Casa Magníficat: el hogar en Roma para mujeres migrantes

En el pequeño balcón que domina la periferia sur de Roma, destacan algunas macetas y la bandera de la paz. En el interior del apartamento, de 140 m2 en el sexto piso de un edificio, te recibe una mezcla de luz, colores, pinturas, murales, fotografías y frases. “Aquí Cristo es adorado y alimentado”, está escrito en la pared junto a un crucifijo. Hay otros mensajes como, “Por favor, no os dejéis robar la esperanza” (Papa Francisco), “Pensad en la belleza que todavía existe en vosotros y a vuestro alrededor y sed felices” (Ana Frank), “Dios es el esperanza del fuerte y no la excusa del cobarde” (Plutarco). ¡Bienvenidos a Casa Magníficat!



Son una comunidad de mujeres consagradas y laicas, en su mayoría inmigrantes, con y sin niños, que juntas han emprendido un camino nuevo. La casa ha sido fundada por Sor Rita Giaretta. La ursulina, junto con otras hermanas, había creado  en 1995 en Caserta, Casa Rut, un punto de esperanza que ha rescatado a cientos de mujeres y jóvenes, víctimas de trata y de abusos de todo tipo: mujeres nigerianas, moldavas, rumanas, albanesas o sudamericanas que fueron obligadas a venderse o a someterse a la violencia doméstica. Hoy, gracias a la cooperativa New Hope, se han integrado a la sociedad con un trabajo, recuperando su dignidad e imaginando por fin un futuro.

“Cuando en Caserta la cooperativa comenzó a caminar por sí misma, comprendí que había llegado el momento de “entregarla” y, al mismo tiempo, sentí un vivo deseo de volver al camino para emprender un nuevo “desafío” misionero”, comenta la religiosa con Sor Assunta frente a un café y unos dulces recién horneados en la cocina de Casa Magnificat. “Y así, inspirada por las encíclicas ‘Laudato si” y ‘Fratelli tutti’ del Papa Francisco, me sentí directamente interpelada como religiosa a hacer realidad un sueño de fraternidad y amistad social que no se limite a las palabras”, asegura.

La amistad social es un concepto que vuelve al discurso de esta religiosa de origen veneciano que, antes de tomar los votos fue enfermera y sindicalista y en 2007 recibió de manos del Presidente la condecoración al Mérito de la República Italiana por su compromiso con la comunidad. “La amistad social significa acompañar al otro en su camino de reintegración, expresando una fraternidad que implica siempre un intercambio. El Papa Francisco tiene razón al recordar que nuestra sociedad gana cuando cada persona, cada grupo social se siente realmente como en casa. Y nosotras, como ursulinas, siempre estamos del lado de las mujeres. Al ayudarlas a liberarse de la esclavitud, les devolvemos el “poder” de repensarse y actuar como mujeres libres”.

Los números de la trata son dantescos. Según datos de 141 países y actualizados en 2022 por Naciones Unidas contra la droga y el crimen, el 42 por ciento de las víctimas son mujeres y el 18 por ciento son jóvenes. Y en los últimos 15 años se ha triplicado el número de menores. Sor Rita ha salvado a muchas de estas víctimas: “Tenían 15 o 16 años y habían sido obligadas a prostituirse en la calle”, dice. “Recuerdo conmovida a Hasie, una chica albanesa de 16 años a la que ayudé a recuperar al niño que le habían arrebatado. Entendí que tenía un hijo por la forma en que sostenía un peluche”. Hoy la realidad ha cambiado. Durante y después de la pandemia, la prostitución forzada se ha trasladado cada vez más de las calles a los hogares, haciendo que las víctimas sean cada vez más invisibles y cada vez más difícil de ayudar.

