En 2013, el escolapio abulense Víctor Gil fue enviado por su orden como misionero a Indonesia para iniciar en el país asiático la presencia de la comunidad. El punto de partida de la nueva obra se dio en Atambua, en la isla de Timor (en la parte occidental, siendo la oriental otra nación independiente). Allí también están en la localidad de Kupang y, desde hace ocho años, en Yogyakarta, en la isla de Java.
Ahora, aún con los ecos muy vivos de la visita de Francisco, celebra que todo el pueblo haya sentido que ha vivido un hito histórico. Del mismo, él se queda con un momento muy simbólico: “Cuando fue a la mezquita de Yakarta y tuvo un emotivo encuentro interreligioso con el Gran Imán, Nasaruddin Umar, que se simbolizó con una imagen espontánea de este besando la cabeza del Papa, que le devolvió el gesto haciendo lo propio con sus manos. Esa cercanía y ese cariño muestran al mundo que todos estamos a una”.
Como también lo evidenció poco antes “su presencia en el llamado ‘túnel de la amistad’, que une bajo tierra la catedral y la mezquita, que, por cierto, construyó un arquitecto cristiano… Todo ello refleja la realidad que vivimos en Indonesia, cuyo lema nacional es ‘Unidad en la diversidad’. Hay una gran variedad de tradiciones, culturas y religiones, pero todos vivimos en armonía”.
Personalmente, “eso es lo que vivo aquí, donde tengo muchos amigos musulmanes y evangélicos. Hay un sincero esfuerzo de convivencia pacífica, de entendernos, de respetarnos, de acogernos… Y todo se plasma en gestos sencillos y cotidianos. Como, por ejemplo, en los niños musulmanes del barrio que vienen a nuestra casa a jugar con los perros. O en esa vecina, también musulmana, que, cuando tiene que ir al hospital, nos pide a nosotros que la llevemos. Esta normalidad es la que construye la paz”.
De ahí que reivindique que “la visita del Papa va a reforzar algo que ya se vive en nuestro día a día: la fraternidad”. Y es que, “aunque no siempre es fácil y surgen algunos brotes violentos por parte de minorías radicales, la inmensa mayoría de los indonesios solo quieren vivir en armonía y respetando la identidad del otro, sin imponer nada. De ahí la gran alegría de todos, incluidos los musulmanes, ante la visita del Papa, que va a acercar aún más ambas religiones”.
De cara a los cristianos indonesios, Gil cree que “el gran mensaje de Francisco lo dio en la misa final, en la catedral, cuando nos llamó a ‘escuchar’ la Palabra para, a continuación, ‘ponerla en práctica’”. Algo que ellos conocen de primera mano desde el inicio de su propia presencia aquí, hace once años, “cuando elegimos empezar en un contexto rural como el de Atambua, donde los cristianos somos mayoría. En ese momento fundacional, solo éramos dos escolapios: un compañero indonesio que se había formado en España y yo. Poco a poco, hemos ido creciendo y percibimos una cultura vocacional muy grande. En nuestro caso, contamos con más de 50 personas que han hecho los votos con nosotros (diez han completado toda la formación y ya son sacerdotes), pero es algo que también percibimos en otras congregaciones”.
Previamente a esta experiencia misionera, la vocación de este escolapio, tanto en España como en algunos años que pasó en Italia, se concretó “en la educación y en la pastoral de niños, adolescentes y jóvenes”. Otra clave de su entrega religiosa fue “la formación, con prenovicios y juniores”. De ahí que ahora se haya sentido muy afortunado al poder concretar este bagaje en un contexto en el que “la educación es una cuestión de urgencia y necesidad”.
Así, su primera apuesta ha sido “un centro de educación no formal, el ‘Aprendiendo con Calasanz’, donde ofrecemos apoyo a estudiantes de primaria, secundaria y bachillerato que vienen dos horas a aprender inglés, arte o seguimiento en otras materias en las que lo necesiten. Pero sobre todo se trata de ofrecer un espacio de convivencia en un ambiente sano. En total, cada tarde vienen unos 150 chicos a estudiar con nosotros”.
Los escolapios, mientras sueñan “con impulsar nuestra propia escuela de educación formal, en Malaka”, también cuentan con “una especie de internado para chicos que tienen pocas posibilidades de educarse en sus ámbitos rurales. Así, pueden venir a la ciudad y les reservamos un espacio en el que vivir y formarse, yendo a las escuelas cercanas. Son 110 y es un reto muy bonito acogerles”. Sin olvidar una apuesta interna, abriendo “una casa de formación para seminaristas” que acoge a muchos candidatos y en la que Gil acompaña a juniores.
El florecer escolapio, encarnado en su pueblo, se percibe en las vocaciones nativas. Es el caso de dos hijos de san José de Calasanz nacidos en Indonesia: Gregorius Dedimus Luan de Cristo Crucificado y Marcelino Leo Lando. Ambos, en plena oleada de entusiasmo por la visita papal, comparten su testimonio con Vida Nueva y nos cuentan cómo ha madurado su caminar en la fe. El primero, tras ingresar hace siete años en la orden (aunque ya antes fue la persona que fundó la misión en Atambua junto a Gil) y un tiempo de formación en la Provincia Escolapia Betania, en España, ha regresado este curso a casa: “Me preparo para recibir la profesión solemne mientras formo parte de la Comunidad San Faustino Míguez de Yogyakarta.
Compagino mis humildes servicios a los hermanos con colaborar en la educación de los alumnos de primaria en el Colegio Kanisius de Condongcatur”. Consciente de que “no puede entenderse una vocación sin su contexto”, Dedimus Luan reitera que “el mío fue uno educativo”. Eso sí, sin olvidar “los dos formidables años de apostolado con los misioneros javerianos entre los niños de la calle en los barrios empobrecidos de Yakarta. Esos años fueron decisivos para mi vocación de evangelizar educando. Parafraseando a Calasanz, diría que he encontrado la mejor manera de servir a Dios al poder evangelizar educando a niños y jóvenes. Son mi ‘locus salvationis’, ya que en ellos me encuentro con el Señor”.
Con los escolapios se ha imbuido de que “la educación integral es un pilar fundamental para una real y verdadera transformación del individuo y, por ende, la sociedad. En un contexto como el de Indonesia, la educación integral y de calidad es una necesidad casi básica. Asimismo, esta debe responder también a la necesidad de seguir construyendo la convivencia de paz entre las distintas religiones. Y a ello nos entregamos, cooperando en la educación de los niños y jóvenes de este maravilloso y variado archipiélago para crear una civilización de paz y esperanza, como nos encargó el Papa en su homilía en la catedral”.
Por su parte, Leo Lando nos cuenta que “conocí a los escolapios en 2004, antes de su llegada a mi país. Enamorado del carisma y el ministerio de la orden, estuve varios años en Manila y en Madrid para formarme. En 2012 hice mi profesión solemne y, en 2013, cuando la primera comunidad se estableció en Indonesia, me ordené sacerdote”.
Aún emocionado, detalla “el entusiasmo de la gente con la visita del Papa. No solo los católicos, sino también los fieles de otras religiones. Todos creen que este viaje hará crecer la fraternidad, la paz y la unidad en medio de tanta diversidad como hay Indonesia. Será un fruto muy grande por el que, además, también creceremos en la fe como base para convivir desde la acogida compasiva”.
Como Gil, este religioso indonesio también se queda con una imagen de la visita: “La del Papa besando la mano del Gran Imán mientras este hacía lo mismo con la cabeza de Francisco. Es lo más tierno y humano que se pueda ver. Y el gran símbolo que resume el mensaje del Papa de convivir pacíficamente entre nuestras muchas diversidades, recalcando que son una riqueza incuestionable”.
El crecimiento pastoral está siendo tan exponencial que, desde hace cuatro años, los escolapios han dado el paso de asentarse también en el vecino Timor Oriental, donde, como explica Gil, han abierto dos casas: “Una en Dili, la capital, y otra en Atauro, una isla de pescadores a los que acompañamos pastoralmente y a cuyos hijos ofrecemos educación. Es una zona muy pobre, pero con una población encantadora, maravillosa”.