Como en las últimas audiencias generales, aunque espaciadas por sus vacaciones, el papa Francisco ha dedicado la de esta semana, celebrada este miércoles 21 de agosto en el Aula Pablo VI, a continuar con su serie cataquética sobre el Espíritu Santo.
Centrándose en el episodio evangélico que narra el bautismo de Cristo por Juan el Bautista en el Jordán, el Papa se ha preguntado en voz alta: “¿Qué sucedió en el bautismo de Jesús que fue tan importante para que todos los evangelistas lo relaten? La respuesta la encontramos en las palabras que Jesús pronuncia poco después en la sinagoga de Nazaret, con clara referencia al acontecimiento del Jordán: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido’ (Lc 4,18)”.
Como ha remarcado Bergoglio, “en el Jordán, Dios Padre ‘ungió con el Espíritu Santo’; es decir, ungió a Jesús como Rey, Profeta y Sacerdote. De hecho, los reyes, profetas y sacerdotes eran ungidos con aceite perfumado en el Antiguo Testamento. En el caso de Cristo, en lugar del aceite físico, está el aceite espiritual que es el Espíritu Santo; en lugar del símbolo, está la realidad”.
Y es que “Jesús estaba lleno del Espíritu Santo desde el primer momento de su Encarnación. Aquella, sin embargo, era una ‘gracia personal’, incomunicable; ahora, en cambio, recibe la plenitud del don del Espíritu para su misión que, como cabeza, comunicará a su cuerpo que es la Iglesia. Por eso la Iglesia es el nuevo ‘pueblo real, profético y sacerdotal’”.
En este punto, el Pontífice ha recordado que “el término hebreo ‘mesías’ y el correspondiente griego, ‘Cristo’, ambos referidos a Jesús, significan ‘ungido’. Nuestro mismo nombre de ‘cristianos’ será explicado por los Padres en el sentido literal de ‘ungidos a imitación de Cristo’”.
Así, puesto que “Cristo es la cabeza, nuestro Sumo Sacerdote, el Espíritu Santo es el óleo perfumado y la Iglesia es el cuerpo de Cristo en el que se difunde”. Igualmente, “el Espíritu Santo, en la Biblia, está simbolizado por el viento”, pero también “por el aceite” que se derrama sobre cada uno de los cristianos “en el Bautismo y la Confirmación”.
De ahí que haya que acudir a san Pablo, “que escribe a los Corintios: ‘Porque somos ante Dios el olor de Cristo’ (2 Co 2,15)”. Eso sí, “sabemos que, por desgracia, a veces los cristianos no difunden la fragancia de Cristo, sino el mal olor de su propio pecado”.
Con todo, Francisco ha apelado a la esperanza: “Esto no debe distraernos de nuestro compromiso de realizar, en la medida de nuestras posibilidades y cada uno en su ambiente, esta sublime vocación de ser el buen olor de Cristo en el mundo. La fragancia de Cristo emana de los ‘frutos del Espíritu’, que son ‘amor, alegría, paz, magnanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí’ (Gal 5,22). Si nos esforzamos por cultivar estos frutos, entonces, sin que seamos conscientes de ello, alguien sentirá algo de la fragancia del Espíritu de Cristo a nuestro alrededor”.
Saliéndose del texto preparado, Bergoglio ha añadido: “Qué bonito es encontrar a una persona que tenga estas virtudes: amor, una persona con amor, una persona alegre, una persona que crea paz, una persona magnánima, una persona benevolente que acoge a todo el mundo, una buena persona”.
Más allá de esta reflexión catequética, el Papa, en sus respectivos saludos a los fieles presentes según su lengua, ha insistido en que “no olvidemos” a “la martirizada Ucrania”, a “Myanmar” o a “los países que están en guerra”, como “Palestina e Israel”.
Siendo necesario “que allí llegue la paz”, Francisco se ha dolido por el hecho de que “nuestro mundo, marcado por guerras y divisiones, necesita más que nunca los frutos del Espíritu Santo”.