Timor Oriental se atribuye el título de ser el país más católico del mundo, superando incluso a las Filipinas y así parece acreditarlo la estadística de bautizados que se eleva al 96 por ciento de la población. Otra cosa sería comprobar cuánto son practicantes y conducen su vida de acuerdo con los principios cristianos.
En todo caso, la Iglesia timorense no tiene nada de timorata (perdóneseme el inocente juego de palabras) y sus fuerzas vivas son sobre todo jóvenes, con una media de edad que oscila en torno a los cuarenta años: tres obispos trescientos cincuenta sacerdotes, casi dos mil catequistas y unas mil religiosas. A todos ellos les ha dedicado el papa Francisco la mañana de su segunda jornada en esta isla.
Su primer desplazamiento le llevó a una escuela que se ocupa de niños y niñas que sufren alguna discapacidad física o mental; les ofrecen terapias apropiadas, una seleccionada nutrición y medicinas para mejorar sus condiciones de vida. Cuando hizo su entrada, las monjas apenas pudieron contener el alboroto que se formó a su alrededor. Entre cantos, abrazos y besos de los niños y de sus padres el acto pudo comenzar. Bergoglio, a quien le habían colocado la tradicional estola ‘tais’ comenzó su improvisado discurso diciendo: “Sin amor esto no se comprende, no se entiende compartir la vida con las personas que tienen más necesidad; es un programa para ustedes, es un programa para todo cristiano”.
Después hizo que le acercaran a un muchacho con graves problemas de salud llamado Silvano y cogiéndole por la mano comentó: “Silvano nos enseñar a cuidar. Cuidándole a él se aprende a cuidar. Y así como él se deja cuidar, nosotros también tenemos que aprender a dejarnos cuidar. Dejarnos cuidar por Dios que tanto nos quiere”.
El acontecimiento no se prolongó mucho porque en la catedral de la Inmaculada Concepción inaugurada en el 1988 y consagrada por Juan Pablo II durante su visita le esperaban unos centenares de sacerdotes y religiosos/as, un numeroso grupo de seminaristas y educadores de las escuelas cristianas.
Entre aclamaciones atravesó la nave central de este templo, uno de los más amplios del sureste asiático; el Santo Padre escucho algunos testimonios que le conmovieron y a continuación, siempre en castellano, pronunció un discurso en el que afirmó que “el Evangelio está poblado de personas que se hallan en los márgenes, en los confines, en las periferias pero que son convocados por Jesús y se vuelven protagonistas de la esperanza que Él ha venido a traer”.
En este tierra que produce el sándalo, “cuya madera – anotó- desprende una fragancia altamente valorada y buscada por otros pueblos, ustedes son el perfume del evangelio en este país, ustedes son discípulos misioneros perfumados por el Espíritu Santo para impregnar la vida de su pueblo”. Perfume que, añadió, debe ser custodiado con todo cuidado para que no se disipe ni pierda su aroma. Entre los peligros de que esto suceda señaló la “mundanidad espiritual”. Además de custodiarlo, el perfume debe ser difundido y “la evangelización se hace posible cuando nos atrevemos a “romper” el frasco que contiene el perfume; romper el “caparazón” que frecuentemente nos encierra en nosotros mismos y salir de la religiosidad mediocre, cómoda, vivida sólo por una necesidad personal”.
En otro pasaje insistió en que “el perfume del Evangelio necesita ser difundido contra todo lo que humilla, degrada e incluso destruye la vida humana: las plagas como el alcoholismo, la violencia y la falta de respeto a la mujer. Las mujeres son lo más importante de la Iglesia”. Dirigiéndose en ese momento a las monjas les invitó a “ser madres; atrévanse a ser madres, a parir comunidades”.
A los sacerdotes su consejo es que “no deben sentirse superiores al pueblo, ni dejarse llevar por la tentación de la soberbia y del poder; no conducirles a pensar en su ministerio como un prestigio social, actuando como dirigentes que aplastan a los demás”. “El cura debe ser pobre, amen la pobreza”, apuntó.
Por la tarde en la enorme explanada ‘Tasci Tolu’, frente al Océano Pacífico celebrará una eucaristía a la que se ha anunciado que podrán acudir 700.000 personas, es decir la casi mitad de la población total de Timor.