La fe de una abuela no se jubila

María de la Válgoma y Carmen Guaita, abuelas

Los corazones de las abuelas son “fuentes de las que surge el agua viva de la fe, con la que han apagado la sed de hijos y nietos”. Son palabras del papa Francisco dirigidas a todas esas mujeres de las comunidades indígenas de Canadá (‘kokum’) que son “fuentes benditas de vida, no solo física sino también espiritual”.



Las pronunció el 26 de julio de 2022 (festividad de San Joaquín y Santa Ana) durante su viaje apostólico al país, en el transcurso de la tradicional peregrinación al lago de Santa Ana (Estado de Alberta), un lugar sagrado para aquellos pueblos y de especial devoción a la ‘abuela de Dios’. Allí, Jorge Mario Bergoglio quiso también recordar a su propia abuela, de quien –dijo– “recibí el primer anuncio de la fe y aprendí que el Evangelio se transmite así, a través de la ternura del cuidado y la sabiduría de la vida”.

Y en ello andan las abuelas de este siglo XXI, cada vez más secularizado, enfrentadas al desafío de ser, a veces, las únicas –¿también las últimas?– en mantener viva la llama de la fe. ¿O no es así? Para tratar de despejar la incógnita, dos de ellas han querido compartir con ‘Vida Nueva’ lo que piensan y sienten al respecto, y cómo viven esta condición añadida a su maternidad. Con matices, su sintonía es total.

María de la Válgoma (izda.) y Carmen Guaita, en el patio del Colegio Nuestra Señora del Pilar en Madrid

María de la Válgoma (izda.) y Carmen Guaita, en el patio del Colegio Nuestra Señora del Pilar en Madrid

No en vano, “podríamos perfectamente ser hermanas; no hay una diferencia de edad como para hablar de un salto generacional”, sostiene Carmen Guaita, ante el gesto de sorpresa de María de la Válgoma, su compañera de sillita. Sí, de sillita, porque ambas han querido sentarse en un aula de infantil del madrileño Colegio Nuestra Señora del Pilar, de la Compañía de María. Un marco a juego con los colores, las formas y el tamaño de cualquier clase como la que ocuparán sus nietas en unos pocos años.

Marina y Elena

La primera, madre de dos hijos y recién jubilada, se estrena como abuela (paterna) de su nieta Marina, de 14 meses. Aunque “novata” en estas lides, la escritora y profesora gaditana proclama a los cuatro vientos que “el mayor espectáculo del mundo es ver crecer a un niño; no hay nada comparable, ni una aurora boreal”. Tanto que su marido y ella han decidido mudarse para estar más cerca de la pequeña y no perderse detalle de la experiencia.

“Supercontenta” se muestra también su interlocutora con su primera nieta: Elena, de 16 meses. Es ya abuela (materna) de dos chicos, de 28 y 17 años. En total “solo” tres nietos, apostilla con cierta resignación esta madre de cinco hijos (tres mujeres y dos varones), doctora en Derecho y profesora de la Universidad Complutense de Madrid.

Todo ventajas

Antes de entrar en mayores honduras, una y otra reconocen abiertamente que todo son ventajas en esto de ser abuelas. “Yo de momento no he encontrado nada malo”, confiesa María. “Así como en ser madre he encontrado muchas cosas malas –añade–, ser abuela me ha parecido desde el primer momento lo más maravilloso que hay”. Recuerda, por ejemplo, cómo su nieto mayor vivió con ella los dos últimos años que estaba estudiando, y es “una relación completamente distinta”.

Tan distinta que Carmen, con el nacimiento de su nieta Marina, ha descubierto “un cambio de perspectiva de la vida: cuando tienes un hijo, entre él y tú la mirada va directa. Ahora la mirada hace un ángulo, como la luz al refractar: nunca dejas de ver a tu hijo cuando ves a tu nieta, nunca pierdes la perspectiva de que es hija de tu hijo. Es un punto de vista maravilloso, único. Esa nieta llega a través de uno de los mayores amores de tu vida. Es como una especie de reverberación del amor”.

Paterna y materna

“Dice las cosas de forma tan bonita, que da gusto escucharla”, alega María cuando se le pide un consejo de abuela “veterana” para Carmen. A lo que esta corresponde con otro cumplido: “Estar contigo siempre es aprender, María”. Tras el fugaz intercambio de flores, ambas reparan en un detalle que tampoco resulta baladí cuando examinan su ‘abuelidad’. “Me he dado cuenta –revela Carmen– de por qué dicen que la abuela paterna y la materna son distintas. Lo comprendí el día que nació mi nieta”. Una experiencia tan íntima y personal que prefiere guardarse para sí.

María, mientras tanto, se lamenta de no tener “esa perspectiva de ser la abuela paterna”, porque las únicas que han tenido descendencia han sido sus hijas, no así sus hijos. Si bien ha sido protagonista de lo que tilda de “situaciones raras”, porque, por diversas razones, sus nietos casi no han tenido la oportunidad de conocer a las otras abuelas. De algún modo, ella era “la única abuela”. ¿También una abuela única? (…)

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