Familias con niños pequeños, parejas recién casadas, estudiantes… Desde el comienzo de la guerra en Gaza el 7 de octubre, más de 500 cristianos han abandonado la Franja, cuando se abrió el paso de Rafah, en la frontera con Egipto. Representan casi la mitad de los 1.200 cristianos, tanto católicos como ortodoxos, que aún vivían allí antes del peor conflicto que haya conocido la zona. Los que quedan viven en condiciones cada vez más precarias, varios cientos de ellos refugiados en la parroquia de la Sagrada Familia. Una gota en el océano de casi dos millones de habitantes de esta estrecha lengua de tierra.
Pero a unos cien kilómetros de distancia, en Jerusalén y los territorios palestinos, el conflicto también impone graves consecuencias para toda la población y amenaza todavía más la presencia árabe y cristiana en la región. La política de visados del Estado de Israel se ha endurecido. “Las autoridades israelíes son ahora mucho más reticentes a conceder permisos para trabajar en Israel”, indica una fuente diplomática que pide permanecer en el anonimato. “Y con razón. Las autoridades israelíes consideran que los ataques del 7 de octubre fueron organizados gracias a la información proporcionada por trabajadores de Gaza autorizados a entrar en Israel”. Una buena razón para endurecer aún más las condiciones de acceso a Israel de los palestinos de los territorios.
“Hemos logrado asegurar los visados de las personas que trabajan para la Iglesia –asegura el franciscano italiano Alberto Joan Pari, secretario general de la Custodia de Tierra Santa, cuya misión es proteger los Lugares Santos y las comunidades que viven allí desde hace 800 años–, pero para los demás es muy complicado”. En total, se han podido obtener más de 300 permisos, una parte ínfima de las 200.000 personas que llegaban cada día desde Cisjordania para trabajar al otro lado del muro de separación.
Los habitantes de Jerusalén Este, la parte árabe de la ciudad ocupada por Israel en 1967, lo constatan a diario. Antes del 7 de octubre, se podía ver a primera hora de la mañana a cientos de trabajadores palestinos buscando empleo en las obras del barrio de Beit Safafa. Hoy, son solo unos pocos. Desde hace varios meses, ha crecido el número de trabajadores procedentes de India, China o Tailandia para compensar la falta de mano de obra.
A la vista de las condiciones de cierre cada vez más severas en Cisjordania, esta situación pesa duramente sobre las familias y refuerza el sentimiento de frustración. Pero Ghada Habbesch no quiere rendirse. Perteneciente a una familia palestina de Jerusalén, es propietaria de una agencia de peregrinaciones, Holy City Pilgrimage, casi inactiva desde el inicio de la guerra. “Las cancelaciones llegaron rápidamente. Esta misma semana, algunos grupos han cancelado su visita para el otoño, e incluso para principios de 2025”, lamenta.
“Los países occidentales siguen publicando avisos desaconsejando a sus ciudadanos viajar a Israel/Palestina. No los culpo, lo entiendo. Sin embargo, el país es seguro, siempre y cuando uno no se acerque a Gaza o a la frontera norte”. ¿Va a cesar su actividad? “Absolutamente, no. Trabajar en la región significa lidiar con todas estas eventualidades. Sabemos que funciona así. Hay ciclos. Pero después del COVID-19, que ya fue un gran golpe, esta guerra llega como la puntilla”, relata la empresaria. A su lado, sentada en la terraza del American Colony Hotel, Christine, su hija, acaba de regresar de Inglaterra, donde obtuvo un máster en administración de empresas. “He decidido volver para trabajar aquí, de momento no pienso marcharme. Soy de Jerusalén, toda mi vida está aquí”, sostiene la joven.
A diferencia de ella, cada vez son más los que imaginan un exilio, en un país donde la emigración es un tema crucial, tanto para los palestinos en general, como para los cristianos –ya de por sí muy minoritarios– en particular. “Varias familias ya han partido desde el inicio de la guerra, explica fray Alberto. Es difícil dar cifras precisas, ya que las salidas suelen hacerse con cierta discreción. Recientemente, una familia afirmó que se iba un tiempo de vacaciones a Canadá. En realidad, probablemente está buscando establecerse allí”.
En la Ciudad Vieja de Jerusalén, la mayoría de los hoteles han cerrado sus puertas. Tal es el caso de la casa de peregrinos de los franciscanos, Casa Nova. “Los grupos que vienen a Tierra Santa son cada vez más raros. No vale la pena abrir para unos pocos individuos”, reconoce el propio religioso. Por el momento, el Estado de Israel asegura el 60% del salario de las personas que trabajan en establecimientos cerrados en Jerusalén o en su territorio.