay que conducir a través de un denso bosque para llegar al monasterio. Y luego hay que tomar la carretera hacia la zona de Girini y continuar hacia Porri, pedanía de Dego. Al cabo de unos diez kilómetros llegamos a una factoría, una de esas construcciones rurales creadas como almacén de herramientas y productos de la tierra. Allí hay una pequeña carretera que conduce a la aldea Ca’ Bulin, a 600 metros sobre el nivel del mar. Desde aquí, subiendo un par de kilómetros, nos encontramos ante la puerta de la Certosa (la Cartuja).

El silencio también envuelve los pensamientos. Y no tiene sentido llamar a la puerta porque no se puede entrar en la Trinidad. La comunidad de monjas observa una estricta separación del mundo. Los propios familiares de las monjas solo pueden visitarlas dos días al año. Solo las aspirantes a cartujas entran en el monasterio comenzando con un retiro en clausura. El camino en la experiencia espiritual de la Certosa incluye un año de postulantado, dos de noviciado y cinco de profesión temporal.

“A lo largo del camino, los senderos que debemos recorrer son áridos antes de llegar a las fuentes de agua y a la tierra prometida”, se lee en las Constituciones de la Orden.

El tiempo en la Trinità

La oración, la contemplación y la soledad marcan el tiempo en la Certosa della Trinità. Las monjas se reúnen para las vísperas, el oficio nocturno y la misa que celebra el monje cartujo que vive en la factoría. Él también vive envuelto en ese gran silencio.

El propio obispo de la diócesis de Acqui, Luigi Testore, ha estado pocas veces en la Trinidad. “Voy cuando me llama la madre priora. Me suele invitar cuando hay celebraciones especiales, como la profesión solemne de una monja”, dice monseñor Testore. Tres veces en seis años. “Después de la celebración hablo con las monjas que me suelen hacer preguntas sobre la vida fuera del monasterio”, explica. Las cartujas guardan silencio incluso entre ellas. Comen en soledad, en sus celdas con vistas a sus pequeños jardines. Una vez a la semana se juntan en un especio en el que “yendo por el mismo camino” caminan juntas, en pequeños grupos, y se habla en voz baja. Transitan así la quietud, la paz interior, el silencio y las vías maestras que conducen a Dios.

Ausencia de palabras, casa para la Palabra

La celda es un símbolo del encerrarse en una misma mientras se mira al cielo más allá de sus celdas. El monasterio en la tradición monástica es ‘paradisus claustri’, un paraíso. La Orden, al ser eremita o semi eremita, contempla también muy poco contacto con los medios de comunicación. “El último Capítulo general (septiembre de 2023) recordó que debemos evitarlos”, dice la Priora de la Trinidad, Madre Marie Ange.

Soledad, oración y conversión del corazón viven en la Certosa della Trinità, en Ca’ Bulin. Desde allí no se ve el mar de Liguria. La vista se extiende sobre hayas, robles y castaños. Por la mañana, la niebla envuelve ligeramente la Certosa y desciende hasta el tejado. Dentro se reza. Y se reza todavía cuando el sol se abre entre las sombras claras. Al anochecer los colores del crepúsculo acompañan a la cruz que destaca en el campanario y se cuelan entre las columnas iluminando la estatua de San Bruno. El santo monje también sostiene la cruz en la mano. En invierno llega la nieve. En verano el sol hace brillar el monasterio.

La rama femenina de la Orden

Las cartujas forman con los monjes una sola Orden bajo la dirección del mismo superior general de la Orden Cartuja, el Prior de la Grande Chartreuse don Dysmas de Lassus, que ocupa este cargo desde 2014. En 1794, debido a causa de la Revolución francesa, se cerraron las cartujas femeninas. Pero en 1816, un pequeño grupo de monjas alumbró un nuevo comienzo a la rama femenina de la Orden. Además del Capítulo, que se celebra en la Grande Chartreuse de Francia (cada dos años desde 1973), las Cartujas también tienen sus propios Estatutos, pero “permanecen en unión orgánica y espiritual con los monjes”.

La primera presencia de monjas cartujas en Italia se remonta a 1223 en el Piamonte, gracias también a la proximidad con Francia. En tiempos menos lejanos, en 1903, llegaron a la diócesis de Turín otras cartujas procedentes de Francia. La comunidad de Beauregard envió novicias y ancianas al territorio de Pinerolo y a la Cartuja de San Francisco, en Avigliana. Esta casa, antiguo convento franciscano, no se adaptaba a las necesidades de la vida ermitaña de vocación cartuja. Por este motivo, en 1994, la comunidad se trasladó a Dego.

Los papas entran en las Cartujas

Si las cartujas están recogidas en su oración silenciosa, con muy poco contacto con el mundo exterior, los cartujos han abierto las puertas de su casa en algunas ocasiones especiales. En 1984, con motivo del noveno centenario de la Orden, el Papa Juan Pablo II visitó la Certosa de Serra San Bruno, en Calabria. “Estáis llamados por este monasterio a ser lámparas que iluminen el camino que recorren tantos hermanos y hermanas por el mundo”, dijo el Papa durante la histórica visita.

Benedicto XVI también fue recibido en Serra San Bruno en 2011, con ocasión del 910° aniversario de la muerte del monje fundador. “También vosotros, que vivís en aislamiento voluntario, estáis realmente en el corazón de la Iglesia y hacéis circular en sus venas la sangre pura de la contemplación y del amor de Dios”, subrayó el Papa Ratzinger durante la celebración de las vísperas.

18 años de espera

El director alemán Philip Gröning se adentró excepcionalmente en esta vida escondida en Dios de las cartujas (a lo largo de los siglos ha habido más de 300) para realizar el documental ‘El gran silencio’. El filme de 2005 cuenta la vida cotidiana de los cartujos de la Grande Chartreuse francesa. Gröning esperó 18 años para hacerlo realidad. La perseverancia y la esperanza le llevaron a obtener permiso para entrar en el claustro y filmar durante seis meses la rutina diaria de la vida monástica. En la película no hay diálogos, solo las palabras de las oraciones de los monjes. No hay música, excepto la de la liturgia. Hay un intenso silencio de pensamientos, de búsqueda, de infinito.

Para conocer la vida de los cartujos se creó el Museo Grande Chartreuse, que se encuentra a un kilómetro del monasterio francés. Aquí se puede entrar virtualmente a la Cartuja, visitar la iglesia, las celdas y el laboratorio donde se realiza el trabajo manual.

También se realizó un documental sobre las cartujas: ‘Une vie en Chartreuse: de la nuit du monde à la Nuit Pascale’. En el documental todo es oración. Como subrayó el Papa Francisco en 2014 en la carta a la Orden de los Cartujos con motivo de los 500 años de la canonización de Bruno, refiriéndose al santo: “También hoy, debido a la densidad de su existencia enteramente dedicada a la búsqueda asidua de Dios y a la comunión con Él, sigue siendo una estrella luminosa en el horizonte para la Iglesia y para el mundo”.


*Reportaje original publicado en el número de junio de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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