Están presentes online con bibliotecas virtuales, sitios web y redes sociales. En el futuro quizás también sean “lugares” donde podamos reunirnos para intercambiar ideas, comprar libros o simplemente asomarnos para sentirnos como en casa. Su inconfundible logotipo se ha transformado en una elipse azul abierta sobre una P roja y la marca de siempre, Paulinas.
Nacidas en 1915, las Hijas de San Pablo, a punto de cumplir 110 años desde su fundación, han aceptado el desafío digital, pero sus raíces echadas en 50 países en los que están presentes, siguen arraigadas en las librerías. En Angola, en Australia, en Corea, en Brasil o en Italia son un espacio de difusión, formación y educación para la paz. En otros puntos como África y América Latina constituyen un referente para las misiones más alejadas del centro. En las capitales europeas acogen eventos culturales.
En todos los casos, la librería “es expresión ‘especial’ del apostolado paulino donde se concentran todas las iniciativas de divulgación, son un lugar de predicación, un centro de luz, un templo”, está escrito en la historia familiar. La librería, explica la superiora general sor Anna Caiazza, “marca la historia de las Hijas de San Pablo porque es ya nuestra tarjeta de presentación”. Hoy la red de librerías Paulinas cuenta con 268 centros multimedia en los cinco continentes. Y pensar que nacieron en un taller de costura de ropa para los soldados italianos en el frente…
La intuición proviene de un seminarista de Alba, en el Piamonte, Giacomo Alberione, cuando pasó la noche del 31 de diciembre de 1900 en adoración en la catedral. Rezó para “prepararse para hacer algo por el Señor y los hombres del nuevo siglo”, sirviendo “a Dios y a la Iglesia, con los nuevos medios que ofrece el ingenio humano”. “La visión profética de don Alberione parte del conocimiento de la situación histórica y se desarrolla en la conciencia de comprometerse personalmente para llevar a Dios a los hombres y mujeres de hoy”, explica sor Caiazza.
En Italia existían “Talleres de Mujeres”, inaugurados por la Unión de Mujeres Católicas, donde se cosía ropa militar para los soldados que iban al frente. Alberione abrió un laboratorio en Alba. Las primeras candidatas fueron tres señoritas de la Liga Catequética de San Damián a quienes formó la costurera Teresa Merlo, hermana de un sacerdote. “Con ella los jóvenes viven una forma de vida comunitaria familiar, se dedican a la confección y se forman espiritualmente acudiendo a la catequesis parroquial. Entre 1915 y 1916 abrieron, junto al taller, una pequeña tienda de venta de libros y objetos religiosos de la que Teresa se ocupó especialmente”, añade sor Teresa Braccio, responsable de la Secretaría de Comunicación.
A partir de ahí el camino está hecho de encuentros e intuiciones, de la valentía de hombres y mujeres que creen en la providencia y saben leer los signos de los tiempos. Como el encuentro con el obispo de Susa, Giuseppe Castelli, que propuso a Alberione imprimir el periódico diocesano ‘La Valsus’a con el que, en diciembre de 1918, comenzó el naciente grupo de las Hijas de San Pablo. En Susa, las jóvenes de Teresa Merlo, que aún no tienen nombre, imprimieron las cartas pastorales del obispo, un boletín para las parroquias de la diócesis y folletos para promover la Acción Católica. Al lado de la imprenta abrieron una papelería donde ofrecían libros y objetos devocionales.
“Don Alberione confió a las jóvenes a la protección especial del apóstol Pablo. Y los habitantes de Susa, al ver el cuadro de Pablo y la gran devoción que las muchachas tienen por el santo, empezaron a llamarlas Hijas de San Pablo. Al fundador le gustó el nombre y, desde ese momento, nos llamamos así, el nuestro fue un nombre elegido por el pueblo”, recuerda sor Caiazza. En 1922, con la profesión religiosa de las primeros miembros, don Alberione nombró superiora a Teresa Merlo, que recibió el nombre de Tecla”. Así nació la primera comunidad.
“Gracias al acompañamiento formativo de don Alberione y de la Maestra Tecla, se arraigó la conciencia de que la misión paulina era una nueva forma de evangelizar, un verdadero ministerio de predicación”, añade sor Caiazza.
