En uno de sus poemas-oración más conocidos, ‘Partir, en camino’, Hélder Câmara escribió que “partir no es devorar kilómetros, / atravesar los mares / o alcanzar velocidades supersónicas. / Es ante todo / abrirse a los otros, / descubrirnos, ir a su encuentro”.
Siempre es un buen día para recordar al icónico arzobispo brasileño de Olinda y Recife, que, en plena dictadura militar en su país, se atrevía a decir cosas como esta: “Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista”. Pero, si cabe, este 27 de agosto de 2024 es más especial, pues se cumplen 25 años de la muerte de este pastor, poeta y referente de la Teología de la Liberación.
Declarado por el Estado brasileño, en 2017, patrono de los derechos humanos, dos años antes, la Iglesia inició su proceso de beatificación, para el que habrá aún que esperar y comprobar si se culmina o no. En todo caso, sea o no desde un altar, miles de personas en todo el mundo elevan la mirada al cielo para rezar musitando frases del prelado brasileño. Como esta otra joya: “Si uno sueña solo, es solo un sueño. Cuando muchos sueñan juntos, es el comienzo de una nueva realidad”.
Impulsor del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y del espíritu encarnado de Concilio Vaticano II en todo el continente, los años 60 fueron muy convulsos para él. Como arzobispo de Olinda y Recife, su voz tenía eco entre sus compatriotas. Lo que incomodaba al Gobierno militar que entonces se constituyó tras un golpe de Estado y que no dudaba en dirigirse a él como “obispo rojo”.
Eran años de asesinatos sin juicio previo, como el que acabó con la vida de su secretario, el sacerdote Antonio Pereira Neto, el 27 de mayo de 1969, tras ser secuestrado y torturado. Él lo sintió en e ama y, de hecho, hoy sus tumbas están la una a lado de la otra.
Puesto que el régimen le silenciaba por completo, el religioso buscaba denunciar internacionalmente los crímenes de los militares. Lo que pudo hacer al año siguiente en París, en un discurso muy potente titulado ‘Cualesquiera que sean las consecuencias’, en el que Dom Helder denunció sin ambages que en su país se torturaba y se hacía desaparecer a muchas personas simplemente por sus ideas.
Pese a las enormes dificultades, se sobrepuso a todas ellas y vio caer a los militares en 1985. Al año siguiente, él mismo pasó a ser emérito de Olinda y Recife. Su sucesor, el conservador José Cardoso Sobrinho, designado por Juan Pablo II, dio la vuelta por completo a su pastoral social en la diócesis, pero él siempre guardó un respetuoso silencio.
Moriría el 27 de agosto de 1999, a los 90 años. Nunca fue Premio Nobel de la Paz (pese a ser nominado cuatro veces a esa elevada distinción), pero no le hizo falta. Se fue como la memoria viva de un pueblo crucificado y mirando a los ojos a su gran motor vital: Jesús de Nazaret.