Hace 35 años, Juan Pablo II realizó una visita relámpago de cinco horas a la ciudad de Dili. El Papa polaco había asistido en Seúl a la clausura del 44º Congreso Eucarístico Internacional y, antes de dirigirse a Indonesia, quiso detenerse el 12 de octubre en la capital timorense, situada en la parte oriental de la isla de Timor, dominada desde 1976 con mano de hierro por Indonesia.
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Cuando se anunció la noticia surgieron algunas reacciones negativas; el entonces presidente de Portugal, Mario Soares, rogó a la Santa Sede que Karol Wojtyla abandonase esa iniciativa que consideraba altamente inoportuna, pero la respuesta fue negativa. “Hubiera sido una ofensa para los católicos de Timor –replicó Juan Pablo II– que el Papa no hubiese venido a visitarles estando tan cerca de ellos”.
Creo ser el único periodista de los que acompañamos a Jorge Mario Bergoglio en este su 45º viaje apostólico que tuvo la oportunidad de hacerlo con su predecesor y recuerdo con cierta nitidez la experiencia.
Logísticamente no fue muy cómodo, puesto que la noche del 11 de octubre fuimos alojados en la isla de Flores con unas capacidades hoteleras muy escasas y en algún caso casi penosas. La mañana siguiente, después de un escaso sueño, aterrizamos en el aeropuerto de Dili, donde sus habitantes –reducidos a 700.000 como consecuencia de la violentísima represión ordenada por el gobierno de Yakarta– se habían congregado en la explanada de Tasi Tolu (tres aguas en la lengua Tetum) para asistir a la Eucaristía presidida por el Pontífice.
La homilía de Juan Pablo II
Tengo ante mis ojos la homilía que pronunció en tal comprometida situación y que puede resumirse en algunas ideas básicas: firme respeto de los derechos humanos, solución justa y pacífica a las dificultades del presente y urgencia de una reconciliación sobre el pasado.
“La solución –dijo en síntesis– solo será encontrada a través de un esfuerzo común para volver a la normalidad, basado sobre el respeto a los derechos humanos; la paz puede llegar gracias a un mutuo acuerdo de derechos y deberes, de aspiraciones legítimas y expectativas realistas; no importa cuál sea el conflicto, los cristianos deben seguir el mandamiento de Cristo de amar a los enemigos y perdonar las ofensas”.
Al final de la Misa se produjo un incidente en el que se vieron envueltas apenas dos centenares de personas; partidarios de la independencia se acercaron hasta el altar para saludar al Papa y gritar en favor del Frelitim (Frente de liberación de Timor) que fueron rechazados suavemente por la vigilancia vaticana y con mayor contundencia por la policía indonesia. Por fortuna, esta vez la sangre no llegó al rio (en este caso al cercano océano). Entretanto ya habíamos llegado al aeropuerto para subirnos al avión que nos iba a conducir hasta Yakarta.