Aunque sea ya por enésima vez, subir al avión papal supone siempre una emoción nueva y muy especial. Y lo es más en este caso cuando se es consciente de que vamos a emprender el viaje más largo de los cuarenta y cinco hasta ahora protagonizados por Jorge Mario Bergoglio.
Estaba previsto que el avión –un imponente Airbus 330 de la ITA Airways- despegase del aeropuerto de Fiumicino a las cinco y cuarto de la tarde. Y el Papa llegó justo algunos minutos antes porque se había “entretenido” en Casa Santa Marta recibiendo a un grupo de desheredados de la fortuna y personas sin techo que había reunido el cardenal Konrad Krajewski, prefecto del Dicasterio de la Caridad del Papa (que antes llevaba el histórico título de “limosnero de Su Santidad”).
Apenas instalado el Pontífice en la parte delantera del avión, el comandante enfiló la pista principal y en pocos minutos ya nos encontrábamos sobre el mar Tirreno; poco después empezamos a sobrevolar Albania y otros países balcánicos y nos preparamos psicológicamente para un vuelo de más de once mil kilómetros con una duración de trece horas y cuarto.
Alcanzada la velocidad de crucero, Francisco se acercó a la zona posterior del aparato donde viajamos los ochenta periodistas que le acompañamos en esta aventura y nos dirigió unas palabras de saludo, y de anticipado agradecimiento por el trabajo que no espera.
Inmediatamente inicio su gira de saludo a todos y cada uno de los presentes. Ignorando su cansancio (llevaba diez horas en pie) dispensó su atención a los conocidos de otras veces y a los que viajaban con él por primera vez, provenientes de los cuatro países visitados.
Hubo algunos momentos emocionantes; uno de ellos se produjo cuando el enviado especial de France Presse, Clement Melki, le entregó una linterna utilizada por un africano rescatado de una muerte segura por Sos Mediterránea, lo que suscitó este comentario: ”Les agradezco todo lo que se hace en favor de los migrantes”.
Sobre este problema precisamente el corresponsal en Roma de Radio Nacional, Jorge Barcía, le comentó la gravedad de la crisis migratoria en el archipiélago canario y le pidió que no lo olvidase. ”Lo sé, lo sé”, fue la lacónica respuesta del Pontífice.
Eva Fernández, nuestra compañera de COPE, había recibido de la familia de Mateo, el pequeño asesinado en Mocejón (Toledo), una camiseta roja del niño y una emotiva carta de su madre. El Papa firmó la camiseta que será devuelta a la familia y confió la carta a uno de sus colaboradores. No me extrañaría que más adelante quiera manifestarle su solidaridad de alguna manera.
En mi caso, al saludarle, le dije que estaba a punto de terminar la “dieta” a la que nos hemos sometido en agosto los que trabajamos en la revista con la consiguiente privación de su lectura a los que –como él– le dedican un tiempo semanal para leerla “de cabo a rabo”, como ya ha dicho. “Muchas gracias por acompañarme en este viaje”, me dijo mientras nos abrazábamos.
La ceremonia de acogida en el aeropuerto de Yakarta ha sido una de las más sobrias que he conocido: lo estrictamente indispensable para saludar a un huésped ilustre que visita el país. Una vez llegado a la Nunciatura aún tuvo tiempo para encontrarse con un grupo de niños huérfanos, ancianos, enfermos y refugiados a los que atienden las religiosas dominicas, los jesuitas y la Comunidad de Sant’Egidio.
El resto de la jornada ha sido dedicada al descanso; mañana por la mañana tendrán lugar las ceremonias oficiales de acogida en el Palacio Presidencial y otros encuentros.