En Roma, donde la Sociedad de San Pablo y las Hijas de San Pablo se trasladaron en 1926, imprimieron el semanario ‘La Voce di Roma’, abrieron una pequeña librería y una biblioteca ambulante. “Con el permiso de los obispos, las monjas llegaron a varias ciudades italianas con un cargamento de fe y paquetes de libros. Buscaron alojamiento en institutos religiosos y comenzaron a visitar familias. En cuanto pudieron alquilaron un pequeño apartamento, se instalaron en una gran pobreza y empezaron a pensar en la librería. Ese nuevo apostolado y estilo de vida religiosa alejada de las formas tradicionales atrajeron la atención de la jerarquía, algo desconfiada. Sin embargo, muchos aprobaron y promovieron este modo de comunicar el Evangelio tan adecuado a los nuevos tiempos”, afirma Caiazza. En 1931 Alberione exportó la obra paulina más allá de los confines de Italia a Brasil. “Alberione no quería que las monjas se limitaran a “un servicio de ventanilla” o puerta a puerta. Las Hijas de San Pablo ‘debían’ cuidar también la redacción escribiendo los periódicos, las revistas y los libros que distribuirán”, explica la superiora general.
Las Paulinas escribieron biografías de Papas, obras y series en el ámbito patrístico y catequético y se embarcaron en la aventura de las publicaciones periódicas. En Italia, dieron vida al semanario ‘Famiglia Cristiana’, ‘Così’, a las revistas ‘Via, Verità e Vita y Catechisti Parrocchiali’ para la catequesis y a la producción de películas y música catequética. La comunicación se iba convirtiendo cada vez más en un fenómeno social que interactuaba con otros aspectos de la vida. Así, en 1950 nació el Centro Ut unum Sint para promover la unidad de los cristianos que publicó una serie y una revista específica en el período preconciliar inmediato (1959-1962) y organizó cursos bíblicos por correspondencia (1960). Esta iniciativa, desaparecida en Italia, renació en Corea, donde contribuyó a la educación bíblica de miles de personas, católicas y no católicas. Con los años, el apostolado adquiere nuevos lenguajes –desde el cine a la radio– porque la misión paulina va más allá de la prensa.
Las transformaciones que marcaron la sociedad en los años 60 y 70, las innovaciones del Concilio Vaticano II y la muerte de Maestra Tecla y de don Alberione, provocaron grandes cambios en las Hijas de San Pablo. En 1994 se amplió el proyecto misionero y se abrieron casas en África (Sudáfrica, Zambia, Costa de Marfil, Angola, Sudán del Sur); en América Latina (República Dominicana y Paraguay); en Asia (Singapur, Tailandia, Vietnam); y en Europa (Rumania, República Checa, Rusia). Hoy hay alrededor de 2.000 mujeres consagradas, en 205 comunidades y 120 jóvenes en formación. “Anunciamos el Evangelio a través de todas las posibilidades que ofrece la comunicación a través de centros de producción editorial multimedia y digital, revistas impresas y online, librerías, sitios web, radio, televisión, formación crítica en el uso de los medios de comunicación, animación y comunicación bíblica”, dice Teresa Braccio.
“El pasado 5 de febrero celebramos dos aniversarios importantes. El 60º aniversario de la muerte de la venerable sor Tecla Merlo y el 30º aniversario del lanzamiento de la marca editorial Paulinas. Las Hijas de San Pablo presentaron el logo Institucional que recoge la cruz de nuestra insignia y el nombre de siempre –Hijas de San Pablo– que indica la profunda relación que nos une con el Apóstol Pablo. Somos innovadoras por vocación y hoy nos volvemos a poner en marcha. Es importante haber renovado la marca editorial y creado una marca institucional. Una marca y un logotipo, son la expresión de una filosofía, un estilo, una misión y una identidad. Mi deseo para todas nosotras, Hijas de San Pablo, es que nunca falle la coherencia entre lo que expresamos, incluida la marca, y nuestra propia vida”, concluye Caiazza.
*Reportaje original publicado en el número de junio de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva