Misa de doce y media en la parroquia de san Pablo Apóstol. En pleno Manhattan, a dos calles de Central Park. Suena ‘Alabaré’. El de toda la vida. En castellano. Una voz de soprano acompañada de un violín y una guitarra. Solemnidad informal. Varios laicos acompañan al sacerdote en la procesión de entrada. Son los ministros de la eucaristía. El cura toma la palabra. Con un marcado acento inglés. Es el padre John Duffy, religioso paulista. “El hombre propone y Dios dispone”, sentencia este presbítero de 77 años y cuarenta de sacerdocio sobre su propio devenir nada más arrancar su homilía a una feligresía con unos rasgos que hablan del Sur.
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A ellos les confiesa que nunca pensó que acabaría hablando español y oficiando una eucaristía como esta. “Cuando empezaba, me destinaron a la parroquia del Buen Pastor, en el norte de Manhattan, en lo que entonces era un barrio irlandés. Justo en ese momento comenzaron a llegar migrantes portorriqueños. Era tan necesario atenderles que me puse a aprender el idioma”, comenta. “Muchos de ustedes han tenido que abandonar sus países porque no tenían trabajo y aquí han conocido a sus novios, a su marido y su mujer, aquí sus hijos han nacido, han crecido y han podido estudiar en una buena universidad”, relata para retornar de nuevo a ese “Dios dispone”.
A pocos metros se repite una escena similar en la catedral de Saint Patrick. Un templo lleno de latinos. Y no precisamente turistas. Además, por primera vez, un hispano es el rector del templo católico más importante de Nueva York. El cardenal arzobispo, Timothy Dolan, nombró en 2021 para este cargo a Enrique Salvo. Este managüense de 52 años que se exilió con su familia cuando tan solo tenía siete, en plena guerra de Nicaragua. Fue ordenado en 2010 y durante cuatro años ha sido el director vocacional de la archidiócesis neoyorquina.
“Todo esto es una bendición para mí. Cuando me ordené, es cierto que valoré regresar a Nicaragua, pero pensé que si Dios me había puesto aquí, debía continuar. Además, ya en ese momento casi la mitad de los católicos de la ciudad eran latinos y yo sentía y siento que podía ser puente entre culturas”, comparte a ‘Vida Nueva’, desde su experiencia de trabajar en el Bronx: “En mi anterior parroquia todos hablaban español”.
El ‘párroco’ de la Gran Manzana
Ahora, de alguna manera, es el ‘párroco’ de todos los migrantes de la Gran Manzana: “Además de la misa en español dominical, por aquí pasan a lo largo del año todos los migrantes a celebrar sus fiestas, desde los venezolanos a los mexicanos, pasando también por los polacos y los libaneses”. Desde ahí, no duda al asegurar que “la Iglesia en Estados Unidos no se entendería sin los latinos”. De hecho, subraya que desde hace dos años Nueva York cuenta con un obispo auxiliar dominicano: Joseph Armando Espeillat.
A la par, Salvo comparte que la acogida y la integración al migrante se lleva a cabo a todos los niveles, aunque desvela que ahora “el mayor desafío esta a cuatro cuadras”. “Ahí está uno de los hoteles que se ha convertido en refugio temporal de emergencia para los que llegan. El cardenal Dolan y yo vamos a visitarles para estar cerca de ellos, ofrecernos para ayudarles e invitarles a venir a misa. Es cierto que a los alojados no podemos ofrecerles mucho más, porque les dan estancias cortas con circulación constante, lo que nos impide hacer seguimiento. Al menos les hacemos saber que son bienvenidos”, relata.
Repunte de migrantes
Hilda Terrero, psicóloga escolar y agente de pastoral de la diócesis de Brooklyn, sostiene que “ahora estamos afrontando momentos bien complicados por el repunte de la llegada de migrantes”. “Son grandes las necesidades en alimentación y vivienda, y nuestros recursos no son tantos a pesar de los buenísimos programas asistenciales y de integración que van desde lo legal a lo sanitario”, reconoce. Terrero ha notado un repunte tras la pandemia: “Colaboro con el reparto de comida de la Sociedad de San Vicente de Paúl. Antes del coronavirus teníamos fondos suficientes, pero ahora cada martes la fila da la vuelta a toda la calle porque el encarecimiento de alimentos y vivienda ha sido brutal en Nueva York”. Así, comenta que, si hace cuatro años era posible conseguir un apartamento en las afueras de la ciudad por unos 800 dólares, hoy el precio no baja de 3.000 cuando el sueldo mínimo ronda los 1.700 dólares. “Es la nueva pobreza de los que tienen trabajo pero no llegan a fin de mes”, lamenta.
En cualquier caso, se congratula de que todo está más allanado que hace 38 años, cuando ella desembarcó en la ciudad: “Yo tuve que esperar hasta que alguien me pudo atender en español. Hoy no hay ningún lugar sin un hispano, sea al frente de un restaurante con estrella Michelin o en una sencilla pizzería. Nuestro reto como Iglesia es acompañar a todos para que se incorporen al tren del trabajo”.
