Pasan los meses y la situación en Ucrania sigue siendo de tensión máxima desde la última invasión rusa. Algo que se vive especialmente en las zonas fronterizas como vive a diario el salesiano Maksym Ryabukha, obispo auxiliar del exarcado greco-católico de Donetsk, en una de las zonas ocupadas. “Para nosotros ya está claro que la locura de la ocupación rusa no tiene límites. Nunca se sabe hasta dónde pueden llegar”, lamenta en declaraciones a la agencia italiana Sir.
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No acaba la esperanza
“Está claro que no podemos detenernos ante el asombro de los acontecimientos. Todavía tenemos que seguir viviendo”, relata el prelado de 44 años. “Queremos esperar y queremos hacerlo no sólo con pensamientos, sino también con hechos. Queremos sentir que la vida nos espera, que no hemos llegado al final del camino, que podemos mirar hacia adelante. Nada es imposible para Dios”, añade desde Zaporizhzhia. A pesar de las dificultades no esconde su valentía: “está claro que no podemos detenernos ante el estupor de los acontecimientos. Aún tenemos que seguir viviendo. Por supuesto que nos preocupa cómo evolucionará la situación. Pero la esperanza es la única arma en manos de los civiles. Esperemos que triunfe la razón”.
Para este obispo la actividad de hecho no para. En este verano han recibido a dos profesores italianos para impartir dos cursos de formación profesional de electricidad, algo clave en la reconstrucción, explica, ya que “las casas alcanzadas por los misiles necesitan ser reconstruidas no sólo en las paredes, a menudo hay que reconstruir los sistemas eléctricos y se necesitan personas que sepan hacerlo”. Y también está acompañando al ‘payaso’ Marco Rodari, un clown conocido en países devastados por la guerra por su nombre artístico de “el Pimpa”. “Con Marco Rodari hemos visitado los pueblos de nuestro territorio del Exarcado de Donetsk, desde Zaporizhzhia, a Novodonetsk, a Dnipro, celebrando y llevando una sonrisa a los niños que están en esas ciudades o que vienen de zonas de guerra donde han vivido en condiciones de riesgo y peligro”, explica el obispo.
“La sonrisa de un payaso tiene el poder de calmar el dolor y el miedo. Pero los niños, a diferencia de los adultos, tienen la capacidad de procesar más fácilmente la experiencia del trauma y abrirse a la vida. Y esto da esperanza, porque a pesar de todas las dificultades que experimentamos, estamos seguros de que estos chicos podrán salir de los escombros y seguir adelante. La vida les espera”, apunta. En declaraciones a Vida Nueva añade: “Esperemos que la esperanza, poco a poco, se transforme en paz y en el fin de toda esta locura”.