Francisco, en la misa de Yakarta: “Nuestra vida de fe comienza cuando dejamos que la Palabra nos agite y nos cambie”

  • El Papa dedica la eucaristía a santa Teresa de Calcuta y deja este mensaje al pueblo indonesio: “Atrévanse siempre a soñar en la fraternidad”
  • “La primera tarea del discípulo no es la de vestir el hábito de una religiosidad exteriormente perfecta”
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Misa de Francisco en Yakarta, Indonesia

La jornada de este jueves 5 de septiembre del papa Francisco en Yakarta, después de visitar a la Mezquita de Istiqlal, donde ha firmado una declaración conjunta islamo-católica “para promover la armonía religiosa por el bien de la humanidad”, la ha culminado, en el Estadio Gelora Bung Karno, con una misa dedicada a santa Teresa de Calcuta, cuya memoria se celebra hoy.



En su homilía, Bergoglio ha reivindicado que “el encuentro con Jesús nos llama a vivir dos actitudes fundamentales, que nos hacen capaces de llegar a ser sus discípulos: escuchar la Palabra y vivir la Palabra”.

Todo nace de la escucha

Respecto a la primera, es evidente que “todo nace de la escucha, de abrirse a Él, de acoger el don precioso de su amistad”. Y, a continuación, el siguiente paso se traduce en “vivir la Palabra recibida, para no ser oyentes superficiales que se engañan a sí mismos, para no arriesgarnos a escuchar solo con los oídos sin que la semilla de la Palabra llegue al corazón y cambie nuestro modo de pensar, de sentir y de actuar”.

En este sentido, “la Palabra que se nos da y que escuchamos tiene que hacerse vida, transformar la vida, encarnarse en nuestra vida”. Como se aprecia en la lectura del Evangelio de hoy (Lc 5,1), en el que se narra cómo “la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios!”, el Papa ha festejado esa actitud: “Lo buscaban, tenían hambre y sed de la Palabra del Señor, y la oyeron resonar en las palabras de Jesús”.

Un claro reflejo de que “el corazón del hombre está siempre en búsqueda de una verdad que sea capaz de alimentar y saciar su deseo de felicidad”. Por ello, “no podemos conformarnos solo con las palabras humanas, con los criterios de este mundo o con sus juicios mundanos. Necesitamos siempre una luz que venga de lo alto para iluminar nuestro camino, un agua viva que pueda calmar la sed de los desiertos del alma, un consuelo que no defrauda porque proviene del cielo y no de las cosas efímeras del mundo”.

Aturdimiento y vanidad

Y es que, “en medio de las palabras humanas, necesitamos la Palabra de Dios, la única que sirve de brújula en nuestro camino, la única que, frente a tantas heridas y pérdidas, es capaz de devolvernos al significado auténtico de la vida”.

Como ha reclamado el Papa, “la primera tarea del discípulo no es la de vestir el hábito de una religiosidad exteriormente perfecta, ni de hacer cosas extraordinarias o dedicarse a grandes proyectos. Por el contrario, el primer paso consiste en saber ponerse a la escucha de la única Palabra que salva, la de Jesús”.

De hecho, “nuestra vida de fe comienza cuando acogemos humildemente a Jesús en la barca de nuestra existencia, cuando le hacemos un espacio, cuando nos ponemos a la escucha de su Palabra y dejamos que esta nos interpele, nos agite y nos cambie”.

Misa de Francisco en Yakarta, Indonesia

Encarnada en cada uno

En consecuencia, “la Palabra del Señor nos pide que la encarnemos concretamente en nosotros”. Y es que “la Palabra del Señor no puede permanecer como una bonita idea abstracta, o suscitar solo la emoción del momento; más bien, nos pide que cambiemos nuestra mirada, que nos dejemos transformar el corazón a imagen del de Cristo. Nos llama a echar con valentía las redes del Evangelio en medio del mar del mundo, ‘corriendo el riesgo’ de vivir el amor que Él nos ha enseñado y ha vivido primero”.

“Con la fuerza abrasante de su Palabra”, Dios “nos pide ir mar adentro, alejándonos de las orillas pantanosas de los malos hábitos, de los miedos y de las mediocridades, para atrevernos a emprender una nueva vida”.

En esa senda, “nunca faltan los obstáculos y las excusas para decir que no”. De hecho, “ante la llamada, que todos sentimos, de construir una sociedad más justa, de avanzar en el camino de la paz y del diálogo (llamada que aquí en Indonesia se ha propuesto desde hace tiempo), a veces podemos sentirnos insuficientes, sentir el peso de tanto compromiso que no siempre da los frutos esperados o de nuestros errores que parecen frenar el camino”.

Encerrados en nuestros fracasos

Pero hay que ir más allá, pues “se nos pide que no permanezcamos encerrados ni prisioneros en nuestros fracasos y, en vez de seguir con nuestra mirada fija en nuestras redes vacías, miremos a Jesús y confiemos en Él. Mirad a Jesús y Él os hará caminar. Confiad en Él. Siempre podemos arriesgarnos a ir mar adentro y volver a echar las redes, aun cuando hayamos pasado a través de la noche del fracaso, a través del tiempo de la desilusión en el cual no hayamos sacado nada”. Y, tras esta frase, ha llamado a guardar unos minutos de silencio para que cada uno de los presentes pensase en sus propios fracasos.

Haciendo mención a santa Teresa de Calcuta, Francisco ha destacado que, “incansablemente, cuidó a los más pobres y se hizo promotora de la paz y del diálogo”. Una entrega encarnada en esta frase de la religiosa de origen albanés: “Cuando no tengamos nada que dar, demos ese nada. Y recuerda: aunque no tengas nada que cosechar, no te canses nunca de sembrar”.

Un mensaje que el Pontífice ha dedicado “a esta nación, a este maravilloso y variado archipiélago: no se cansen de zarpar y echar las redes, no se cansen de soñar y de seguir construyendo una civilización de paz. Atrévanse siempre a soñar en la fraternidad, que es un verdadero tesoro entre ustedes. Con la Palabra del Señor, los animo a sembrar amor, a recorrer confiados el camino del diálogo, a seguir manifestando su bondad y amabilidad con la sonrisa típica que los caracteriza, para ser constructores de unidad y de paz. Y así difundirán el perfume de la esperanza en su entorno. Son un pueblo sonriente. No pierdan la sonrisa y vayan siempre adelante”.

Constructores de esperanza

“Caminen juntos por el bien de la Iglesia y de la sociedad. Sean constructores de esperanza, de esa esperanza del Evangelio que no defrauda nunca y que nos abre a la alegría que no tiene fin”, ha remachado el Papa.

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