A pesar del calor de este domingo de agosto, el papa Francisco ha rezado el ángelus con los fieles presentes en la Plaza De San Pedro en el Vaticano. Tras la oración, ha hecho un nuevo llamamiento a la paz al cumplirse un nuevo aniversario de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki pidió “renovar la oración por la paz” especialmente en Oriente Medio –como Israel y Palestina–, en Ucrania, Sudán y Myanmar. En el día de santa Clara mostró su cercanía a “todas” las clarisas –especialmente mencionó a las de Vallegloria, en la región de la Umbría en Italia a las que visitó en 2019 y confesó mantener una buena amistad– y rezó por las víctimas de un accidente aéreo en Brasil.
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Bloqueados por los prejuicios
En su reflexión sobre el evangelio del día (Jn 6,41-51), la reacción de los judíos ante el discurso de Jesús como Pan de Vida, el Papa presenta a estos como “convencidos de que Jesús no puede venir del cielo”, porque sub familiares “son gente común, personas conocidas, normales, como tantos otros”. “Están bloqueados en su fe por su idea preconcebida sobre sus orígenes humildes y por la presunción, por tanto, de que no tienen nada que aprender de Él”, explica. Para Francisco “tienen sus esquemas rígidos y no hay lugar en sus corazones para lo que no encaja en ellos, para lo que no pueden catalogar y archivar en las estanterías polvorientas de sus certezas” como los libros viejos llenos de polvo.
Ellos, denuncia el pontífice, “realizan sus prácticas religiosas no tanto para escuchar al Señor, sino más bien para encontrar en estas una confirmación a lo que ellos ya piensan” por eso “se limitan a murmurar entre ellos contra Él, como para tranquilizarse mutuamente sobre lo que están convencidos, cerrándose como en una fortaleza impenetrable. Y así no son capaces de creer”.
También nosotros, alertó Francisco, “en lugar de escuchar realmente lo que el Señor tiene que decirnos, busquemos en Él y en los demás solo una confirmación de lo que pensamos nosotros, de nuestras convenciones, de nuestros juicios”. “Pero este modo de dirigirnos a Dios no nos ayuda a encontrarlo de verdad, ni a abrirnos al don de su luz y de su gracia, para crecer en el bien, para hacer su voluntad y para superar los cierres y las dificultades. La fe y la oración verdaderas abren la mente y el corazón, no los cierran. Si una oración es cerrada no es verdadera oración”, advirtió.