Llegó a Estados Unidos con 16 años, como refugiado político de la ‘Operación Peter Pan’, un esfuerzo humanitario entre el Gobierno norteamericano y la Iglesia que trasladó a 14.000 menores no acompañados desde Cuba tras la instauración del régimen castrista. Aquel joven Octavio Cisneros pasó por Michigan, Wisconsin y Washington, donde se forjó la vocación de uno de los primeros obispos hispanos del país. Hoy, con 79 años es auxiliar emérito de Brooklyn y ex presidente del subcomité para la Iglesia en América Latina de la Conferencia Episcopal.
PREGUNTA.- La Iglesia en Estados Unidos, ¿habla español?
RESPUESTA.- Más bien, la pregunta es: ¿cuánto inglés se habla? La Iglesia en Estados Unidos es muy grande. Hablemos de Nueva York, que es donde estamos. Hoy por hoy, no hay parroquia en la que no se celebre al menos una eucaristía en español.
P.- Ese hispano, ¿es espectador o protagonista de esta Iglesia?
R.- Por un lado, nos encontramos con una gran demanda de ayuda de primera necesidad ante el aumento de los migrantes llegados desde los estados fronterizos. Eso nos está obligando a todos a readaptarnos. Por otro lado, ya podemos hablar de varias generaciones de hispanos integrados que son motor de sus comunidades.
P.- Los políticos acusan a la Iglesia de generar un ‘efecto llamada’ y querer llenar de católicos el país…
R.- Siempre habrá críticos que quieren dañar a la Iglesia. Pero, efectivamente, sí es una realidad que ahora participan más personas en los sacramentos. Todos ellos llaman a las puertas de la Iglesia y se les abre, pero no para llenar los bancos, sino porque quieren celebrar su fe. Tampoco quiere decir que el cepillo aumente, pero sí los programas asistenciales, educativos… Recibimos el óbolo de la viuda, que es el que tiene verdadero valor.
P.- ¿Qué aporta el migrante a la Iglesia estadounidense?
R.- Su valores humanos y su religiosidad. Impresiona ver por las calles procesiones que nunca antes se habían visto, como la vinculada a san Miguel Árcángel, de los Totonicapán de Guatemala, o la del Señor de los Milagros, de Perú. Todas estas experiencias enriquecen la vida popular y cultural, y son un testimonio de fe. Otro gran valor es la familia y los hijos. Cuando entras en una misa anglosajona, hay un gran silencio. No solo por la ausencia de cantos, sino porque no hay niños. Deben de tenerlos, pero, o no lloran o no los llevan. No están. Además, el hispano que llega también aporta su pobreza, una pobreza que nos interpela a todos sobre cómo la ponemos coto.
P.- Usted también es el altavoz de los latinos en la Conferencia Episcopal…
R.- Yo estoy jubilado, pero ya somos unos cuarenta obispos latinos de más de cuatrocientos. Ha cambiado totalmente el rostro del Episcopado. Cuando yo me ordené hace más de cincuenta años, solo había un obispo hispano. Se percibe el trabajo que viene haciendo el Santo Padre en el nombramiento de obispos. Y no hay que olvidar que es un gran orgullo para los hispanos haber tenido un presidente, José Horacio Gómez, arzobispo de Los Ángeles. También es significativo que Filadelfia, otra de las grandes diócesis anglosajonas, tenga al frente otro arzobispo latino: Nelson Pérez.
P.- ¿Percibe esa resistencia latente del Episcopado de su país al papa Francisco?
R.- Es cierto que hay cierta polarización en el pensamiento, pero también se dan muchas exageraciones al respecto. Solo quiere decir que no todos estamos de acuerdo en todo, como también sucedía con Benedicto XVI. Los obispos americanos tienen una gran devoción al ministerio petrino, aunque luego haya algunos a los que no le guste como individuo.
P.- ¿Cómo ha vivido la excomunión del ex nuncio Viganò?
R.- Lo conocíamos muy bien y por nuestra diócesis vino varias veces porque era muy activo. Ha sido un golpe y, honestamente, no me lo puedo explicar. Sin entrar en detalles, sí veo la presencia del demonio. Es un momento diabólico en la vida de Viganò y de la Iglesia.