Una Iglesia sinodal, en la que cabemos “todos”… Y, sobre todo, los que están en la frontera. Esto es lo que respira el Proyecto Fratelli, puesto en marcha por La Salle y maristas con el objetivo de acoger y acompañar a las personas migrantes en Melilla, especialmente menores y ex tutelados. Para abordar el reto, este proyecto intercongregacional se basa en una triple acción: una Escuela de Segunda Oportunidad, un Plan de Ocio y Tiempo Libre y un Hogar de Emancipación, incidiendo, respectivamente, en el área de inserción sociolaboral, en el área socioeducativa y en el área residencial.
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El hermano Giorgio Banaudi –marista– es italiano. Después de haber dado clases en Milán, en Génova, en Roma y en Siracusa, donde también trabajó con migrantes, le propusieron salir de Italia con destino a la frontera sur de Europa: Melilla. “Durante toda mi vida he dado clase y he conocido muy de cerca la situación particular de la escuela católica en Italia”, explica, “donde es un poco más difícil llegar a los que las congregaciones religiosas de verdad queremos llegar”. En Sicilia, por ejemplo, su trabajo con los migrantes le llevó a estar en una comunidad intercultural y mixta, compartida con hermanos y seglares maristas de todo el mundo.
“Cuando el provincial me pidió que viniera a Melilla yo no sabía cuál era la realidad que había aquí”, reconoce. Pero lo cierto es que en apenas dos años la ciudad autónoma “ha cambiado muchísimo en lo que se refiere a la migración”. “Desde que he venido”, asegura, “nunca había visto tan pocos como hay ahora. En nuestro centro solo ha venido uno de Mali”. Lo impresionante, dice, “es que la mayoría son de Colombia, Venezuela, Brasil, Uruguay, Argentina… Y los pocos africanos que hay son los que llegaron a Canarias y, después de su traslado a la Península y sabiendo que aquí los trámites son mucho más rápidos, han venido”.
Compañeros de viaje
A pesar de esto, el proyecto no ha dejado de ser necesario: desde jóvenes que necesitan educación hasta mujeres, a veces madres de familia, que precisan mejorar su español para salir adelante. Y, todo ello, impulsado por una comunidad que no solo ha sabido aunar su profesionalidad en el mundo de la educación, sino que, también, ha permitido que sus miembros se reinterpreten y vuelvan a encontrar en hermanos de otro carisma compañeros de viaje. “Cada uno aporta con su vida, su sensibilidad, su manera de ser, lo propio de su carisma”, dice el hermano Giorgio. “Y, al final, lo que ha salido es el espíritu de familia, lo vivido con sencillez al compartir la oración, la misa…”.
“La intercongregacionalidad no se crea por falta de vocaciones o por crisis comunitarias”, apunta el hermano Jesús Bejarano, de La Salle. “Por lo menos, como la tenemos nosotros planteada, la creamos como enriquecimiento comunitario”. Es importante, subraya, “tener claro que no todo el mundo tiene capacidad para vivirla”, ya que “lo primero que hay que tener es voluntad personal”. Y es que, según explica, un proyecto así “no sale de tres o cuatro hermanos, sino de provinciales, de personas de nuestros consejos que deciden optar por esta vía, y luego eso se traduce en hermanos concretos que son los que optan por llevar esta vida comunitaria e intercongregacional”. Por ello, “no se trata de debatir si es una estructura válida o no válida, sino que parte de la voluntad de los hermanos”.
Y es que, al hermano Jesús, cuando alguien le dice que dos comunidades se han unido y no ha funcionado porque son carismas diferentes, está convencido de que esto no es así, sino porque “es necesario hacer porque haya entendimiento”. Esto, dice, es lo que le ha dado su propia experiencia, y esta es ya la segunda comunidad intercongregacional en la que vive. “En las dos me he sentido estupendamente bien”, asegura. “He vivido la experiencia de hermanos que están convencidos de la intercongregacional”. Por otro lado, reconoce que siempre ayuda que haya carismas y formas de vida parecidos. “En el caso de maristas y La Salle ha sido fácil porque yo no conocía prácticamente nada de los maristas, con los que llevo ya casi diez años, y me ha sorprendido hasta qué punto estamos tan cerca, tan unidos y compartiendo tantas cosas similares”, incide.
Llegar a la normalidad
Pero, ¿cómo se afronta el entrar a formar parte de este tipo de comunidad? “Al principio se vive con muchas ganas, después te vuelves un poco loco y luego se vuelve a vivir con mucha pasión”, reconoce. “En el comienzo te puede la ilusión: quieres conocer al otro, su forma de vida, su fundador, sus reglas… Porque, claro, vas a vivir con unas personas y tienes que compartir con ellas y que conocerlas”. Pero después llega lo inevitable: “Se empiezan a amontonar las cosas, y te llaman del retiro de una congregación, de otra, de reuniones… Hasta que llega un momento en el que asumes que no puedes estar en todo”. Entonces, dice, “pasamos a hablar y a organizarnos sobre cómo asistir a cada acto. Por ejemplo, en este momento vamos a ir todos al retiro de maristas pero todos vamos a ir también a otro encuentro de La Salle”.
En definitiva, “se trata de aprender a no agobiarnos pensando que estamos dejando algo por ir o por hacer”, ya que “cuando las cosas se dejan fluir, todo empieza a llevarse con normalidad”. Es aprender también a compartir responsabilidades dentro de la comunidad. Y es entonces cuando “empiezas a disfrutar muchísimo conociendo y conviviendo con hermanos de otra congregación”.