Durante meses, el sacerdote ucraniano Bohdan Geleta soportó la tortura psicológica de una música obsesiva que llenaba la celda de aislamiento en la que estaba detenido. “Había un altavoz en la esquina de la pequeña habitación, de donde salían canciones soviéticas durante todo el día”, recuerda en una entrevista a Avvenire.
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“Así es como se vuelve loca a la gente. Por eso tantos prisioneros de guerra se quitan la vida mientras están bajo custodia”, señala. Su relato continúa con una imagen impactante: “La primera vez que me metieron en la celda, vi a un joven parado, mirando fijamente a la pared. Permaneció así toda la noche. Me di cuenta de que había sido sometido a electroshocks. Le dijeron que si no se sabía el himno ruso de memoria, lo matarían al amanecer. Aprendió el himno en una especie de trance. Lo habían arrestado con su novia por gritar en la calle ‘¡Gloria a Ucrania!’”.
Geleta, religioso redentorista y sacerdote de la Iglesia greco-católica ucraniana, es uno de los supervivientes de los campos rusos donde se emplean métodos de tortura, violencia y privaciones, reminiscencias del “método gulag”, contra los prisioneros de guerra ucranianos. Él mismo estuvo cautivo durante “un año y siete meses”, según cuenta.
“La guerra lo cambia todo”
Además, Geleta compartió su cautiverio con el padre Ivan Levitskyi, también redentorista. Ambos sacerdotes, que servían en Berdyansk, una ciudad costera del mar de Azov en la región de Zaporizhzhia, fueron detenidos el 16 de noviembre de 2022 por agentes del FSB, los servicios secretos rusos, sin una acusación clara. “Nos ofrecieron colaborar desde el principio, pero nunca cedimos”, afirma el padre Geleta.
Durante esos diecinueve meses de cautiverio, los sacerdotes fueron trasladados entre tres lugares de detención distintos. Finalmente, el 27 de junio de 2024, fueron liberados en un intercambio de prisioneros entre Ucrania y Rusia, un proceso en el que la Santa Sede jugó un papel crucial, facilitando el “camino de diálogo” gracias a la intervención del papa Francisco, la Secretaría de Estado, la red de nunciaturas y la misión de paz encabezada por el cardenal Matteo Zuppi.
Al ser liberados, ambos se encontraron con el cardenal secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin. “La oración fue mi fuerza”, confiesa el padre Bohdan. “No sabía si sobreviviría, pero puedo decir que compartí su cruz y su sufrimiento con Cristo”.
Sin embargo, el sacerdote reconoce que, aunque ha recuperado su libertad, su vida y su ministerio han cambiado irreversiblemente. “La guerra lo cambia todo y a todos. Una parte de mí sigue allí, entre los que todavía están presos. Hoy me siento llamado a seguir orando y sirviendo a las personas que han vivido y están viviendo estos traumas”.