A pesar de estas complicaciones, esta migrante de origen dominicano aprecia que a los latinos ya no se les considera –ni fuera ni dentro de la Iglesia– como ciudadanos de segunda categoría. “No se puede negar que somos una fortaleza para el catolicismo, desde el este hasta el oeste, pasando por el centro y sur de Estados Unidos. En mi parroquia, que es de clase media-alta, en tanto que prácticamente todos tienen pagada su casa y su coche, la misa en español se llena con más de 700 personas, mientras que la eucaristía en inglés apenas cuenta con veinte feligreses”. Más allá de las cifras, Terrero ve cómo los latinos aportan “alegría y frescura, además de compartir nuestras devociones”. “Todo esto ha venido a enriquecer, movilizar y dinamizar la Iglesia en Estados Unidos. Nadie puede negarlo”, dice con rotundidad.
Proceso orgánico y sinodal
“Somos algo más que la minoría emergente que está presente en casi la mitad de las 17.700 parroquias del país. En 4.493 de ellas ya se celebra misa en español de manera permanente” sentencia Alejandro Aguilera-Titus, director adjunto de asuntos hispanos de la Conferencia de Obispos de Estados Unidos y coordinador nacional del histórico V Encuentro de Pastoral Hispana, que se celebró en 2018. Aguilera-Titus defiende que esta integración ha sido fruto de un “proceso orgánico y sinodal” iniciado en 1972, en tanto que se ha construido desde la consulta, escucha, misión, encuentro, formación y discernimiento pastoral. “A estas alturas, podemos decir que ni están completamente integrados, ni tampoco son un gueto, pero sí hay una presencia más que significativa”, valora el responsable ejecutivo de la pastoral hispana.
El propio Aguilera-Titus forma parte de la parroquia intercultural de San Camilo, en Washington, con presencia tanto de latinos como de anglos, afroamericanos o vietnamitas. “Depende de la comunidad en la que estés, el latino todavía sigue siendo espectador o tiene un papel activo. El itinerario que planteamos nosotros pasa por tres pasos: bienvenida, pertenencia y corresponsabilidad”, asegura. Con esta premisa, apunta como principal obstáculo la todavía “mentalidad asimilacionista” como traba para lograr “una interacción real en la cotidianidad entre los parroquianos” que tienen distintas lenguas, culturas y clases sociales. “Para lograr esa hermandad desde la diversidad, la clave sigue siendo el párroco, es el principal factor para dinamizar”, advierte.
El ‘efecto Francisco’
Con tres décadas a sus espaldas en esta aventura, Aguilera-Titus pone de relieve cómo la llegada del primer Pontífice latinoamericano de la historia ha dado un empujón a este camino: “Ha logrado crear una eclesiología con el punto de referencia en Aparecida que encarnan los hispanos y ahora es reconocida y apreciada”. Prueba de ello es el plan pastoral hispano aprobado por los obispos norteamericanos hace un año y que se desarrollará en la próxima década. “Es la implementación de Evangelii Gaudium. Por eso, podemos decir que el impacto de Francisco es inmenso”. ¿No hay por tanto resistencias a la reforma de Jorge Mario Bergoglio? “En la comunidad hispana, desde luego que no, aunque en otros segmentos sí pudiera darse”, responde.
“Ciertamente, los hispanos somos la minoría católica más grande de Estados Unidos”, sentencia Mario Paredes, un chileno que se mueve por Nueva York como pocos. No solo porque lleva cinco décadas recorriendo el país más rico del mundo, sino porque, de ellos, ha dedicado treinta años a dirigir las operaciones de la Conferencia Católica de Obispos de los Estados Unidos en la Región Noreste, al tiempo que ha ejercido como vicepresidente de la Sociedad Bíblica Mundial.
Desafío y obstáculo
“El 60% de los hispanos de Estados Unidos son de segunda y tercera generación, que representan ya una integración más plena, algo que refleja el hecho de que sean bilingües o que formen matrimonios mixtos, pero a la vez son fieles a sus raíces culturales y eclesiales”, expone este filósofo que actualmente es el presidente ejecutivo de ‘Somos Community Care’, una red que aglutina a más de 2.500 médicos que sale al rescate de personas con ingresos bajos para que tengan una atención médica digna. “Por el contrario –prosigue con su reflexión–, la reciente oleada de migrantes es monolingüe, lo que exige un proceso de acogida, apoyo y acompañamiento más profundo”.
El también asesor para América Latina de Ronald Reagan subraya que la religiosidad popular que los hispanos traen bajo el brazo supone, a la vez, un desafío y un obstáculo: “Sin duda es una bendición en tanto que es una expresión pública de fe que revitaliza la vida de la Iglesia, pero no ha sido comprendida del todo por la comunidad de habla inglesa, que llegan a considerar que este fervor es básico, superficial y pueblerino”. Frente a esta concepción, Paredes reivindica “una hondura que se manifiesta en cantos, en danzas, en alegría”, pero admite que es necesario promover una integración real.