Francisco renuncia a su habitual catequesis en la audiencia general para señalar a “quienes repelen a los emigrantes”

  • Con gran dolor, lamenta que “no se trata de muertes ‘naturales’. No. A veces los llevan al desierto y los abandonan allí”
  • “Dios no permanece a distancia, no, comparte el drama de los emigrantes, está allí con ellos, sufre con ellos, llora y espera con ellos”

El papa Francisco, durante la audiencia general del 1 de mayo

Saltándose el guion de las últimas audiencias generales, el papa Francisco no ha dedicado la de esta semana, celebrada este miércoles 28 de agosto en la Plaza de San Pedro, a continuar con su serie cataquética sobre el Espíritu Santo, sino que la ha “pospuesto” para “detenerme con vosotros a pensar en las personas que, también en este momento, están atravesando mares y desiertos para llegar a una tierra donde puedan vivir en paz y seguridad”.



Con emoción, Bergoglio ha clamado: “Mar y desierto: estas dos palabras vuelven a aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto de migrantes como de personas que se comprometen a rescatarlos. Cuando digo ‘mar’ en el contexto de la migración, también me refiero al océano, al lago, al río y a todas las masas de agua traicioneras que tantos hermanos y hermanas de cualquier parte del mundo se ven obligados a cruzar para llegar a su destino”.

Abandonados a su suerte

Lo mismo ocurre con el “desierto”, que “no es solo el de arena y dunas, o el rocoso, sino también todos aquellos territorios inaccesibles y peligrosos como bosques, selvas, estepas, donde los migrantes caminan solos, abandonados a su suerte. Las rutas migratorias actuales a menudo están marcadas por travesías de mares y desiertos que, para muchas, demasiadas personas, son mortales”.

En este sentido, el Papa ha señalado que “del Mediterráneo he hablado muchas veces, porque soy obispo de Roma y porque es emblemático: el ‘mare nostrum’, lugar de comunicación entre pueblos y civilizaciones, se ha convertido en un cementerio. Y la tragedia es que muchos, la mayoría de estos muertos, podrían haberse salvado. Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente, por todos los medios para repeler a los emigrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave”.

Con un tono muy directo, el Papa ha sido caro: “No olvidemos lo que dice la Biblia: ‘No maltratarás ni oprimirás al emigrante’ (Ex 22,20). El huérfano, la viuda y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y pide defender”.

Inmigrante en el puerto de Arguineguín, Gran Canaria

Grandes cementerios

Y es que, como ocurre en el mar, “también algunos desiertos, por desgracia, se convierten en cementerios de migrantes. A menudo, tampoco aquí se trata de muertes ‘naturales’. No. A veces los llevan al desierto y los abandonan allí. En la era de los satélites y de los drones, hay hombres, mujeres y niños migrantes que nadie debe ver. Solo Dios los ve y escucha su clamor”.

En este punto, Francisco ha recalcado que “el mar y el desierto son también lugares bíblicos cargados de valor simbólico. Son escenarios muy importantes en la historia del éxodo, la gran migración del pueblo guiada por Dios a través de Moisés desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Estos lugares son testigos del drama del pueblo que huye de la opresión y la esclavitud. Son lugares de sufrimiento, de miedo, de desesperación, pero al mismo tiempo son lugares de paso hacia la liberación, hacia la redención, hacia la libertad y el cumplimiento de las promesas de Dios”.

En definitiva, “para acompañar al pueblo en el camino de la libertad, Dios mismo atraviesa el mar y el desierto; no permanece a distancia, no, comparte el drama de los emigrantes, está allí con ellos, sufre con ellos, llora y espera con ellos”.

Rutas de acceso seguras y legales

Reconociendo que, “en esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar”, el Papa ha añadido que “no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, la violencia, la persecución y diversas calamidades”.

Aún más, “lo conseguiremos fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena”.

Frente a ellos, reluce el testimonio de “tantos buenos samaritanos que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte. Y quienes no pueden estar como ellos ‘en primera línea’, no están excluidos de esta lucha por la civilización: hay muchas formas de contribuir, ante todo la oración”.

“Queridos hermanos y hermanas, unamos nuestros corazones y nuestras fuerzas para que los mares y los desiertos no sean cementerios, sino espacios donde Dios pueda abrir caminos de libertad y fraternidad”, ha concluido un emocionado Francisco.

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