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Cuando visitamos Casa Magnificat, acaban de irse Josephine, de 38 años, y su hijo Michel, de 6 años, originario de Burkina Faso. Ella, liberada de la violencia de su marido, asistió a cursos de bachillerato y el niño está en el colegio. En este apartamento luminoso y ordenado de puertas abiertas, comemos y rezamos juntas y todo habla de su presencia, como los libros y juegos del pequeño en uno de los dormitorios o los platos típicos africanos esperando en el horno. “Aquí la palabra clave es compartir”, explica Assunta. Algunos voluntarios ayudan a las mujeres en el aprendizaje del idioma y en las tareas prácticas y un par de scouts ayudan a los pequeños con sus deberes. Pero ¿quién mantiene esta realidad de salvación y de acogida?, ¿quién paga los gastos? “Vivimos un poco de nuestras pequeñas pensiones, pero sobre todo de la Providencia”, dice Rita.

Y la Providencia actuó desde el principio permitiendo renacer a ese hogar marcado por una tragedia. La antigua propietaria donó la casa a la parroquia de San Gabriele de ‘Addolorata tras el suicidio de su hija, que se tiró por el balcón. La parroquia lo cedió a las ursulinas, en la persona de Sor Rita. “Hemos rescatado este lugar de un gran dolor”, dice la religiosa, consciente de que estaba asumiendo “un desafío”. Y una vez más, entró en juego la Providencia porque se necesitaba mucho dinero para reformar el apartamento. Y, primero una benefactora de Formia, a la que se sumaron otras personas que conocían a Rita y su misión, juntaron la suma necesaria. Sus nombres están escritos en el gran árbol dibujado por una joven boliviana en la pared adyacente a la entrada del apartamento.

Verdadera liberación

En poco más de tres años, Casa Magnificat ha acogido a una veintena de mujeres procedentes de África, Rumanía, Perú, Cuba, Afganistán y también italianas. Algunas liberadas de la trata y otras, como una madre y una hija nigerianas, refugiadas en ese hogar por el abuso del cabeza de familia. “También intentamos ayudar a los habitantes de este barrio que esconde muchas situaciones de violencia doméstica”, dice. Sor Rita conoce de las mujeres que necesitan ayuda por lo que le cuentan los vecinos y, a veces, requerida por los mismos centros antiviolencia o los servicios sociales. Son muchos casos. Como el de una mujer de sesenta años a la que pegaba su marido; el de una joven rumana, destinada a un matrimonio forzado, a la que salvó y proporcionó la posibilidad de estudiar gracias a un benefactor; o el de una madre de gemelas procedente del Congo, que no tenía ningún documento en regla y, con su ayuda, regularizó su situación.

“Si no se apoya a las madres”, sostiene Sor Rita, “los problemas recaerán sobre sus hijas, exponiéndolas al riesgo de acabar como víctimas de explotación. El camino de la verdadera liberación puede ser muy largo. Tenemos la paciencia y la alegría de acompañar a las mujeres, incluso cuando son independientes. Les ayudamos a no sentirse rechazadas por la sociedad, luchamos para conseguirles documentos, para que puedan estudiar, para darles formación profesional. La cultura es la herramienta fundamental para su camino de liberación y humanización. Solo como mujeres empoderadas, podrán convertirse en protagonistas de su futuro y en ciudadanas activas. El único protocolo que se aplica es ‘modelar juntas la humanidad’”.

A Casa Magnificat llegó Joy para apoyar en las actividades de sensibilización sobre la trata. Nigeriana, desembarcó de una patera en Italia con 23 años. Fue explotada por una red de prostitución. Había contraído una deuda de viaje. Contó su historia en el libro de Mariapia Bonanate, con prólogo del Papa Francisco. “El testimonio de Joy es patrimonio de la humanidad”, escribió. Sor Rita sonríe: “Joy, que ahora tiene 31 años, estudió y se graduó. Después del año de Servicio Civil y del curso de asistente social sanitario, ha encontrado trabajo y está a punto de casarse con un chico italiano. Con lágrimas de alegría me pidió que la acompañara al altar”.


*Reportaje original publicado en el número de mayo de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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