Silvia Somaré: “Aprendí del buen Dios que siempre escucha los clamores de sus hijos”

  • La religiosa, Esclava del Corazón de Jesús, participó de la misión con la comunidad wichi
  • Destacó el protagonismo de las mujeres, a pesar de las escasos recursos con los que cuentan

Hace más de 20 años las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús realizan su misión con la comunidad wichi para cumplir con su carisma congregacional de amor y reparación, y acompañamiento y cercanía con los más frágiles, en este caso con los pueblos originarios.



Como en toda misión el protagonismo lo tienen dos comunidades: la que acoge y recibe, y la que ofrece, propone y sale nutrida. Nuestra columnista, Silvia Somaré, religiosa y testigo del legado de la Beata Madre Catalina de María Rodríguez, participó de estas jornadas de Evangelio y servicio, y contó su experiencia a Vida Nueva.

Permeables a la espiritualidad

Pregunta.- ¿Qué nos puede contar de esta comunidad wichi?

Respuesta.- Los pueblos originarios están en todo nuestro país; en el Norte se conservan comunidades con su cultura y su estilo de vida; a ellos se les ha reconocido la propiedad de sus tierras. Los wichis están asentados en las orillas del Río Pilcomayo. La Comunidad de Santa María a la que visitamos, está enfrente del límite entre Bolivia y Paraguay. El río está a unos 300 metros atravesando el monte y en épocas de crecida suele llegarse hasta el paraje.

Pertenecen a la parroquia San Ignacio de Santa Victoria que es atendida por la comunidad de los padres franciscanos que residen en Aguaray. Es muy amplia la zona que tienen que pastorear (650.000 hectáreas) con comunidades dispersas y caminos muy difíciles de transitar. La patrona de Santa María es la Virgen Niña. La capilla está en construcción.

La comunidad de Santa María está formada por varias comunidades que se identifican por el apellido del cacique y son parientes entre ellos. Cada comunidad vive en un solar con varias casas de barro y madera pertenecientes a los diferentes miembros de la familia/comunidad. Las casas tienen dos ambientes con piso de tierra y un baño común en un sector del terreno, un fogón y horno de barro también común; algunas tienen huerta con maíz y zapallo. Casi todos crían cerdos y cabras.

Las familias son muy numerosas, es un signo de fecundidad y virilidad que la mujer tenga muchos hijos. Las mujeres hacen artesanías tejidas con fibra de un arbusto llamado Chaguar, los hombres pescan en el río, cazan en el monte, pero el mayor trabajo de crianza y atención de la familia lo tiene la mujer en una organización patriarcal y verticalista. A nivel religiosos hay anglicanos, católicos y evangélicos. Como viven en contacto con la naturaleza la valoran y la cuidan.

La lengua materna es la wichi y aprenden español en el colegio. Aunque aparentemente hoscos son permeables a la espiritualidad y la presencia de los misioneros. Agradecen la visita, asisten a las actividades propuestas.

Iglesia en salida

P.- ¿Por qué esta misión y con este lugar de misión?

R.- La Misión en la Comunidad Wichi comenzó hace más de 20 años con un grupo de hermanas jóvenes que encontraron en ese lugar un modo de ser Iglesia en salida y acompañamiento a pueblos vulnerados. Los caminos eran muy precarios, huellas de tierra, y prácticamente se insertaban en el monte salteño atravesando puentes de madera de una sola mano sumamente frágiles.

A esta misión se fueron agregando jóvenes de nuestras obras, adultos. Se convirtió en un lugar de misión periódica desde la Comunidad de Tucumán a la que se suman hermanas y laicos (a veces sacerdotes) de otras ciudades y comunidades.

La misión en la comunidad wichi responde a nuestro carisma de Amor y Reparación, especialmente a las mujeres, destinatarias primeras del corazón de nuestra fundadora, quienes llevan la mayor carga del trabajo y la vida familiar.

P.- ¿Cómo se prepararon para el encuentro y ampliar la tienda?

R.- Desde los inicios se da una formación espiritual como discípulos para así ser misioneros. Lo más importante que tenemos para entregar es a Jesús, por tanto debemos contagiarnos de Él con la oración, la Palabra, los sacramentos y las buenas obras para que la entrega sea auténtica y no autorreferente. Nos reunimos, rezamos, hacemos retiros, planificamos. También conseguimos alimentos, medicamentos, materiales escolares que son entregados a los padres franciscanos de Aguaray para que ellos los distribuyan de acuerdo a las necesidades.

P.-  ¿Cuáles son las semillas del Reino que experimentó en la misión wichi?

R.- Es un trabajo silencioso que requiere de mucha paciencia, es la siembra del grano de mostaza. Los brotes que notamos son los mayores lazos de fraternidad entre ellos, pequeñas redes de autoayuda entre las mujeres, devoción a Madre Catalina, sed del Evangelio y de Jesús.

Misioneros misionados

P.- Cuentenos cómo vivieron en comunidad estas jornadas. ¿Cuáles eran las expectativas y cuáles fueron los frutos?

R.- Por la pandemia de COVID, la enfermedad del Dengue y razones económicas en estos últimos 3 años se distanciaron las visitas. La comunidad misionera son cerca de 40 y  en esta ocasión solo pudieron participar 19. Había alegría y ansiedad por volver, por encontrarse con ellos, muchos de los cuales nos tienen como parte de su familia. Como siempre cuando vamos a misionar los primeros misionados somos nosotros mismos.

Nuestro alojamiento siempre es en la escuela y aunque de modo precario disfrutamos estar ahí, compartir lo cotidiano y especialmente los dos momentos de oración que tenemos cada día (al comenzar y al terminar cada jornada).

Los encuentros que tuvimos con catequistas, mujeres, niños y jóvenes contaron con mucha concurrencia, pudimos visitar todas las familias quienes nos recibieron con cariño. También estuvimos en el hospital de Santa Victoria, en Misión La Paz y varias comunidades y parajes que estaban a la vera del camino.

P.- A nivel personal, ¿cómo vivió esta misión y qué se lleva de este tiempo de gracia?

R.- Es mucho lo que recibí y me traje en el corazón para rumiar. Desde la misma comunidad de misioneros me alentaron los 10 jóvenes (alumnos y ex alumnos de nuestros Colegios) que participaron y se entregaron con el ideal de un mundo mejor tratando por igual a los wichis sin miradas de superioridad, aprendiendo, escuchando, acompañando.

Me impactaron las mujeres, la inferioridad de condiciones en que viven, también la dedicación a sus hijos. Las maestras del Colegio y su tarea docente y maternal son destacables.

Aprendí del buen Dios que siempre escucha los clamores de sus hijos, que ama a todos y que nos “usa” para hacerse presente entre nosotros. La comunidad wichi siente que Él los tienen en cuenta a través de nuestra presencia y a nosotros nos hace sentir su providencia y paciencia docente al invitarnos a compartir con este pueblo originario. Una vez más destacamos esto de que no nos salvamos solos, sino en racimo y es un buen ejemplo de sinodalidad.

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