Cuando tocas la pared de la piscina, se encienden unos pilotos azules en cada poyete. Es la señal de que has quedado entre las tres primeras. Sin embargo, los nervios y el cansancio eran tales que no era capaz de distinguir si era su bombilla la que se había iluminado. Sí. Era la suya. Solo se lo creyó cuando alzó la mirada y vio la bandera de España en el marcador. “No tenía ni idea de en qué lugar había quedado, pero sabía que algo había ganado”, comenta Teresa Perales a Vida Nueva. Una medalla de bronce en los 50 metros espalda de la clase S2. O mejor, ‘la’ medalla en el mejor final de verano de su vida. Porque esa presea cosechada este 31 de agosto es la número 28 que consigue en unos Juegos Paralímpicos.
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En total, siete medallas de oro, diez de plata y once de bronce en seis ediciones desde su debut en Sídney 2000, a las que hay que sumar otras tantas victorias en campeonatos mundiales. Iguala así la gesta del deportista olímpico más laureado de la historia, el ex nadador estadounidense Michael Phelps. “Me sabe a récord del mundo”, confiesa desde París esta campeona de 48 años. Ella misma sabía que en La Défense Arena no se encontraba ni mucho menos entre las favoritas. Pero se guardaba un as en la manga. “He nadado con el corazón y para dar esperanza a mucha gente, porque la vida solo se acaba cuando se acaba. Mientras tengas un ratito por delante, tienes mucho por hacer y puedes ser capaz de hacer realidad los sueños”. Ese ‘no dejarse vencer nunca’ y hacer fácil lo imposible es lo que le llevó a arrebatar el podio por solo dos centésimas a la italiana Angela Procida.
El bronce que se trae de la capital francesa lleva consigo una ‘reliquia’ de la Torre Eiffel, un detalle que guarda todavía más valor para Teresa. “Mi marido me pidió matrimonio hace veinte años en la Torre Eiffel, lo que hace que ahora ese romanticismo se haya multiplicado por mil”, comenta. Y bromea justo después: “Mi hijo me ha dicho que está convencido de que, gracias a que papá me pidió matrimonio allí, está él aquí”. Aun sí, admite que “ha sido el ciclo más duro de mi carrera deportiva: mi discapacidad ha avanzado muchísimo, porque he perdido prácticamente la movilidad del brazo izquierdo”.
“He tenido que volver a aprender a nadar por tercera vez en mi vida. La primera fue cuando era pequeña, después cuando con 19 años me quedé en la silla de ruedas sin mover las piernas por una neuropatía. Ahora, de nuevo, he vuelto a empezar. Ha supuesto un cambio mental y corporal, porque he tenido que concentrar el esfuerzo en el brazo derecho, que era mi brazo malo, desprogramarme, reinventarme, reequilibrarme y acostumbrarme a nadar más lento”. Precisamente, esta circunstancia la llevó a pasar de categoría: de la S5 a la S2. En su día a día, este cambio también la ha puesto a prueba. Lo de menos es que ahora necesite ayuda para ponerse el bañador de competición.
PREGUNTA.- Se vuelve de París con su histórico bronce, un meritorio quinto puesto en los 100 metros libres en la categoría S3. ¿Está en una nube?
RESPUESTA.- Justo ahora estoy un poco de bajón, porque ya se ha terminado la competición y, por mí, seguiría nadando en todas las pruebas. Después de todo el trabajo que llevas acumulado, los días de los Juegos Olimpícos se pasan muy rápido. No puedo pedir más.
P.- ¿Es la medalla más especial de su carrera?
R.- Todas son especiales, pero esta más porque ha sido la más difícil, sin lugar a dudas. A la vez, ha sido la más deseada con toda mi alma. ¡Ha costado mucho y ha sido muy duro! También me había preparado en caso de que no saliera como pensaba, para transformar el mensaje en orgullo por todo lo que había hecho hasta este momento. Pero, al final, llegó la gran recompensa.
Para Carolina Marín
P.- Dedicó su podio a Carolina Marín, la jugadora de bádminton que se lesionó en pleno partido cuando se daba por hecho su medalla de oro en los Juegos Olímpicos…
R.- Como admiradora, sufrí con ella al otro lado de la televisión, como alguien que la quiere con locura, que has visto todo lo que ha logrado de la nada. Y, como deportista, sufrí con ella, porque vi cómo fue la caída, confiaba en que solo fuera un susto cuando parecía que se levantaba, hasta que finalmente dejó la raqueta y se echó a llorar. Todos nos desgarramos por dentro y, por eso, quería devolverle parte de la alegría que le ha arrebatado ese golpe.
P.- Sé que contempla con ganas el Mundial de Natación de Singapur del año que viene y que mira de reojo los Juegos Paralímpicos de Los Ángeles en 2028. ¿Qué más le queda por conquistar?
R.- Otra medalla más. Solo tengo 28… Esto de ser mañica y ser ambiciosa parece que no tiene límites. No es que no valore lo que tengo. Estoy tremendamente feliz, pero me parece que es muy bonito siempre tener la oportunidad de tener la puerta abierta para ilusionarse, para pensar que hay algo más allá. Al final, llevo más de la mitad de mi vida compitiendo y a todos los deportistas nos cuesta dar el paso a un lado. No es que no esté preparada, porque sí que me lo he trabajado, pero si puedo seguir adelante, no dudes de que me mantendré en primera línea. Y como sigo ganando, sigo queriendo más.
P.- ¿Cómo se marida esa sana ambición con la frustración cuando pierde una competición o cuando constata que su brazo izquierdo no responde como le gustaría?
R.- Son dos cosas diferentes. No ganar una medalla, en el fondo, no es perder. Nunca lo he vivido como un fracaso. Las carreras que he dejado de ganar siempre las he afrontado desde el camino que me ha llevado hasta ahí, me concentro en la valentía de haberlo intentado. Otra cosa es la movilidad del brazo. Eso se queda así para siempre, mientras que en el caso de las medallas, hay otras oportunidades para ganar. Ojalá pudiera mejorar la movilidad, pero no tiene mucha pinta. Me cuesta todo mil veces más de lo que me costaba antes.
P.- La resiliencia está de moda. ¿Le chirría o le motiva?
R.- Es una palabra rara, que ha aparecido casi de repente. De hecho, no era consciente de que existía hasta que un día me puse a ojear un libro en La Casa del Libro y ahí estaba yo: ‘Teresa Perales, ejemplo de persona resiliente’. Me hizo gracia. Me dije: “Si eso es lo que yo he hecho toda la vida: levantarme ante las dificultades”.
P.- ¿Nota cuando alguien se acerca y le mira con lástima o con paternalismo?
R.- Por supuesto. Creo que, a estas alturas, ya deberíamos superar todos la muletilla de “ya lo he superado”. A lo mejor suena pedante, sobre todo, porque a mí en muchos momentos se me ha presentado como ejemplo de superación y entiendo por qué lo hacen. De hecho, yo soy la primera que miro a otros como ejemplo de superación. Pero, yo, Teresa Perales, ya lo he superado todo.