Francisco, en Singapur: si nos atribuimos nuestra felicidad, “la vida nos devuelve a la única realidad: sin amor no somos nada”

Francisco en Singapur

Uno de los puntos culminantes de la visita del papa Francisco en Singapur se acaba de vivir, este 12 de septiembre, en el Estadio Nacional ‘Singapore Sports Hub’, donde el Pontífice ha presidido una emotiva eucaristía.



La homilía de Jorge Mario Bergoglio ha comenzado con esta interpelante cita de san Pablo: “El conocimiento llena de orgullo, mientras que el amor edifica”. Reiterando que el Apóstol de los Gentiles se dirigió así a “la comunidad cristiana de Corinto”, que era “rica en múltiples carismas”, el Santo Padre ha destacado que su fin último era animar a “cultivar la comunión en la caridad”.

Rica en dones

Del mismo modo, hoy, la Iglesia de Singapur “también es rica en dones y está viva, en crecimiento y en diálogo constructivo con las distintas confesiones y religiones con las que comparte esta maravillosa tierra”.

“Inspirándome en la belleza de esta ciudad y en las grandes y osadas arquitecturas que contribuyen a hacerla tan famosa y fascinante”, el Papa ha enfatizado que, “en el origen de estas imponentes construcciones (como en el de cualquier otro proyecto que deja una huella positiva en este mundo), no está en primer lugar, como muchos piensan, el dinero, ni la técnica, ni siquiera la ingeniería (todos medios útiles), sino, en definitiva, el amor, ‘el amor que construye’”.

Tras reconocer que “quizás alguno pudiera pensar que se trata de una afirmación ingenua”, Francisco ha defendido que, “si lo reflexionamos detenidamente, no es así. De hecho, no existe una obra buena detrás de la cual no haya, tal vez, personas brillantes, fuertes, ricas, creativas, aunque sean siempre mujeres y hombres frágiles, como nosotros, para los cuales sin amor no hay vida, ni impulso, ni razón para actuar, ni fuerza para construir”.

En múltiples circunstancias

Y es que, “si algo bueno existe y permanece en este mundo, es solo porque, en múltiples y variadas circunstancias, el amor ha prevalecido sobre el odio, la solidaridad sobre la indiferencia, la generosidad sobre el egoísmo. Si no fuera por eso, aquí nadie habría podido hacer crecer una metrópolis tan grande, los arquitectos no habrían hecho proyectos, los obreros no habrían trabajado y nada se habría podido realizar”.

Consciente de que “lo que vemos es un signo”, Bergoglio ha puesto en valor que, “detrás de cada una de las obras que tenemos ante nosotros, hay muchas historias de amor por descubrir. Historias de hombres y mujeres unidos entre sí en una comunidad; de ciudadanos comprometidos con su país; de madres y padres preocupados por sus familias; de profesionales y trabajadores de todo tipo y grado, implicados sinceramente en sus diversos roles y tareas”.

De ahí que sea “bueno que aprendamos a interpretar estas historias, escritas en las fachadas de nuestras casas y en los trazados de nuestras calles, y a transmitir su memoria, para recordarnos que nada que sea perdurable nace y crece sin amor”.

Francisco en Singapur

Caemos en el autoengaño

En este punto, el Pontífice ha lanzado una advertencia: “A veces, la grandeza y la imponencia de nuestros proyectos pueden hacernos olvidar esto, engañándonos al pensar que podemos ser los autores de nosotros mismos, de nuestra riqueza, de nuestro bienestar, de nuestra felicidad; sin embargo, al final la vida acaba por devolvernos a la única realidad: sin amor no somos nada”.

Una experiencia vital a la que, ni mucho menos, es ajeno Dios: “La fe nos confirma y nos ilumina aún más sobre esta certeza, porque nos dice que en la raíz de nuestra capacidad de amar y de ser amados está Dios mismo, que, con corazón de Padre, nos deseó y nos llamó a la existencia de modo totalmente gratuito y que, de manera igualmente gratuita, nos ha redimido y liberado del pecado y de la muerte, mediante la muerte y resurrección de su Hijo Unigénito”.

