El paso de Francisco por Timor Oriental ha sido una auténtica revolución en este pequeño país asiático que es abrumadoramente católico: lo es el 96,2% de sus 1,4 millones de habitantes. Hasta el punto de que, a la misa que el Papa presidió el 10 de septiembre en Dili, la capital, asistió literalmente la mitad del país: 700.000 ciudadanos.



Ese sentir lo refleja perfectamente la argentina María Cecilia Andereggen, esclava del Sagrado Corazón de Jesús que, a sus 37 años, lleva desde 2017 como misionera en esta nación asiática vecina de Indonesia, con la que la relación ha sido históricamente complicada. En conversación con Vida Nueva, cuenta cómo su propia historia de fe la marca “el haber sido alumna en un colegio de la congregación, en Palermo”. El estilo de vida de las hermanas le llenó el alma y, cuando tenía 17 años, ella mismo dio el paso de “entrar en la comunidad”.

En una región montañosa

Siempre tuvo claro que su vocación estaba marcada por la misión, pero entonces no se podía imaginar que esta pasión misionera la iba a acabar llevando muy lejos de su Argentina natal. Concretamente, a una periferia dentro de la periferia, como siempre sueña Jorge Mario Bergoglio la Iglesia: “Vivo con mi comunidad en Bazartete, en una región montañosa en el noreste del país marcada por una gran pobreza. Aquí, principalmente, nos dedicamos a la educación en una escuela rural de infantil. Además, también contamos con dos jardines en los que acompañamos a varios niños; uno está al lado de nuestra propia casa y el otro a una media hora”.

Pero su misión va mucho más allá de la de por sí necesaria apuesta por la promoción de la educación entre los más pequeños: “También participamos en la pastoral de la parroquia, encargándonos del acompañamiento a los fieles de diversas aldeas. Estamos con los enfermos y los más ancianos, llevándoles la comunión a casa. Y presidimos la celebración de la Palabra allí donde no llegan los sacerdotes. Por último, tratamos de cultivar la formación espiritual”. Es decir, sus hermanas y ella multiplican sus manos para ser todo en la periferia de la periferia.

Sobre la visita del Papa, la única argentina que vive en Timor Oriental detalla cómo el país se ha volcado por completo: “El Gobierno decretó que estos días fueran festivos para que todo el mundo pudiera acudir a verle. En nuestra comunidad nos hemos preparado para ello durante varias semanas y realmente disfrutamos muchísimo del encuentro con él, el día 10 en la catedral, con todos los agentes de pastoral, desde la vida consagrada a los catequistas”.

En una charla franca, sin guion previo de ningún tipo, “Francisco nos habló con mucho realismo y con un fondo conmovedor, equiparando nuestra acción al efecto de un perfume. Ahí marcó un evidente paralelismo con lo que hicieron aquí los primeros conquistadores, que veían con sande, una madera con un olor muy fuerte. En cambio, nos recalcó que nuestro perfume no es para nosotros mismos, sino para los demás, especialmente para los más pobres, como experimentó Jesús en su vida”.

El reto de la novedad

Ahora, sobre este aliento que les ha dado el Papa, las esclavas del Sagrado Corazón de Jesús tratarán de encarnar el Evangelio con un renovado entusiasmo en un contexto en el que, de por sí, todo es relativamente nuevo. Y es que hablamos de un país que fue colonia portuguesa y que luego estuvo ocupado por Indonesia hasta lograr su definitiva independencia en 2002 (un año después llegaría la congregación). Hasta el punto de que, cuando estuvo Juan Pablo II en 1989, tras la misa en Dili, hubo protestas contra el régimen imperante. Ahora, el clima ha sido completamente diferente y Francisco ha podido abrazar ante el altar a la mitad del país. Literalmente.

Fotos: Vatican News.

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