Hay unos versos de Cristina Peri Rossi (Uruguay, 1941) que afirman: “Qué estremecedora belleza / la de ese hombre solitario / de espaldas frente al mar”. La poeta mira –y cita– la obra de Caspar David Friedrich (Greifswald, 1774-Dresde,1840). Es solo una entre el incalculable número de espectadores que han sentido a Dios en sus paisajes, en la infinitud, en la majestuosidad, incluso en la bruma y la tormenta. Es lo que pretendió el “mejor intérprete” del romanticismo alemán, nacido hace 250 años, que ese hombre de espaldas –el propio Friedrich del ‘Caminante sobre el mar de nubes’ (1818)– nos haga sentir que nosotros podemos ser como él: alguien que busca a Dios y lo encuentra.
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Porque Dios –y es lo que quiso transmitir– está en la naturaleza, en lo inconmensurable, en lo sublime. Y el hombre nunca podrá igualarlo, sustituirlo. Friedrich merodea el concepto de Naturaleza-Dios de Baruch Spinoza, pero su actitud no es la de un filósofo, sus lienzos son los de un creyente, un místico, un asceta. “Los paisajes de Friedrich, silenciosos y de una honda quietud, contienen un simbolismo alusivo a la vida y a la esperanza que el artista plasma a través de una iconografía personal. Friedrich se sirve de determinados elementos para comunicarnos un mensaje religioso sin recurrir al repertorio tradicional de imágenes”, explica Mar Borobia, jefa del Área de Conservación de Pintura Antigua del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
La conservadora lo afirma a propósito de ‘Mañana de Pascua’ (h. 1828-1835), obra de la colección permanente del Thyssen-Bornemisza. “La luna y el amanecer, junto con la estación elegida por Friedrich, el momento en el que el invierno todavía presente empieza a dar paso al nacimiento de la primavera, se han interpretado como signos alusivos a la muerte y a la vida después de la muerte. El mensaje de esperanza que difunde el pintor se traduce en una clara referencia a la Resurrección”, señala Borobia. Friedrich encarna así una renovada metafísica de la luz, propia del cristianismo neoplatónico, pero también una “identidad de lo sagrado” imprescindible en el emergente romanticismo.
Contenido simbólico
La referencia con la que más se ha identificado al pintor romántico alemán es el pietismo, que Inmanuel Kant reivindicó en su ‘Crítica de la razón pura’ (1781), una rama del luteranismo que predicaba la experiencia religiosa individual sobre la colectiva: mirar la fe desde la propia alma. El paisaje de Friedrich no solo adquiere así “una profunda interpretación religiosa” –como describe la conservadora del Thyssen-Bornemisza–, sino que, además, vincula la fe con el mundo interior. “Friedrich buscó durante toda su vida la comunión con la naturaleza y, a través de ella, transmitir sus ideas y sus sentimientos, así como sus anhelos y esperanzas –añade Borobia–. Consigue infundir al paisaje un contenido simbólico”.