En Cristo, pues, “está el origen y el cumplimiento de todo lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Así, en nuestro amor vemos un reflejo del amor de Dios”. Algo que, como ha recordado Francisco, ya señaló su predecesor, Juan Pablo II, cuando visitó el país y, el 20 de noviembre de 1986, presidió otra misa en el Estadio Nacional de Singapur.

La luz de Juan Pablo II

Entonces, Wojtyla clamó que “el amor se caracteriza por un profundo respeto a todos los hombres, independientemente de su raza, de su credo o de cualquier aspecto que les pudiera hacer diferentes de nosotros”. Para Bergoglio, estamos ante “unas palabras importantes para nosotros”, pues, “más allá de lo maravillados que nos sentimos ante las obras creadas por el hombre, nos recuerda que hay una maravilla todavía más grande, que hay que abrazar con admiración y respeto aún mayores”.

Se trata, claro, “de los hermanos y hermanas que encontramos cada día en nuestro camino, sin preferencias ni diferencias. Testimonio de ello lo dan la sociedad y la Iglesia de Singapur, étnicamente tan diversas y, sin embargo, tan unidas y solidarias”. Hasta el punto de que “el edificio más hermoso, el tesoro más precioso, la inversión más rentable a los ojos de Dios somos nosotros, hijos amados de un mismo Padre, llamados a su vez a difundir el amor”.

Por todo ello, el Papa ha animado al pueblo de Singapur ha poner en el centro de su corazón una actitud vital en la que “la caridad es dulce al respetar la vulnerabilidad de los débiles”, “es providente al conocer y acompañar a los que se sienten inseguros en el camino de la vida” y “es magnánima y benevolente al perdonar más allá de todo cálculo y medida”.

Una bendición tras una blasfemia

Porque “el amor que Dios nos muestra” ya lo dibujó Juan Pablo II en su homilía de 1986: “Responde generosamente a las necesidades de los pobres, se caracteriza por la piedad hacia los que sufren, está dispuesto a ofrecer hospitalidad, es fiel en los momentos difíciles, está siempre dispuesto a perdonar, a esperar”. Hasta el punto “de corresponder con una bendición a una blasfemia; esta es la esencia del Evangelio”

En esta senda, un ejemplo inmejorable a imitar es la Virgen María: “¡A cuántas personas su apoyo y su presencia han dado y siguen dando esperanza! ¡En cuántos labios su nombre ha aparecido y aparece en momentos de alegría y de dolor! Y esto sucede porque en ella vemos el amor del Padre manifestado en una de las formas más bellas y totales: la de la ternura de una madre, que todo lo comprende y perdona, y que nunca nos abandona. Por eso nos encomendamos a ella”.

El segundo modelo a seguir propuesto por Francisco “es un santo muy querido en esta tierra, que encontró aquí hospitalidad muchas veces durante sus viajes misioneros. Hablo de san Francisco Javier, que fue recibido en esta tierra en numerosas ocasiones, la última de ellas el 21 de julio de 1552, pocos meses antes de morir”.

Carta de Francisco Javier

De él “nos ha quedado una hermosa carta dirigida a san Ignacio y a los primeros compañeros, en la que expresa su deseo de ir a todas las universidades de su tiempo ‘dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, (…) a los que tienen más letras que voluntad’, para que se sientan impulsados a hacerse misioneros por amor a sus hermanos, diciendo desde el fondo de su corazón: ‘Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que yo haga?’”.

Bergoglio ha cerrado su homilía desenado a pleno pulmón “que estas palabras nos acompañen no solo en estos días, sino siempre, como un compromiso constante de escuchar y responder con prontitud a las invitaciones al amor y a la justicia; invitaciones que también hoy nos siguen llegando desde la infinita caridad de Dios”.

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