Cono Sur

Buenos Aires ya cuenta con tres nuevos obispos auxiliares

El arzobispo García Cuerva les agradeció su sí, y les pidió abrazar la fragilidad de la gente y llorar con ellos





Alejandro Pardo, Iván Dornelles y Pedro Cannavó recibieron la consagración episcopal como obispos auxiliares de la arquidiócesis de Buenos Aires, acompañando la tarea pastoral de su arzobispo, Jorge García Cuerva.



Participaron de esta celebración los obispos coconsagrantes Eduardo García, obispo de San Justo; Gustavo Carrara y Alejandro Giorgi, auxiliares porteños; y el obispo auxiliar de Río Gallegos, Fabián González Balsa.

Concelebraron el cardenal Mario Poli, arzobispo emérito de Buenos Aires; el obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina Oscar Ojea; Alberto Bochatey osa, administrador apostólico de La Plata y secretario general de la CEA; Joaquín Sucunza, provicario general de Buenos Aires; y Ernesto Giobando sj, administrador apostólico de Mar del Plata. Estuvieron acompañados por el nuncio apostólico, Miroslaw Adamczyk, y otros obispos de la Iglesia local.

¿Me aman?

En la homilía de consagración, Jorge García Cuerva, mencionó el Evangelio en el que Jesús dialoga con Pedro y le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? (vers. 15). Esta pregunta se las repitió a los nuevos auxiliares, Alejandro, Iván y Pedro. Y les advirtió que hoy llegan con toda su vida, su historia, su familia y comunidades porque esta pregunta es demasiado grande y comprometida, y quizás necesiten de este apoyo para responder con fuerza: Sí, Señor, tu sabes que te quiero.

Les pidió, entonces, que sean obispos con raíces, obispos cercanos a la gente, pastores afectivos y amigueros. “No dejen nunca de ser hijos, amigos, vecinos. En definitiva, no se la crean”. Agregó que como obispos necesitan de la familia y de quienes acompañan el camino de la vida: maestros, consejeros, quienes se hayan alegrado con sus logros, acompañado en los fracasos, o animado para corregirlos fraternalmente. y quienes se habrán animado a decirles las cosas de frente para corregirlos fraternalmente. “Qué triste cuando un obispo olvida sus raíces o se aleja de los afectos para rodearse de una corte de aplaudidores. Me animaría a decir que se deshumaniza, que deja de ser pastor, para ser príncipe que mira desde arriba y a la distancia”, sentenció el arzobispo.

Poniendo como ejemplo la elección de Pedro, el prelado les señaló que Jesús los “ha pescado con el anzuelo de su infinita misericordia”, los sorprendió y los sigue emocionando con el llamado a ser obispos. Les recordó lo dicho por Francisco a los participantes en un curso de formación para nuevos obispos, en 2016: “Que Dios los libre de convertir ese estremecimiento en algo estéril, o en domesticarlo y vaciarlo de su potencial desestabilizante”. Y les imploró que permitan que las sorpresas de Dios los emocionen, que los asombren, que los desconcierten y los desestabilicen, lejos de ser obispos de estructuras y esquemas que no dejan lugar a la acción del Espíritu.

Pastores heridos

“Queridos Iván, Pedro y Alejandro, sean pastores heridos, curados por el amor del Señor que llevan ese tesoro en recipientes de barro (2 Cor 4, 7). Muéstrense frágiles y siempre comprensivos de las caídas de la gente, porque ustedes tienen las propias; que nadie, al entrar en vínculo con ustedes, tema ser juzgado, condenado o rechazado, porque cada uno de ustedes ha experimentado el amor de Dios”, les demandó el titular porteño.

Asimismo, le imploró abrazar la fragilidad del pueblo y llorar con él; no olvidar las propias negaciones, como las de Pedro, para redescubrir siempre la gratuidad del amor de Dios para con todos, un amor que no conoce de fronteras ni ideologismos y es universal. Además, les aseguró que el llorar les posibilitará limpiar la mirada con las lágrimas y ver más claro, porque cada rincón de la realidad porteña se puede transformar en sacramento de la presencia de Dios que vive en las calles en la vida vertiginosa de la ciudad.

Comentó que entre las primeras tareas que tienen está el cuidado de los sacerdotes, sus necesidades, pero sobre todo en los momentos más delicados e importantes de su ministerio y de su vida. Nunca es tiempo perdido el que se pasa con los sacerdotes.

Durante esta homilía, García Cuerva les rememoró el pedido de Jesús “Apacienta mis ovejas (vers 17)”, y les brindó el significado: dar alimento porque “nuestro pueblo tiene hambre, por eso procuren ser profetas de la justicia que ayuden a que el pan y el trabajo digno lleguen a todas las familias” animando a la solidaridad y el  compromiso con los que más sufren. También, les pidió que alimenten al pueblo con el Pan de la Vida, porque hay hambre de Dios y la Eucaristía es la respuesta. El Señor invita a partirse y repartirse con Él y ser parte de ese milagro multiplicador que quiere llegar y tocar todos los rincones de la ciudad con un poco de ternura y compasión.

Pastorear al pueblo

García Cuerva se dirigió a cada uno de los nuevo consagrados y les suplicó que el báculo sea el apoyo y sostén para los caídos que encuentren en el camino; que el anillo sea signo de la alianza con la Iglesia, que nos haga sentir familia, hermanos, hijos de un mismo Padre que nos ama entrañablemente. Que la mitra sea un signo de no sentirnos dignos de llevar títulos o cargos, porque el mayor poder es el servicio. Y que al colocarse el pectoral en el pecho, recuerden a los crucificados de hoy y la entrega de Cristo por amor a todos.

Finalmente, en lo personal, le agradeció por su sí y sumarse a esta desafiante misión que Dios les encomendó. “Gracias por su cariño, por su buen humor, por su entrega generosa”. Y les requirió caminar unidos, junto a otros sacerdotes, en la hermosa aventura de anunciar la Buena Noticia del Evangelio como pastores de esta Iglesia porteña.

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